Capítulo 9

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Alguien se estaba bajando del vehículo. Podía jurar que era el mismo hombre que nos interrumpió a mí y a Klein cuando nos estábamos riendo muy fuerte. Aquel sujeto sólo me miraba. Al estar todo tan oscuro no pude distinguir su expresión, pero no era enojo, no era odio, mucho menos alegría. Cuando noté que se estaba acercando a mí. Quise correr, alejarme de él lo más pronto posible y no volver a verlo nunca más, sin embargo, de seguro que traía un arma consigo y al más mínimo movimiento que yo pudiera hacer, él me dispararía sin dudarlo ni un segundo. Probablemente ya estaba acostumbrado y yo sólo sería una víctima más de las tantas que ya ha tenido y seguirá teniendo en toda su vida como soldado.

— ¿Qué haces aquí a estas horas?

Huir, fue lo primero que pude pensar, aunque ya antes había descartado esa opción de mi mente, escapar era imposible, mucho más desde el momento en que bajó de su vehículo. Cuando habló me estremecí a tal punto que podía jurar que él lo había notado. Sentí mucho miedo, a pesar de que su modo de hablar era tranquilo, éste seguía siendo firme y autoritario. Sonaba casi al mismo tono que solía usar mi padre, quien, en sus tiempos como profesor, ya estaba acostumbrado a hablar de esa manera, con autoridad, pero respetuoso e incluso amable. Pensé en él y en mi madre, cómo serán sus reacciones cuando les den la noticia que su hija había muerto por el simple hecho de salir a estas horas de la madrugada en pleno toque de queda. Sentí una fuerte presión en el pecho, el simple hecho de imaginarme a mi madre llorando desconsoladamente y mi padre tratando de contenerla sin éxito y llorando junto a ella, era una imagen que no podría soportar y seguir pensando en ella sólo iba a lograr que me desmoronara en medio del momento más tenso de mi vida. Independiente de lo que pudiese pasar, debía ser fuerte hasta el último minuto.

— ¿Qué haces aquí? — volvió a preguntar. Habló más fuerte esta vez, hasta temí en la posibilidad de que más soldados podrían llegar.

Ya no tenía ninguna escapatoria, por lo que sólo tuve que aceptar mi destino. Tomé las fuerzas necesarias para poder responder. Si llegara a matarme, al menos me habré defendido o haber dialogado un poco con él. El primer pensamiento que se me vino a la mente fue inventar una mentira, sin embargo, y por desgracia, sea lo que tenga que decir, jamás me serviría de justificación por haber violado el toque de queda. Viéndolo de un modo más realista, no había absolutamente ninguna excusa que fuera lo bastante creíble para una situación de ese estilo.

— Yo, bueno... — apenas me salían las palabras, estaba muy nerviosa y cómo no estarlo, si su miraba continuaba clavada en mí — yo... estaba tomando algo de aire.

— Algo de aire... — suspiró — ¿Sí sabes que hay aire por todos lados?

— Me refiero a aire fresco, me gusta la brisa de invierno — nunca le contaría que fui a ver a un chico, bueno a mi novio. No quería meterlo a él también en este asunto.

— ¿Sabes algo? Tienes mucha suerte. — terminó de decir y yo lo miré extrañada.

— Por qué.

— Si hubiera sido alguien más, no se habría limitado a preguntarte, ya te habría disparado.

En eso tenía toda la razón, no sé por qué, pero pareciera que él no quería matarme, sólo causarme miedo. Pensar en que quería asustarme me molestó mucho y aunque fuera algo muy estúpido de mi parte, no iba a complacerlo con eso.

— Y por qué no lo haces y ya — alegué firmemente.

— ¿Quieres que lo haga? — dijo provocando.

— Para eso trabajas, se supone que si eres del ejército nazi — decir esa palabra se me revolvía el estómago — tu deber es eliminar a los que contaminan la creación de su "nueva raza perfecta". — con eso último usé un tono de sarcasmo demasiado obvio.

