II. Padre

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El vaho salía de mi boca. El frío se hacía cada vez más intenso a medida que la noche llegaba.

Sentado en una pequeña banca, esperaba al joven rubio, que hacía apenas unos minutos había entrado por un café para cada uno.

Al vapor salir nuevamente de mi boca, lo miré. Mis recuerdos me transportaron al pasado. Recordé cómo en estas fechas era costumbre que saliera a jugar a nuestro patio trasero en compañía de mi padre y aunque yo siempre me mostré entusiasta en estas fechas, él parecía ignorar mi existencia como llevaba haciéndolo hace ya bastante tiempo.

Recordé tantas veces que estuvimos frente al cálido fuego de la chimenea y yo le mostraba con orgullo algún dibujo que había hecho. Después, al crecer, leía en voz alta alguna frase del libro que leía, usualmente graciosas o emocionantes, pero nada. Ni siquiera una mirada o un comentario para decirme que dejara de intentar tener algo de su parte.

Creo que un niño, adolescente, inclusive un adulto, deja de intentar obtener algo o de hacer cosas que disfrutaba sino tenía un halago a cambio. O si las únicas personas que tenías para ti, parecían no tomarle importancia.

Y aunque estando ebrio era capaz de decirme que no servía para nada, o que lo que hacía o le mostraba no le impresionaba, me dolía mucho más su silencio.

A veces —mejor dicho: siempre— me preguntaba e imaginaba que tan diferente hubiese sido mi vida si mi madre hubiera soportado mi nacimiento.

Mis recuerdos se desvanecieron cuál vaho, al escuchar la campanilla de la puerta, anunciando que alguien había entrado o salido del establecimiento.

Para mí suerte, se trataba de Philip, quién después de entregarme mi bebida, se sentó junto a mí. De reojo lo miré. Su pobre vestimenta no podía protegerlo de aquel clima y me preocupaba que contrajera un resfriado.

Al abrir mi abrigo, inmediatamente sentí el frío recorrer cada centímetro de mi cuerpo y no pude evitar temblar ante aquello, cosa que no pasó desapercibida para el muchacho a mi lado.

—Joven Damien, ¿Que está haciendo?, Va a enfermarse si no se cubre…

—Y tú también.

Tras una seña, el joven Pirrup pareció no entender, al menos no inmediatamente, ya que después, con algo de duda, se acercó lo suficiente para rodearlo con mi brazo y cubrirlo con mi abrigo.

A pesar de que nuestros cuerpos estaban más que juntos, ninguno de los dos se mostró incómodo con eso y pronto logramos entrar en calor.

Logré distinguir diversas miradas que se posaron sobre nosotros, pero era algo que no me importaba. No tenía qué. Además, de algún modo, encontrarme de esa forma con el rubio, me hacía sentirme…en casa.

—¿Estás cómodo? –me animé a preguntar.

—Sí, muchas gracias, joven Damien. –dijo, dando un sorbo a su café.

—Puedes llamarme Damien. –lo miré—. El "joven" no es necesario. –afirmé, sintiendo como él solamente asintió.

Duramos un par de segundos en completo silencio, acompañados por el sonido de las personas a nuestro alrededor, sin embargo, no pude contenerme de preguntar:

—Philip, ¿No tienes ropa más abrigadora?

—No señor. –sentí que envejecí—. Digo, no Damien. Verá… –se alejó un poco de mi cuerpo y el frío no esperó a volverse hacer presente—. Mi familia no tiene tanto dinero para poder sostenerse. Con algo de suerte logramos tener algo de pan sobre la mesa. –explicó—. Creo que usted ya debió de darse una idea hoy que estuvo en mi hogar.

𝐂𝐀𝐌𝐄𝐋𝐈𝐀𝐒 ━━ DipDonde viven las historias. Descúbrelo ahora