Talk 11

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La menor regresó unos quince minutos después con dos generosos vasos de café de una popular cafetería, le extiendio el vaso que contenía un café con crema y apenas una pequeña parte de leche a Rosé, quedándose ella con el que venía con bastante leche, chocolate, canela, crema, y una generosa cantidad de azúcar que le había echado antes de llegar.

Se sentó junto a la castaña, dejó de calentar una de sus manos en el vaso descartable del café para tomar la mano de su novia, encajando las piezas.

—¿Hablaron mucho? —preguntó, dándole un sorbo a su café.

La pelirosa abrió su boca para hablar, su labio inferior tembló y parpadeó varias veces.

—Lisa... ¿Cómo soportas esto todos los días? —murmuró.

—No lo soporto, Rosie, lo tolero, son cosas distintas.

—Yo... Habló en serio, apenas llegué hace un rato y... Quiero llorar, mucho y yo... Apenas hablé con Jennie, cerré los ojos y canté todo el rato que no estuviste porque no me gusta verla... Porque duele, me duele mucho y quiero irme porque no quiero sufrir —lloraba con cada palabra que decía.

Lisa frunció el ceño, en vez de ir a abrazarla, sostuvo con más firmeza y apretó un poco más la mano de Jennie.

—Hablas de llorar como si yo no supiera lo que es, Rosé, dices que te duele y sufres y que no quieres estar aquí... ¿Pero no sabes las cosas que debe pensar Jen? ¿No puedes pensar en un momento en ella y dejar todo lo tuyo un momento? Jennie puede estar dormida pero no la trates como que no esté aquí. Ella escuchó todo lo que acabas de decir. De que no quieres estar acá y que no quieres verla... Y le duele más a ella que a tí.

Y Rosé sólo pudo llorar aún más, Lisa tampoco fue hacia ella, por más que en un momento en serio se sintió realmente mal por la pelirosa, su novia merecía más su apoyo que esa chica.

Pasaron un par de minutos hasta que finalmente se controló para limpiar por última vez su rostro, miró a Lisa un momento, antes de levantarse y bajar su vista a la mayor, con el corazón encogido al ver su pálido rostro, sus labios y sus ojeras combinaban en distintos tonos de azul algo violáceos, sus delgadas mejillas y sus marcados pómulos.

Vio el suave sube y baja de su pecho, también cómo la otra sostenía su mano izquierda, de forma protectora, apretando con firmeza.

Con algo de duda, tomó la mano de la castaña que estaba libre, dejó su vaso de café en el suelo, algo alejado de sus pies para no volcarlo sin querer, y sumó su otra mano para tomar la de la mayor entre ambas, como si la estuviera calentando.

—Lo siento, Jennie —murmuró e intentó mirarla a la cara, aunque no pudo, cerró sus ojos—. Lo siento también por no estar para tí, cuando lo necesitabas, antes de esto... Y cuando todo ocurrió también. Espero que cuando despiertes... Hagamos las pases y nos llevemos mejor. Espero que sea pronto, y que me perdones.

Lágrimas silenciosas recorrían su rostro.

—Jennie te perdona, Rosie —dijo, sonriendo, conmovido por la actitud de la chica.

Porque de todas ellas, la más pequeña de edad (sin contar ella) era la que se demostraba más madura, la menos idiota, y a Lisa le dolía porque aquella chica ni siquiera era la mejor amiga de su novia, no estaba cerca de ser una con las que más se llevaba, y era triste que la mayor tuviera que estar dormida para que las amistades quedaran claras y cada una mostrara su verdadero rostro.

—Creo que está sonriendo, Lisa —murmuró.

—Sí lo está haciendo, Rosie. Está sonriendo por lo que dijiste, sonríe para ti.

La neozelandesa rió con felicidad, las lágrimas acompañaron su risa, pero ya no sabía si eran de alegría o de tristeza.

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