ch. 07

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MI CENA
SE DESVANECE
EN HUMO

LA HISTORIA DEL INCIDENTE EN EL LAVABO SE EXTENDIÓ DE INMEDIATO

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LA HISTORIA DEL INCIDENTE EN EL LAVABO SE EXTENDIÓ DE INMEDIATO. Dondequiera que iba, los campistas señalaban a Percy o a mi para luego murmurar algo sobre el episodio. O puede que sólo miraran a Stephan y Annabeth, que seguían muy empapados.

Nos enseñaron unos cuantos sitios más: el taller de metal (donde los chicos forjaban sus propias espadas), el taller de artes y oficios (donde los sátiros pulían una estatua de mármol gigante de un hombre cabra), el rocódromo, que en realidad consistía en dos muros enfrentados que se sacudían violentamente, arrojaban piedras, despedían lava y chocaban uno contra otro si no llegabas arriba con la suficiente celeridad.

Por último, regresamos al lago de las canoas, donde un sendero conducía de vuelta a las cabañas.

—Tenemos que entrenar —dijo Annabeth sin más—. La cena es a las siete y media. Sólo tienen que seguir desde su cabaña hasta el comedor.

Percy abrió la boca:

—Annabeth, siento lo ocurrido en el lavabo.

—No importa.

—No ha sido culpa nuestra.

Ella y Stephan nos miraron con aire escéptico, y reparé en que sí había sido nuestra culpa. Había provocado un sismo que destruyó el edificio, como que el suelo se abriera en dos. No entendía cómo, pero la tierra me había respondido. Nos habíamos convertido en uno sólo.

—Tienen que hablar con el Oráculo —dijo Annabeth.

Esta vez hable yo:

—¿Con quién?

—No con quién, sino con qué. El Oráculo. Se lo pediré a Quirón.

Miré el fondo del lago, deseando que alguien fuera de una vez claro con sus respuestas.

No es como si esperara que de verdad alguien me devolviera la mirada, así que me quedé de una pieza cuando noté que había dos adolescentes sentadas con las piernas cruzadas en la base del embarcadero, a unos seis metros de profundidad. Llevaban pantalones vaqueros y camisetas verde brillantes, y la melena castaña les flotaba suelta por los hombros mientras los pececillos las atravesaban en todas direcciones. Sonrieron y saludaron en mi dirección, aunque al rato los peces se escondieron detrás de ellas como si un depredador estuviera deambulando cerca.

Yo no sabía cómo tomarme eso, más porque ellas dejaron de verme, pero a Percy le saludaban como si fuera un amigo al que no veían desde hacía mucho tiempo. Él les devolvió el saludo.

—No las animes —le avisó Stephan—. Las náyades son terribles como novias.

—¿Náyades? —repitió mi amigo, y su voz tambaleó—. Hasta aquí hemos llegado. Quiero volver a casa ahora.

𝐓𝐇𝐄 𝐋𝐈𝐆𝐇𝐓𝐍𝐈𝐍𝐆 𝐓𝐇𝐈𝐄𝐅 ──── pjDonde viven las historias. Descúbrelo ahora