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Editado)
—Nunca... en todos mis años en Hogwarts... —la profesora McGonagall murmuró con una mezcla de incredulidad y rabia, como si aún estuviera tratando de asimilar lo que acababa de ver.
—Oh, no —escuché a Ron susurrar, su voz cargada de preocupación mientras veía a Harry caminar junto a la profesora McGonagall, evidentemente avergonzado y desconcertado. La profesora, de pie como una estatua, parecía tener dificultades para encontrar palabras. Su rostro estaba tan pálido como una hoja de papel y sus gafas brillaban con una intensidad inusual, casi como si reflejaran el incendio de furia contenida que sentía en su interior.
—¿Cómo te has atrevido...? ¡Podrías haberte roto el cuello! —exclamó, su voz vibraba con el tipo de enojo que rara vez había visto en ella.
Harry, como siempre, no parecía dispuesto a entrar en una discusión. Mantuvo la cabeza agachada, mirando sus botas, mientras sus manos, que siempre parecían estar un poco inquietas, ahora estaban apretadas a los costados de su túnica.
—No fue culpa de él, profesora... —dijo andy rápidamente, tratando de intervenir, pero la mirada fulminante de McGonagall fue suficiente para callarla al instante.
—Silencio, Andy —me reprendió con una autoridad que no admitía discusión. El "Andy" fue tan frío que sentí una punzada en el estómago, como si estuviera siendo reprendida por algo mucho más grande que un simple error.
—Pero Malfoy... —intentó protestar ron, pero la profesora levantó una mano, pidiéndome que se callara.
—Ya es suficiente, Weasley. Harry Potter, ven conmigo- McGonagall se giró y comenzó a caminar hacia el castillo, con Harry siguiéndola a paso lento, como si estuviera cruzando una cuerda floja, inseguro de cada paso. Fue una escena que no pude evitar ver como una especie de derrota. La victoria de Malfoy, que lo observaba desde su lugar con una expresión de completo triunfo, estaba clara.
En cuanto Harry y la profesora McGonagall desaparecieron a la vuelta de la esquina, no pude evitar girarme hacia Malfoy. Su sonrisa era como una mueca de satisfacción, una especie de victoria para él.
—¡Eres un estúpido! —le grité sin pensar, mi voz resonando más fuerte de lo que pretendía. Caminé hacia él, mi furia alcanzando niveles que no había anticipado, pero justo cuando intentaba acercarme, Crabbe y Goyle se interpusieron en mi camino. Su tamaño era como un muro inmenso, pero yo no tenía la menor intención de retroceder.
