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No pensaba mucho. Solo pasaba rudamente a través de la multitud y con la pizca de razón que le quedaba, esquivaba los movimientos bruscos para evitar que los tragos que llevaba, se regaran.
Bueno, al menos lo había intentado.
— ¡Cuidado que hay...
Avísenle después.
Había tropezado con un escalón que separaba la casa del patio, perdiendo el equilibrio. Por inercia, quiso agarrar algo de lo cual sostenerse y soltó uno de los tragos. Estiró su mano y lo primero que llegó a su alcance fue la camisa de Juan, quien había apresurado el paso para ayudarlo y evitar una desgracia.
— un escalón...
Le ayudó a recuperar el equilibrio.
— Mierda, perdí uno.
— Te daré el mío si quieres, yo puedo compartir con Ari.
Alfonso negó y siguió caminando hasta llegar con dos pequeños bultos tirados en el pasto. No pudo evitar reír, tomando por sopresa al par que yacía en el suelo.
— ¡Por fin! Ya estaba por quedarme dormida.
Ari se levantó y corrió hacia su novio quitándole uno de los tragos y pasándoselo como si de agua se tratase.
— ¡Pásalo con cuidado, amor! ¡Es fuerte!
Ari le vio enarcando una ceja.
— ¿Fuerte? Sabe dulce, está muy ri-
Empezó a toser e hizo una mueca.
— ¿Por qué pica y amarga?
Juan vio a Alfonso en busca de ayuda.
— Es un toque sorpresa pero si te lo decimos ya no será sorpresa.
Se alzó de hombros haciendo reír al trío a su alrededor. ¿Algo dulce que se volvía picante y amargaba? ¿Qué mierda les había dado ese idiota?
Ari habló.
— Bueno, sea lo que sea está delicioso. Pruébalo, Amelia.
Alfonso reaccionó al segundo y estiró el trago hacia ella, quien lo aceptó gustosamente. Le dio un pequeño sorbo. Le veía expectante esperando su reacción. Y entonces tuvo respuesta.
Amelia le sonrió.
— Delicioso.
El alma de Alfonso había vuelto a la Tierra y le hacía respirar, por fin.
— ¿Y tu trago?
Una curiosa Amelia veía sus manos vacías.
— ¿Ves el escalón que está antes de entrar a la casa?
Ladeó su cabeza apuntando a la entrada. Ella desvió la mirada para fijarse a lo que él se refería. Asintió.