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Pasamos a través de los pasillos llenos de cuadros que iban desde los renacentistas hasta los más contemporáneos. Al centro de este pasillo, había una larga hilera de esculturas de distintas formas, ya sea de personas sin extremidades a cosas totalmente abstractas. Caminamos en total silencio ya que la galería se encontraba totalmente vacía.

—Ya dejen de babear sobre las pinturas —me quejé.

—Tú deja de no tomarlas como lo que son, magníficas —comenzó Jov quien estaba setenta por ciento segura de que tendría un colapso.

—Es cierto —concedió Alex mirando a su alrededor—. Están bonitas.

—Bonitas, magníficas, hilarantes, yo prefiero decirle provocadoras —comenzó una voz detrás de nosotros.

Los tres nos volteamos sobresaltados y nos encontramos con Farad, quién se encontraba acostado encima de una de las esculturas que tenía un cartel que decía claramente que no tocaran la escultura. Se encontraba con un kimono totalmente amarillo oscuro atado en su cintura, descalzo y con sus típicos lentes de montura rojos en su cabeza, escondido en su cabello bien arreglado. Porque sí, Farad podía vestirse cual vagabundo, pero por algún motivo su cabello siempre se vería bien arreglado y a la moda.

—Ah... señor, creo que no puede estar ahí arriba —comenzó Jov.

Farad se volteó a verlo de golpe y le regaló una sonrisa.

—Mis mejores inspiraciones vinieron recostándome en esa escultura, cosa uno —explicó.

Alex abrió los ojos en sorpresa y ladeó la cabeza hacia un costado. Farad, por su parte, miró detrás de los gemelos hacia mí y su sonrisa creció achicando sus ojos. Se bajó de un salto de la escultura haciendo que esta se tambaleara, caminó con parsimonia hacia mí abriendo los brazos en el camino y me encerró en un fuerte abrazo que me elevó un par de centímetros encima del suelo. Su aroma a madera y pintura llegó hasta mis fosas nasales y quedó ahí incluso después de que nos separáramos.

—¡Kira, mi flor de loto! —exclamó.

—Es un gusto verte, Farad, veo que la galería va de maravilla —comencé.

—¡El gusto también es mío mi flor de loto! ¿A qué se debe tu maravillosa presencia aquí? —preguntó ignorando por completo a los gemelos detrás de él.

Farad y yo no es que tuviéramos una relación tan cercana, pero nos tenemos cariño mutuo ya que desde que llegamos a California, Farad se convirtió en el mejor amigo de Shawn. Él viene de una familia pomposamente adinerada, por lo que nos conocimos en las fiestas elegantes entre nuestras familias, digamos que Shawn y él conectaron al instante por su sentido de independencia que compartían. Incluso Farad es la única persona además de mí que aún seguía en contacto con mi hermano.

—Bueno, venía aquí porque te tengo la mejor oportunidad que tomarás en tu vida —comencé.

—¿Mejor que cuándo decidí comer aquel pancito en mal estado? —preguntó.

—Mucho mejor —concedí y su sonrisa creció mientras sus ojos brillaban y daba pequeños saltitos cual niño—. Tengo un aprendiz para ti.

Sus saltitos se detuvieron y su sonrisa desapareció mientras ladeaba la cabeza hacia un costado.

—¿Un qué? —preguntó.

—Un aprendiz, alguien que quiere entrar en el mundo del arte y ¿quién mejor que tú para guiarlo? —comencé con mi manipulación pasiva.

Farad abrió la boca en sorpresa y, tal como esperé, una sonrisa esperanzadora comenzó a crecer en sus labios.

—¡Lo tomó! Necesito algo de carne fresca para poder apoyarme —habló rápidamente y miró a su alrededor—. ¿Dónde está?

No me llamo Mulan [Princesas Modernas #2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora