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—¿Me tiras la copa y ni siquiera te disculpas? Joder, las neoyorquinas os creéis intocables

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—¿Me tiras la copa y ni siquiera te disculpas? Joder, las neoyorquinas os creéis intocables.

Esa voz grave, derrochando seguridad y cierta chulería, consigue sacarme del trance en el que me habían sumergido esos ojos azules como el océano del Caribe. Consigo dejar de enfocar la vista en ellos para mirar su rostro al completo, lo cual es casi peor. El chico me saca una cabeza y tiene el cabello castaño con suaves rizos que rodean su cara y parecen ser indomables. Su mandíbula es afilada y perfecta, y en sus mejillas se adivinan dos hoyuelos que seguro aparecen cuando sonríe. Y sus labios, tan carnosos, tan...

—¿Quieres una foto de recuerdo por diez pavos? Los vídeos los cobro más caros.

Su tono demanda mi atención de inmediato y me obliga a dejar de mirarle como si fuera una obra de arte expuesta en un museo. Inmediatamente, entro en modo supervivencia a pesar de mi estado de embriaguez y trato de recordar las pocas frases que han salido de su boca para conseguir reaccionar a ellas de alguna manera.

—Ni siquiera soy neoyorquina, gilipollas —bufo con el ceño fruncido y, de reojo, observo que tiene en la mano un vaso casi vacío. Parte del contenido que debía tener antes es ahora una mancha oscura en su camiseta negra.

—Vaya, ¿latina? No, no... ¡Tú eres española! —resuelve finalmente como si hubiera ganado un juego, una sonrisa burlona pronto curvando sus labios y provocando que sus hoyuelos salgan a saludar.

—Mitad española, pero eso no es asunto tuyo.

—Ha empezado a ser asunto mío cuando me has tirado la copa por encima.

—¿No te has dado cuenta de que ha sido un accidente o qué?

—¿No te enseñó tu papá que hay que pedir perdón por los accidentes?

La mención a mi padre hace que me encienda y noto como mis mejillas se colorean de rojo cuando la sangre sube a mi cabeza. Este hecho, junto con esa estúpida sonrisa burlona que sigue pintada en sus labios hacen que inmediatamente le coja ojeriza.

—¿Y a ti no te han enseñado a no ser un imbécil rematado que se mete en los asuntos ajenos como si fueran suyos?

—Dios mío, eres toda una reina del drama, ¿eh?

Él se limita a reírse mientras deja su vaso casi vacío sobre una estantería. Acto seguido, se quita la camiseta negra como si estuviera en su propia casa, revelando un torso espectacular que parece haber sido esculpido por el mismísimo Miguel Ángel. Es entonces cuando me doy cuenta de que sus brazos están cubiertos de tinta negra, así como parte de su pecho. Mierda, ¿por qué todos los hombres físicamente atractivos tienen que ser tan idiotas?

—¡¿Pero dónde te crees que estamos, en un club de striptease?! ¡¿Qué coño te crees que haces?!

—No sé si te has dado cuenta, pero tengo la camiseta mojada y paso de ponérmela manchada de alcohol. ¿Se te ocurre alguna otra alternativa, puritana?

Serendipia {Trilogía Inefable #1}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora