Capitulo 20

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– ¡Holaa! – Habló nada más entrar a su casa para hacer notar su presencia.

– ¡Tita! – La pequeña llegó corriendo y se abalanzó sobre Amelia que enseguida la tomó en brazos llenandole la cara de besos.

– ¿Y mamá? – Le preguntó a la niña refiriéndose a su hermana.

– En la cocina.

Tía y sobrina se fueron juntas al encuentro de la otra mujer que faltaba. Alicia estaba terminando de poner la mesa y el olor a comida que salía de la cacerola le hacía rugir las tripas.

– Que bien huele. – Bajó a la niña de sus brazos y se acercó a darle un beso en la mejilla a su hermana.

– Gracias. – sonrió. – Venga, todas a lavarse las manos que esto ya está. – Indicó.

Almorzaron juntas la comida que Alicia había preparado llevándose elogios de parte de Abril y de Amelia. Comieron entre risas y monadas de la más pequeña. Una vez terminaron, entre las dos juntaron y lavaron los trastes que habían utilizado, mientras que la niña había salido corriendo al sofá a ver dibus.

Cuando terminaron, Amelia se apoyó en la pared de la cocina que tenía vista al salón y no sacaba la mirada de una Abril que luchaba por no quedarse dormida, hasta que no pudo más. Con el permiso de Alicia, fue ella la que la llevó en brazos al cuarto para que pudiera descansar tranquila.

Volvió al salón y como su hermana le había dicho, había destapado una botella de vino. Se sentó a su lado y dejó salir un suspiro de nostalgia que la había invadido desde que entró al piso.

– Es una pena que ya os vayáis. – Reconoció. – Voy a echarlas muchísimo de menos.

Así era, ya había pasado casi una semana desde que Alicia se había plantado en la puerta de Amelia de sorpresa. Era casi las tres de la tarde del viernes y madre e hija se volverían esa misma noche a Zaragoza.

– Anda, ya estarás deseando que nos vayamos y te dejemos tranquila para que puedas aprovechar el piso con Luisita. – La picó guiñandole el ojo.

– Qué va – Rió avergonzadamente sabiendo a qué se refería

– ¿Qué? ¿No me digas que aún...? – La miró con la ceja levantada y Amelia continuaba en silencio con la cabeza gacha – ¿Tú? ¿En serio? ¿Estamos hablando de la misma Amelia que solía salir a bares y terminar con diferentes chicas?

– ¡Oye! Eso no es verdad.

– Está bien, exageré un poco. Solo me sorprende porque ya llevan más de un mes y medio.

– No es que no quiera, me muero de ganas en realidad. Es por Luisita, o por mí también, no lo sé. – Por primera vez Amelia comenzaba a hablar de su miedos con alguien.

– Explícate porque no te estoy entendiendo.

– A ver... El tema es que... Luisita es intersexual. – Iba a seguir hablando pero Alicia la interrumpió.

– Ah, que tiene polla y tu estas cagadisima.

Amelia la asesinó con la mirada – Hija, se puede ser más bruta. – Le golpeó el hombro. Y una duda se generó en ella. – ¿Y tú como sabes que es una persona intersexual?

– Es que las nuevas generaciones venimos con mucha información. – Dijo en broma. – ¿Recuerdas cuando tuviste un problema con ese tío del bar, y contactamos con una asociación LGTBQ? – Amelia asintió. – Pues seguí yendo incluso luego de que todo se solucionara y ahí he aprendido.

Cuando Amelia apenas tenía 22 años, tuvo un incidente con un chico en un bar que no dejaba de hostigarla a ella y a la que era su novia en ese momento, tanto que la morena se cansó y le estampó un vaso en la cabeza. El tipo no tuvo casi daño, pero la denunció por agresión. Ahí contactaron con una asociación de Zaragoza que defendía y acompañaba a personas del colectivo. Aunque Alicia aún era pequeña y tenía 17 años, desde ese momento se dedicó a colaborar con dicha asociación. Aunque se considerara una persona heterosexual, sabia de los peligros que corrían las personas del colectivo y ella quería ser parte de ese cambio. Por su hermana y por el resto, estaba decidida que queria dedicarse a la abogacia y en un futuro poder ayudar a personas del colectivo y poder acompañarlas mientras tanto colaboraba en la asociacion que con los años no habia dejado de aprender sobre la educacion sexual.

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