Capítulo 31: Una emboscada y muchas sorpresas

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Después de una hora aproximadamente, di por finalizado mi entreno y me disculpé con los chicos antes de meterme otra vez en el vestuario

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Después de una hora aproximadamente, di por finalizado mi entreno y me disculpé con los chicos antes de meterme otra vez en el vestuario.

Andrés, el segundo entrenador, protestó vagamente acerca de que aquello parecía un cachondeo, pero le dije que tenía un asunto familiar que resolver y no dijo nada más. Martín hubiera insistido más, y eso me hizo pensar en Leo.

Le busqué con la mirada y me hizo un gesto para indicarme que nos manteníamos en contacto.

Confiaba en que solventaría sus asuntos lo antes posible por el bien de todos.

Ya en los vestuarios le mandé un WhatsApp a mi hermana para avisarla de que iba a buscarla y me metí en la ducha. Me vestí con la misma ropa que llevaba por la mañana, unos tejanos negros y una camisa gris, y fui en dirección al parking.

Para salir tenía que pasar por delante de la sala donde Olivia daba sus clases. Las puertas estaban cerradas aunque tenían un ventanuco redondo que dejaba ver el interior. Me agaché un poco en uno de ellos para ver si ya estaba impartiendo clase y entonces la vi.

No estaba sola, había ya varias niñas en la sala con ella, pero estaban todas sentaditas en el suelo mirándola en silencio. Olivia estaba bailando con los ojos cerrados sobre las puntas de los pies. Podía oír a lo lejos la música y me quedé fascinado admirando como su cuerpo se movía al unísono con las notas. Se había transformado en una pluma, algo etéreo y delicado, que se mecía al compás de la melodía creando una simbiosis perfecta, que me causó una gran conmoción.

Yo no entendía nada de danza pero no me hizo falta para comprender el mensaje: estaba hablando de la pérdida de un ser amado. Le bailaba al dolor, a la ausencia, al amor que un día se profesaron... Era un réquiem. Un réquiem a su madre.

La cosa más hermosa y triste que yo había visto nunca.

No sé el rato que pasé allí arrobado pero cuando me quise dar cuenta las lágrimas me habían llegado a los labios. Me limpié con las manos y me fui arrastrando los pasos, hasta la moto, pensando en que debía encontrar esas zapatillas rojas cómo fuera, aunque tuviese que pintárselas a mano yo mismo.

Suerte que el trayecto hasta mi casa era corto, porque aún sentía una fuerte emoción latiendo en mi interior y tenía la respiración alterada. ¡Qué hermosura la que acababa de contemplar!

Al llegar, mi padre y mis hermanos se estaban preparando para salir a dar un paseo dominical y Ginger ya estaba esperándome.

-Hola, peque. ¿Ya estás lista?

-Sip, ¿a dónde vamos?

-Es una sorpresa. Nos vamos enseguida, pero tengo que hablar un minuto con baye.

Ella asintió y volvió a sentarse encima de su cama, mientras yo iba a buscar a mi padre.

-Baye... -le llamé porque estaba agachado en la nevera cogiendo botellas de agua fría.

✅ Besos PredestinadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora