Capítulo 26: «Namounala»

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Ni en mis mejores sueños imaginé que mi plan pudiera terminar como lo hizo

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Ni en mis mejores sueños imaginé que mi plan pudiera terminar como lo hizo. Y no es que el sexo no entrara en mi imaginación, porque por supuesto que me moría de ganas de volver a estrecharla entre mis brazos, sentir la suavidad de su piel fundiéndose contra la mía y volver a lograr que se deshiciera en goce conmigo, pero creí que aún no estaría lista para repetir y pensaba respetarlo.

Entre mis últimos recuerdos de la noche estaba el de una Olivia, que sin dejar de bailar, se acercaba a mí con paso decidido, haciéndome la señal de «ven aquí» con ambas manos, para llevarme a la pista a bailar con ella.

Me cogió de la mano, quitándome el vaso de tubo que contenía el gintonic que me había pedido, y con el que tenía intención de pasar toda la velada acodado en la barra, y tras darle un sorbo se lo pasó a Lucía, y ya no volví a verlo más. Después, ella misma puso mis manos en su cintura y empezó a contornearse al ritmo de la música, cerca de mí. Muy cerca.

A partir de ahí, la excitación me invadió nublándome por completo el juicio. Bailar no sé si bailé nada, bastante tenía con permanecer ahí de pie y no llevármela corriendo hacia el rincón más oscuro para hacerle el amor como un auténtico salvaje.

Contuve mis deseos sicalípticos con todas mis fuerzas, tratando de centrarme en la música y en no olvidar que estábamos en un sitio público, aunque cada vez había más gente y Olivia bailaba tan cerca, que se frotaba -de manera involuntaria- contra mi cuerpo casi de forma constante. Los pantalones ya no me daban más de sí. Aquello era una tortura.

-¿Estás bien? -me preguntó de pronto, gritándome en la oreja para que pudiera oírla y al hacerlo, giró el cuerpo un poco y su cadera quedó encajada entre mis piernas.

-Ajá -siseé -, sólo que... -no sabía muy bien cómo contestar. Bailar no me gustaba en absoluto y el ambiente empezaba a ser asfixiante, además de los esfuerzos que estaba haciendo por controlar mi díscola anatomía; pero a la vez estaba muy contento de volver a verla sonreír y divertirse; sentía que había pasado una eternidad desde la última vez que la había visto así y sólo me salió una expresión que lo describiera -: Namounala...

Dejó escapar una risita que me descolocó y, separando nuestras cabezas para afrentar mi mirada, levantó una ceja con gesto divertido. Tardé dos segundos en comprender que en esa postura en la que estábamos no podía 'esconderle' nada e iba a pedirle disculpas cuando ella volvió a pegárseme al pecho para acercarse a mi oreja.

-¿Eso significa que «estás caliente» en wólof? -y me dió un pequeño mordisco en el lóbulo de la oreja que me mandó una descarga de electricidad directa a la entrepierna.

Un gemido bronco se me escapó por la garganta. Me encantaba ese puntito descarado suyo.

-No. -Respondí tras soltar una risa nasal. Después le expliqué con ternura -: Significa 'te he echado de menos'.

Noté su aliento cálido profiriendo un «¡oh!» gutural, justo antes de plantarme un besazo en los morros.

-¿Cómo se dice 'yo también'? -preguntó al separarse, con los ojos brillantes de emoción.

✅ Besos PredestinadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora