Días Robados

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*AVISO: Esta historia puede contener Spoilers del Libro de Boba Fett, si no la has visto es posible que no debas seguir leyendo. 



Vanth se levantó, todavía exhausto de su recuperación, habían pasado ya días desde que se despertó y era hora de salir de la habitación, estaba harto de estar solo con sus pensamientos así que caminó hacia el salón del trono.

Fett le saludó al verlo.

-¡Vaya ahí está! No pensé que se levantaría tan pronto, Mariscal.

-El aburrimiento es difícil de combatir (dijo con una mueca de molestia, su brazo aún le molestaba). Quería agradecerle por la asistencia médica, después de todo ocupé el tanque demasiado tiempo.

-Su gente luchó bien, además Djarin tuvo algo que ver en la decisión. Él debe de estar cerca, Fennec, ¿Puedes ir a avisarlo?

-Perdone, ¿Quién? (exclamó Cobb, extrañado).

La mujer hizo un gesto de afirmación mientras salía de la habitación, regresando al poco tiempo con un hombre completamente cubierto con una armadura plateada y un pequeño ser verde en brazos.

-¡Mando! no sabía que estabas aquí, parece que él ha vuelto (comentó el Marshall con una sonrisa dirigiéndose al niño).

El aludido emitió un sonido vocálico muy alegre.

-Eso parece (dijo el hombre con voz afectuosa, acto seguido el Mandaloriano profirió un saludo acompañado de una inclinación de cabeza). ¿Cómo te encuentras?

-Como si me hubiera pasado un tren por encima, pero supongo que podría ser peor.

-Me alegro, ¿Quieres volver a la ciudad? Puedo acompañarte.

Para entonces el Mandaloriano se había acercado a él, cogiéndolo suavemente de la parte posterior de la cabeza de manera que la frente de Cobb se apoyó en el frontal de metal de su casco. El Marshall murmuró de forma animada en asentimiento y se dirigieron hacia la puerta al tiempo que se despedían de Fett, quien mostraba una sonrisa sospechosa.

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Mando pasó las siguientes semanas entre Ciudad Libre y salidas puntuales para hacer algún trabajo para Fett. Djarin había insistido en ayudar a Cobb en sus labores mientras se recuperaba, el Mariscal sospechó que en parte era porque se sentía culpable, a pesar de que él mismo no pensaba que eso fuera cierto y se lo hizo saber, no podía negar que le agradaba su compañía y que se había encariñado con el niño. Ese sentimiento se hizo aún más fuerte agarrándose a su pecho cuando el Mandaloriano le explicó que ahora que el pequeño había regresado y tenía una nave lo suficientemente rápida para ir y volver estaba pensando en quedarse en un lugar más o menos fijo, preguntándole si quedaba alguna casa deshabitada.

Lo cierto es que sí que había espacio de sobra en la ciudad por lo que comenzaron a preparar un lugar adecuado donde pudieran quedarse, pero el proceso llevaba tiempo así que Cobb le ofreció quedarse en su casa mientras tanto, habilitando la pequeña despensa para el niño mientras Mando se quedaba en el sofá. Los meses transcurrieron tranquilos hasta que una noche ocurrió algo inusual.

Mando había regresado de una de sus salidas con el niño dormitando en sus brazos, lo dejó en la cuna y acto seguido se sentó pesadamente en el sofá. Vanth al ver su estado de ánimo le ofreció una copa, después de todo él también había terminado sus labores como mariscal hasta el día siguiente y necesitaban relajarse, sorprendentemente Din aceptó.

Ambos se sentaron uno al lado del otro, el Mandaloriano levantaba su casco puntualmente lo justo para beber lo cual hizo que la imaginación del mariscal se desatara, después de todo nunca había visto tanto de él.

Lo cierto era que el hombre parecía mucho más relajado, riendo con frecuencia e incluso se tambaleó un poco al levantarse, lo cual hizo que ambos estallaran en carcajada. Le gustaba esa versión desinhibida de Mando, incluso le contó anécdotas de sus viajes, una de ella fue el cómo había conseguido la piezas de su nueva nave de los mismos seres que una vez lo electrocutaron para robarle. El Marshall pensó en que podría escuchar el sonido de esa risa modulada toda su vida.

Todo iba normal hasta que al final de la velada ambos se apoyaron pesadamente en el respaldo del mullido mueble, cansados del día, Mando se quedó pensativo, se incorporó, deshaciéndose de su casco y dejándolo sobre la mesa en frente de ellos para acto seguido tomar un sorbo de su vaso como si todo fuera normal.

Cobb se atragantó con su propia bebida, lo cual hizo que Din bajara la cabeza de forma tímida, como si intentara ocultarse de nuevo.

-Yo...pensaba que eso no estaba permitido.

-No lo está, pero ya lo hice antes, supongo que ya no importa...(Din tenía un gesto de profundo pesar y arrepentimiento).

-Parece que eso tiene una historia más larga (instó Vanth).

El Mandaloriano dudó antes de continuar.

-Me quité el casco para proteger a Grogu, así que mi tribu me rechazó.

Eso hizo que a Cobb le embargara una profunda oleada de compasión e indignación compartida, entonces alcanzó la enguantada mano del otro hombre lo más suavemente que pudo.

-Eso no es justo, estabas ayudando a un expósito ¿esperaban que dejaras que le hicieran daño solo por no incumplir una regla? Has servido al credo toda tu vida y te rechazan así, debe de haber cosas mucho más importantes que te hacen ser un Mandaloriano y diría que tu las cumples todas, nada cambiaría eso, compañero.

-Gracias. (Din expresó con una resaltada e inesperada sinceridad).

Cobb se paró a observarlo por un momento, su aspecto real contrarrestaba profundamente con la imagen que daba su armadura de él. Era tranquilo, casi...normal.

En un alarde de valentía Vanth eliminó el espacio entre ellos en lo que fue el fantasma de un beso, entonces Din se congeló y el mariscal retrocedió rápidamente.

-¡Lo siento! No pretendía sobrepasarme, yo....

Mientras miraba al hombre frente a él la expresión de Djarin cambió despacio a una sonrisa arrogante y depredadora.

-Está bien.

Su voz había bajado un tono e hizo que a Cobb le recorriera un escalofrió, lo cual nunca pensó que podía ser bueno hasta ahora. Su mente divagó, "Diablos, tenía razón, sí que tiene una linda sonrisa...", y entonces supo que estaba perdido.

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Esa fue solo la primera de muchas noches sucesivas en las que Djarin no tuvo que preocuparse por quedarse en el sofá, y si su armadura acabó abandonada de forma desordenada en el rincón de la sala de estar, nadie tenía que saberlo, ¿no?

Esa fue solo la primera de muchas noches sucesivas en las que Djarin no tuvo que preocuparse por quedarse en el sofá, y si su armadura acabó abandonada de forma desordenada en el rincón de la sala de estar, nadie tenía que saberlo, ¿no?

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