ch. 19

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DESCUBRIMOS
LA VERDAD,
MÁS O MENOS

«ES INMENSO» —fue mi primer pensamiento

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«ES INMENSO» —fue mi primer pensamiento.

Era como si millones de fans se acumularan en un estadio de futbol. Pero multiplicado por mil millones, lleno de gente, sin electricidad y no hay ruido. Como si algo trágico ha ocurrido. Multitudes susurrantes que sólo pululan en las sombras, esperando algo que nunca iniciará.

Esa es la idea del aspecto que tenían los Campos de Asfódelos. La hierba negra llevaba millones de años siendo pisoteada por pies muertos. Soplaba un viento cálido y pegajoso como el hálito de un pantano. Aquí y allá crecían árboles negros, y Grover me dijo que eran álamos.

El techo de la caverna era tan alto que bien habría podido ser un gran nubarrón, pero las estalactitas emitían leves destellos grises y tenían puntas afiladísimas. Intenté no pensar que se nos caerían encima en cualquier momento, aunque había varias de ellas desperdigadas por el suelo, incrustadas en la hierba negra tras derrumbarse. Supongo que los muertos no tenían que preocuparse por nimiedades como que te despanzurrara una estalactita tamaño misil.

—Cíon —me susurró Annabeth con ojos desaprobatorios—, ¿qué estás haciendo?

—¿Qué?

Me señaló mis manos... que estaban sosteniendo las de un espíritu. Lo solté de la sorpresa. El espíritu de una mujer se me quedó viendo y —por instinto— chasqueé los dedos. Fue como si un globo de agua callera al deprimente pasto y el sonido fuera un repelente por temor a mojarse, la gente se alejó susurrando incoherencias.

Percy, Annabeth, Grover y yo intentamos confundirnos entre la gente, pendientes por si volvían los demonios de seguridad. No pude evitar buscar rostros familiares entre los que deambulaban por allí, pero los muertos son difíciles de mirar. Sus rostros brillan. Todos parecen enfadados o confusos. Se te acercan y te hablan, pero sus voces suenan a un traqueteo, como a chillidos de murciélagos; sin embargo, luego de un tiempo de escucharlos se me hacía entendible sus lamentos.

Empezaba a entender todo que me dolía la cabeza.

—¿Dónde estoy?

—¿Quién soy

—¿Qué pasó?

—¿Por qué me pasó esto?

—No... Sí... N-No lo sé...

—¿Hay alguien ahí?

—Lo siento...

La mayoría eran arrepentimientos y palabras vacías al ser espíritus olvidados. Se me acercaban esperanzados —la primera señal que veían en milenos seguramente— y me apresaban con sus voluntades.

Los muertos no dan miedo. Sólo son tristes. Pero no debía de simpatizar con cada uno de ellos, me tardía una eternidad tras otra.

Necesitaba salir de ahí.

𝐓𝐇𝐄 𝐋𝐈𝐆𝐇𝐓𝐍𝐈𝐍𝐆 𝐓𝐇𝐈𝐄𝐅 ──── pjDonde viven las historias. Descúbrelo ahora