Capítulo 1

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Tendría que haber escuchado a mi propia voz cuando me pedía a gritos que me alejara de él.

Desde el primer momento en que nuestros ojos se cruzaron, supe que lo que tenía de peligroso, lo tenía de adictivo.

Y quizá, si no lo hubiera probado, estaría a salvo.

🔸🔸🔸🔸🔸

-¡Está listo el pedido de la mesa ocho!- exclamó Sebastian.

-¡Voy enseguida!- respondí elevando la voz para que pudiera escucharme por sobre el murmullo de las personas.

Caminé hacia el mostrador con la bandeja de plata vacía que rápidamente fue ocupada por un café americano y un croissant.

El recuerdo de mi primer día trabajando como mesera invadió mi mente: apenas tenía diecinueve años y las manos me temblaban mientras hacía equilibrio para que los platos no cayeran.

Hoy, dos años después, había logrado caminar con mayor naturalidad, e incluso, a paso apresurado para evitar que la comida se enfriara.

-Aquí está su pedido- anuncié mientras dejaba la vajilla con delicadeza sobre la mesa.

Carrie, nuestra fiel cliente, me sonrió con dulzura. Era una mujer de unos setenta años que todos los días venía a tomar su merienda en la cafetería. Hacía tanto tiempo que la conocía que a veces se sentía como si fuera parte de mi familia.

Su marido había fallecido hacía tres años y desde entonces pasaba las tardes aquí.

Muchas veces, cuando no había más clientes, me sentaba a charlar con ella. Y era increíble tener cerca a alguien con tanta experiencia y sabiduría para compartir con el mundo.

-Gracias querida. Hoy te ves radiante- respondió sonriendo con sus labios pintados de color rojo carmesí. Carrie, era una mujer muy bella, y apostaba el poco dinero que tenía, a que de joven debía haber roto muchos corazones.

-Oh, muchas gracias- reí suavemente - Y tú también, ese peinado te queda fantástico- dije haciendo referencia al recogido que se había hecho en su cabello gris claro.

Carrie tocó su cabeza con la punta de los dedos y me lanzó una mirada pícara.

En ese instante, en la mesa de atrás, un hombre con cabello colorado alzó su mano captando mi atención.

Me acerqué con buena predisposición, aunque se notaba a leguas que él no la tenía. Su ceño fruncido y su constante resoplido lo delataban.

-Quisiera la cuenta- dijo con semblante serio.

Asentí manteniendo la sonrisa y cargué la bandeja con la vajilla usada para volver al mostrador.

Allí se encontraba Sebastian, mi amigo y compañero de trabajo. Lo conocía desde hacía dos años, cuando por un anuncio en el periódico había llegado a la cafetería.

Él trabajaba aquí desde antes y eso fue de gran ayuda en mis primeros meses. Era bastante torpe, y eso parecía divertirle.

Inevitablemente nos habíamos vuelto buenos amigos y estaba muy feliz por ello.

-El amable señor de la mesa dos pide la cuenta- le dije mientras enfatizaba el adjetivo con ironía.

Sebastian sonrió de medio lado, compadeciéndose de mi. Estábamos acostumbrados a que las personas nos trataran de ese modo, como si nuestro único objetivo en la vida fuera servirles.

Comenzó a teclear a gran velocidad en su computadora mientras yo dejaba la taza y el plato sobre la mesada, para luego lavarlos.

Claro estaba que este no era mi sueño de vida; trabajar en esta cafetería solo era un medio para mi fin: estudiar diseño de moda.

ADICTIVODonde viven las historias. Descúbrelo ahora