— Tal vez, pero, qué crees, no estoy armado.

— De seguro que sabes técnicas de combate sin armas.

— Muy cierto, qué inteligente — ¿acaso se estaba burlando de mí? — pero eres mujer y yo nunca golpearía a una mujer, sea de la religión que sea.

— Qué caballeroso de tu parte — mi tono de voz no había cambiado — Déjame ver si entiendo. ¿No me golpearías por ser mujer, pero sí me dispararías? ¿Cuál es la diferencia?

— La diferencia es... — lo pensó — que con un arma sería más fácil y rápido, y tal vez no te dolería tanto, en cambio matarte a golpes sería muy desagradable para ambos.

— Como quieras, si no vas a matarme, entonces déjame sola, tengo que volver a mi casa antes de que salga el sol.

— Así que saliste sin permiso, qué hubieran pensado tus padres si algo te pasaba.

— Estarían bastante desesperados y tristes, ¡Ya lo sé! — no pude evitar gritar.

— No es necesario que me levantes la voz, yo no lo he hecho, pero al parecer quieres que te descubran.

— Sabes qué, me voy — me di la vuelta inmediatamente, tenía más que claro que no iba a matarme, sino que me estaba fastidiando como si fuera una niña pequeña y él uno de esos tontos bravucones de la escuela.

No se limitó a hablarme, sólo pude oír que entraba a su auto. Al menos se iría y me dejaría en paz. Sin embargo, me percaté de algo que me molestó aún más, estaba tomando el mismo camino que yo, la calle estaba a mi izquierda por lo que miré y me di cuenta que me está observando.

— Qué demonios quieres — exclamé enfurecida.

— ¿Te llevo a casa?

Eso me sorprendió aún más, por qué actuaba así, se suponía que Hitler les lavó el cerebro a todas las personas, que ellas debían odiar a los judíos, que debían pensar que nosotros éramos la peor amenaza existente, pero él era distinto. Realmente no me cayó en la cabeza cómo es que él no le creyó a un tipo tan desagradable como nuestro actual mandatario, acaso ha estado de incógnito en el ejército y así idear un plan para acabar con aquella ideología. Tenía muchas dudas, pero aquel sujeto me resultó tan fastidioso, que prefería quedarme sin respuesta alguna.

— No gracias, no creo que te gustaría que un judío ensuciara tu auto.

— No te lo pediría si no fuera así, además supongo que ustedes deben ser tan limpios como cualquiera.

— Bueno, eso es cierto, pero no por mucho, porque he oído rumores de que nos quieren cortar el agua potable.

Quedó mirando el vacío por un momento, no sabía qué responder, pero yo rompí ese momento.

— Además, — añadí — mi casa está a una cuadra de aquí, no te molestes en ir a dejarme.

— Está bien — se rio — entonces sólo me iré, pero antes debo decirte algo.

— Algo como qué

— Si tus salidas nocturnas son muy frecuentes y como van las cosas, no esperes a llegar a la adultez, ni tampoco esperes a que sea yo de nuevo la próxima vez que te encuentres a alguien.

— Sí lo sé, ahora vete.

— Si le contara a alguien que sigo las órdenes de una niña judía, uno, se lo tomaría como una broma o dos, me dispararía al instante.

— Ese es tu problema, que por favor sea la opción dos, no me caes para nada bien — lo miré y pude notar que sonreía, bueno, admito que yo también.

— Como sea, será mejor que te des prisa — terminó de decir aquello y se fue de inmediato, por mi parte continué con mi camino. Sólo me quedaban dos casas más para llegar a la mía.

Aun no me explico cómo es que el camino de regreso a mi casa fue más corto que el de cuando salí de ésta, de todos modos, me alegraba haber llegado sana y salva. Sin duda que mi primera salida a escondidas estuvo llena de un montón de cosas para recordar.


Estoy de tu LadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora