Menos doce

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Ella está encerrada en una casa que parece una cárcel. Las paredes duelen, el suelo corta, el techo le encierra.

Una casa en la que escucha gritos que no puede socorrer, escucha golpes que no puede evitar.

Se pone cascos, con música a todo volumen para no sentir lo que en realidad pasa a su alrededor, para intentar evitarlo. Porque si no lo escucha no lo siente, y puede que así no duela tanto. Pero no funciona. Sigue matándole cada vez que suena una voz cargada de odio, aunque no sea a ella, probablemente le duele más que si lo fuera. Las palabras se le clavan en cada una de sus costillas, como si de cuchillos se tratasen, y los gritos se sienten como disparos directos al corazón.

Y ella está ahí, debatiéndose entre la vida o salir para decir que paren, que a ella también le duele.

Es curioso como las personas que más te quieren son las que más daño te hacen. Ahí ella se pregunta si de verdad la quieren o si lo hacen sin querer.

Pero sigue doliendo que sean los seres que más quieres, y que más se quieren, y sin embargo se dañen.

Y escucharlo desde otra habitación es tan horrible, es el sentimiento de una balanza, donde en los extremos está el peso entre salir y pararlo o apartarse. Por ahora pesa más la idea de apartarse, y no porque quiera, si no por cobardía.

Ella sabe que es muy cobarde, es la primera crítica de sí misma, y esa crítica le duele más que cualquier otra, porque ella es la que de verdad se importa.

Así que sigue escuchando música y llorando, porque no puede soportar escuchar lo que pasa a través de las paredes, pero sobre todo no puede soportar el no hacer nada al respecto.

Cuando pare la tormentaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora