Guerra, sé que no nací al término de la Gran Guerra, aún no tengo claro la cantidad de personas que murieron en ella, pero mi mamá me dijo que fueron millones de ellas, algo muy horrible y ahora con el presentimiento de que algo se avecina, algo muy malo.
Nací el 14 de febrero de 1920 así es en San Valentín, en la capital de Alemania, Berlín. La verdad me crie como toda niña normal judía. Iba a la escuela, jugaba con mis amigas tanto de la misma religión que yo, como también cristianas, incluso con novio, cuyo nombre era Klein, también judío. Una vida común y corriente hasta que nuestro gobernante, Adolf Hitler, empezó a hacer discursos sobre que nuestra religión era una amenaza para la próxima "raza pura" que quería formar, por lo que empezó a excluir a los nuestros de la sociedad, que según él no teníamos ni el derecho de ser llamados personas, puesto que ante sus ojos no lo éramos. Yo lo interpretaba como insectos que él y las personas que estaban a su favor, debían exterminar de una vez por todas. Y así lo quiso y se hizo, puesto que poco a poco se nos fue prohibiendo tener un estilo de vida como los no judíos. Primero, no podíamos asistir a las escuelas, tampoco podíamos tener radios, ir a las tiendas, comprar comida, ir al teatro. Esto último me molestó y me entristeció mucho, ya que era un lugar al que yo amaba ir, de hecho, quería aprender a tocar el violín y participar en algún concierto, habría sido el mejor día de mi vida, pero tampoco podías darte el lujo de comprar o poseer un miserable instrumento, sin embargo, lo que más me marcó, lo que llamé racismo al extremo fue que debíamos llevar la estrella de David, estrella que simboliza mi religión, en nuestra ropa, para que de ese modo las personas supieran quiénes eran judíos y quiénes no. Supongo que así se les hacía más fácil poder discriminarnos sin necesidad de preguntar uno por uno. No es como si me molestara llevar la estrella, lo que me efecto fue el hecho de que, al usarla, lo vieran como un modo de excluirnos de todo.
Aun así, yo continuaba disfrutando mi vida, como supiera interpretarla normal. Algunas veces salía con Klein a escondidas en la noche cerca de un pequeño lago a las afueras de Berlín. Siempre que planeábamos salir nos poníamos de acuerdo en el mismo lugar y la misma hora, así como a las dos o tres de la mañana, para que nadie nos viera, sin embargo, cada noche nos arriesgábamos a correr un enorme peligro que nos pudo haber costado nuestras vidas.
Recuerdo la primera vez que nos conocimos, yo tenía apenas había cumplido los dieciséis años y el día anterior me encontraba llorando porque había discutido con mi mamá por no haberme hecho una fiesta de cumpleaños, ni por permitirme si quiera a invitar a una de mis amigas. Ahora entiendo la razón, pero a esa edad era tan infantil e ingenua que no tuve nada mejor que hacer que montar un berrinche e irme de la casa con el corazón destrozado.
En el pasado:
(La historia comienza desde el 15 de febrero de 1936 en adelante).
Estuve deprimida tanto el día de mi cumpleaños como el siguiente. Aquel día llegué a tal pequeño lago, rodeado de un verde pasto a pesar de que ya era invierno y había nevado hace tres días atrás. Los árboles estaban sin ninguna hoja, pero los cubría aquel cielo gris, cuyas nubes eran tan oscuras como el humo que sale por las chimeneas de las casas. Recuerdo que yo siempre protestaba cuando mi mamá la encendía, le decía que contaminaba al ambiente, pero ella me decía inmediatamente que no le importaba ensuciar el aire de estos alemanes. Por poco y le recrimino diciendo que era alemana también, aunque luego entendí que se refería a sus intenciones por dejar sin aire a aquellos que les hacían la vida imposible a nosotros los judíos. De todos modos, no habría funcionado, ya que también íbamos a respirar aire contaminado.
Me encontraba mirando mi reflejo en el lago con mis ojos empapados en lágrimas, aunque en realidad apenas podía verme, sólo tenía una vista borrosa de mí misma. No me importaba llorar, de hecho, me ayudaba a desahogar la rabia que sentía siempre y cuando estuviera sola, pero aquel no era el momento porque de repente escuché los pasos de alguien, pensé que quizás sería algún soldado a regañarme por algo, mas no fue así, sino que era Klein. En ese momento me limpié los ojos con la manga del chaleco azul con botones que me tejió mi tierna abuelita materna Margaret, quien murió el año pasado por un infarto el 14 de octubre de 1938, estaba sola en su casa y se le encontró sin vida al día siguiente por mi tía Sarah. No asistí a su funeral, estaba tan deprimida y no quería que mi último recuerdo fuera verla en un ataúd como si estuviera en un sueño del que nunca iba a despertar. No, mi último recuerdo de ella fue un mes antes de su muerte, estábamos cocinando la cena, para un cumpleaños secreto para mi madre que fue el dieciocho de septiembre. Fue un lindo día, cocinamos lo que había simplemente, que eran papas, zanahorias, tomates y algo de pollo, para hacer una especie de sopa que le encantó a toda mi familia. No sé cocinar, mi mamá siempre ha hecho ella sola las comidas, así que mi abuela hizo la gran mayoría por su cuenta. Honestamente no sé hacer nada con respecto a la cocina, pelar tomates o lo que sea es una tarea muy difícil para mí debido que no tengo la más mínima idea de cómo tomar un cuchillo y si llegara a cortarme, me moriría si llegase a ver la sangre. Mi mayor fobia es la sangre, ese líquido rojo y espeso que corre en mis venas, pero vital para vivir es algo que prefiero que se mantenga en su sitio sin que salga al exterior. Retomando lo del cumpleaños de mi madre, ese día lo pasamos muy bien, el tierno aire de los últimos días de verano, la contagiosa risa de mi adorada abuelita, los chistes sin gracia de mi padre, mis locas historias de cómo iba a llevar a cabo mi plan para asesinar a Hitler cuando hacía sus discursos al pueblo y el infaltable regaño de mi madre para decirme que no hablara tan fuerte, sin duda para mí ese fue el mejor último recuerdo de mi abuela, cómo iba a querer verla sin vida, sé que ella habrá perdonado mi falta, siempre fue muy amable y buena con todos. Por esa razón es que me cabe la duda de porqué nos ven como una amenaza si hay muchos de nosotros que jamás le haríamos daño a nadie.
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Estoy de tu Lado
RomanceAlemania. Cuando se aproximaba una segunda gran guerra, la joven judía, Juliet, debe experimentar la discriminación por su religión, mientras que el soldado Jack Hess, disfruta de su nuevo cargo como comandante del ejército Nazi. Sin siquiera presen...