| 22 |

10.9K 1.2K 1K
                                    

| Dedicación: miletorres13SaraHemmings11Abi_FangirlAriana_GtzYoliit_PkMilaMorganStein | 

Capítulo veintidós: Sermón.

Somos malos con las palabras, esperamos de corazón que sepas leer miradas.

✞

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

PHOENIX MOUNTBATTEN.

Las paredes de la habitación del hospital eran blancas, las luces (blancas por igual) estaban perfectamente establecidas en el techo. Los pocos cuadros que lucía, como si fuera poco, también eran blancos.

Pulcros, lisos y perfectos.

Suponía que eso era uno de los tantos beneficios de ser hija de alguien extremadamente poderoso y, más que todo, peligroso... el acceso ilimitado a las posesiones de cada esquina de Rusia.

En palabras más entendibles: si acaso una vez lo pidiera por mi cumpleaños, Rusia sería toda mía en un pestañear, en una noche, en un suspiro.

Hace poco minutos la doctora que me hizo una breve serie de preguntas mientras me inspeccionaba había salido con mi pequeña pero ansiosa petición en alto: —Los Riox...los necesito aquí. ¿Puede pedirles que entren?

Era bastante claro que no me iba a decir que no, sin embargo no sentí su asentimiento como falso y repleto de pavor. Parecía que ella no le tenía miedo a lo que mi familia y yo representábamos.

Aquello fue extrañamente reconfortante, una ventisca de normalidad que hizo a mis nervios catalizarse por unos míseros microsegundos.

En medio de un suspiro, pasé una mano por mi frente y cerré los ojos con fuerza.

Todo... todo estaba siendo demasiado caótico, demasiado estresante. Demasiado.

Y joder, Kerman...

Él no estaba muerto. Y no se trataba de un sueño, de una ilusión o de un recuerdo vivo que me martillaba el corazón y me robaba el aliento.

Él realmente estaba aquí.

Un sollozo me abandonó y, contra todo pronóstico, incluso yo misma me sorprendí. Nunca había llorado por sandeces y, ahora, me encontraba limpiando el reguero de lágrimas gordas que se deslizaban por mis mejillas y acababan saladas en el inicio de mis labios.

Me sentía patética. Pero, para no sentirme aún peor, se lo atribuía a las hormonas del embarazo.

Incluso sonaba irreal para mi pensarlo. Sabía que estaba embarazada, pero se sentía como una vil mentira para asustar y derribar mi entereza. Estaba funcionando...

Phoenix. © [DL #2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora