Capitulo 27

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Arrojó el móvil en el sofá y se llevó las manos a la cara a modo de frustración. Acababa de colgar una llamada con su hermana y ésta le había echado la bronca como si tuviera quince años. A veces le sorprendía lo mucho que Alicia había crecido y madurado para la edad que tenía. 

Luego de haber estado dando vueltas por su casa luego de que Luisita se fuera, Amelia terminó por recurrir a la única persona que podía en ese momento: Su hermana. 

La pequeña - no tan pequeña - la había ayudado a calmarse y a aclararse. Alicia la había reñido por la manera de accionar que había tenido. No ponía en duda los sentimientos de Amelia, ni tampoco la castigaba por sus celos, porque sabía que no eran malos mientras los supiera gestionarlos y no expresarlos de un modo que pudiera afectar negativamente a la otra persona. 

Estuvieron casi una hora hablando, hasta que Amelia por fin reconoció que se había excedido y que hubiera sido mejor hablarlo de manera tranquila. 

Cuando hubo colgado la llamada, suspiró pesadamente, cogió sus cosas y se marchó a donde debía. 

***

Luisita estaba frente al portátil con el ceño más fruncido que de costumbre. Había llegado y no había querido darle más vuelta al asunto porque sólo lograría enojarse más. Así que lo único que hizo fue centrarse en su trabajo pendiente para la editorial. 

No supo cuantas horas exactamente habían pasado cuando el ruido del timbre la sacó de sus pensamientos. Se quitó las gafas y se restregó un poco los ojos. Se levantó de la silla estirando su espalda que comenzaba a dolerle por la posición y fue a abrir. 

Abrió la puerta y ahí estaba Amelia con una expresión que supo descifrar. 

– Amelia… – Dijo pesada. – Si vienes de nuevo a discutir, no tengo ganas. Estoy cansada.

– No, no… no he venido a eso. – Hizo un intento de sonrisa. – ¿Puedo? – Pidió entrar. 

– Claro. – Respondió tranquila. 

– Tenías razón. – Dijo una vez dentro. – No debí haber reaccionado así, y por eso te pido perdón. 

– Ya, Amelia, yo lo acepto. Pero necesito que hables conmigo si algo te molesta, no que te pongas a la defensiva y reacciones como hoy. 

– Tienes razón, cariño. – Agachó la cabeza. 

– ¿Cómo puedes siquiera dudar lo que siento por ti? – Soltó la pregunta que no dejaba de darle vueltas en la cabeza. 

– No dudo de ti, no lo haría. – Cayó derrotada en el sofá. – Es solo que… – Dejó la frase al aire.

– Es que, ¿qué? – Se sentó junto a ella. – Habla conmigo, mi amor. 

Cuando la rubia la llamó así, dejó caer todas las barreras que había levantado y se sintió completamente tonta por todos esos celos. 

– Es que te vi sonreír y hablar tan suelta con ella que me dio algo justo aquí. – Se señaló el estómago. – Y si vieras como te mira, Luisita, entenderías cómo me siento. 

La rubia asintió procesando ahora toda la información que le había dado la morena.

– ¿Sabes? Cuando te conocí no era capaz de entablar una conversación con una persona sin sentir ansiedad o sentirme juzgada. – Comenzó a relatar. – Pero desde que estoy contigo, me has hecho creer en mí misma, me has ayudado a ser un poquito más libre. Y debo reconocer que me emocioné cuando me di cuenta que ahora no me sentía mal al hablar con alguien por primera vez. Y eso fue todo gracias a ti. 

Cuartel 16Donde viven las historias. Descúbrelo ahora