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Esa mañana decidí guardar el brazalete en una caja al fondo de mi habitación. Sabía que Félix no me lo aceptaría de vuelta así que lo guardaría mientras me decidía si venderlo, regalarlo o tirarlo a la basura.

Juleka me hizo darme cuenta que Félix era una enorme distracción que no valía la pena.

Adrien pasaba por mí en su coche, me sentía feliz de ver su sonrisa cada mañana. Poner música que amamos, cantarlas a pulmón juntos y después despedirnos enfrente de la universidad.

La semana fue así, tranquila.

Quizás la vida no sería mejor si sólo me dedicaba a ser la enemiga de Félix.

Esperaba tranquila el bus para regresar a mi casa cuando de repente sentí que alguien me tomó por el hombro y me empezó a llevar a su lado.

—¡¿Qué diablos?!— exclamé molesta intentándome zafar. Al alzar la mirada pude verlo. Félix, se le notaba molesto, decidido, pensativo.

—Vendrás conmigo, yo te llevaré a casa.

—¿Quién te crees para darme órdenes?

Él sonrió falsamente, con ironía.

—Me molesta que actúes como si no tuvieras el más mínimo interés en lo que te estoy a punto de decir. Sabes que es así, así que no sé porqué la terquedad.— Me abrió la puerta del copiloto.—  Sólo sube.

—No lo haré.

Lo estaba exasperando, podía verlo en su rostro.

—¿Por qué tienes que ser tan necia?— reclamó.—Sólo déjame llevarte a tu casa y ya.

—Que no.

—¡Dios, Marinette!— se quejó. Volteé a mi alrededor, afortunadamente no había nadie cerca para ver esto.— Sube.— insistió.

—No. Lo. Haré. Entiéndelo.

Se acercó hacia mí con la paciencia totalmente perdida. Por un momento me sentí en peligro, mi corazón se aceleró y pensé que podría tirarme un golpe como en las batallas o...

Pero no, sólo se detuvo y vio mi rostro. De vez en cuando bajaba su mirada hacia mi muñeca.

—¿Qué tengo que hacer para que me prestes atención a mí también?— sus palabras sonaron dulces y desesperadas a la vez.

Podía sentir su boca demasiado cerca de la mía y mi cuerpo cediendo sin poder impedirlo a su proximidad. Me robaba el aliento. Cerré los ojos, quería concentrarme en su aroma, en su calor, en esto.

—Sé mía, sólo mía.— susurró rozando mi boca. —Y yo seré tuyo, sólo tuyo.

Infect me // FelinetteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora