Fin del Juego

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Fin del juego

—¿¡Qué significa esto en el nombre del Señor!?— gritó Hidan cuando Naruto interrumpió en la iglesia con un fuerte estruendo.

Naruto se estaba volviendo loco, simplemente no podía controlarse. Sakura estaba atrás de él, la podía sentir, ella había querido detenerlo, pero él estaba demasiado exaltado para hacer caso a la razón.

Naruto mostró su placa mientras caminaba con pasos pesados hacia donde estaba el diácono, sacó su arma reglamentaria y lo apuntó cuando se detuvo justo el hombre se terminó de volver a él. Hidan abrió grande los ojos mientras levantaba las manos.

—Jesucrito..— murmuró con la voz llena de asombro.

—¡Naruto!— gritó Sakura poniéndose entre el diácono y él, justo bajo de su brazo extendido. Sus delgados dedos se cerraron en su chamarra mientras intentaba agitarlo, pero apenas pudo moverlo un poco—. Cálmate, maldita sea— le dijo en voz baja—. No tenemos pruebas para que entres así...

Naruto apretó los dientes, observando el rostro pálido del diácono. Él quería meterlo en la cárcel de todos modos, pero no podía simplemente entrar en la iglesia y llevárselo.

—Señor Namikaze...—, empezó lentamente Hidan, aún con las manos alzadas, bajando un escalón del altar dónde había estado dejando una vela.

—¡Quieto! ¡Te volaré la maldita cabeza!— rugió con su voz más potente y autoritaria.

—Naruto..— volvió a gruñir Sakura, intentando bajar su brazo extendido.

—¿Qué significa estos gritos en la casa de nuestro Señor?

Naruto se movió un poco hacia el costado para ver al obispo salir aún con esa tonta cosa blanca enorme en su cabeza. El rostro del obispo se volvió tan blanco como todo su traje cuando vió el arma.

—Hijo mío, baja el arma. Estás en la casa Dios— dijo con voz enojada.

Naruto apretó sus dedos en la culata tan fuerte que temblaron por un segundo. Él aún no había sacado el seguro, pero tampoco creía que los religiosos lo supieran.

Él silencio se volvió tan tenso y profundo mientras los tres se miraban. Naruto podía casi sentir la maldad salir de ellos, estaba seguro que uno de esos...

—Detective Namikaze.

Naruto bajó el arma lentamente cuando escuchó la voz tranquila del detective Nara de Suna a su espalda. El silencio aún seguía, así que pudo escuchar perfectamente los pasos tranquilos del hombre delgado acercarse con lentitud. Naruto lo registro por el rabillo del ojo, pero no desvío la mirada de ambos religiosos que los miraban como si fuera Reyes desde ese altar más alto e iluminado.

Shikamaru se detuvo al lado de él, hasta donde estaba le llegó el olor característico del cigarrillo que estaba fumando.

—La señorita Hyūga ha proporcionado nueva información—, dijo simplemente, sus ojos aburridos y oscuros también en los religiosos, su postura relajada como si no hubiera visto que Naruto los había estado apuntando hace unos segundos.

—¿Qué?— preguntó Naruto con un jadeó, volviéndose a él.

Nara no lo miró, pero asintió.

—Ella lo está buscando— dijo para llevar el cigarrillo a la boca y darle una pitada.

—No puede fumar aquí—, dijo el diácono bajando un escalón más.

—Ah ¿no?— preguntó Shikamaru.

—No. Es un vicio que Dios no permite. Ensucia su alma y la casa de nuestro Señor— dijo con la voz llena de reproche.

Naruto observó como Shikamaru alzaba una ceja mientras le daba una mirada a su cigarrillo. Él llevó el cilindro a sus labios, dándole una calada más para lanzar el humo hacia arriba,como si le importará muy poco.

—Lo siento. Pensé que Dios odiaba al pecado, no al pecador—, respondió.

Naruto se asombró cuando Shikamaru escupió en su cigarrillo, apagandolo, para luego levantar los dedos a la altura de su pecho y dejar caer el cilindro mirando fijamente a los religiosos.

—¿Cómo se atreve...?— murmuró él obispo Danzō dando un paso hacia los escalones.

No contento con eso, Shikamaru piso la colilla con la punta de su pie, aplastándolo todo y ensuciando el suelo.

—Pues ya que ensucie la casa de su Señor, no le importará una pequeña mancha más ¿o no?

—Naruto vámonos de aquí— le exigió Sakura ahora que la mirada de ambos religiosos estaban en Shikamaru.

—¡Váyanse! ¡No son bienvenidos en la Casa de Dios!— exigió el obispo con el rostro ahora rojo.

Los tres se marcharon sin una palabra más. Una vez que estuvieron afuera, Sakura le dió una leve palmada a Shikamaru en el pecho.

—Eres diabólico— rió bajo.

Shikamaru resoplo.

—No es la primera vez que me lo dicen..

Naruto ya no pudo escuchar más cuando empezó casi a correr al edificio de Hinata, cruzando la calle y entrando dentro del perímetro que habían cerrado sus muchachos. Apenas fue consciente de que él equipo de evidencias había llegado. Dos hombres estaban en la puerta del ascensor pasando el polvo para tomar huellas.

Él simplemente se dirigió a la habitación del conserje, encontrando a Hinata en la misma silla. Su mirada estaba vidriosa y perdida en una de las esquinas. Él se arrodilló frente a ella y tomó sus manos frías en la de él, dándole un apretón.

—¿Conejito?

Hinata bajó la mirada a él lentamente y de repente comenzó a llorar. Ella se apoyó en él cuando se inclinó y lo abrazó. Él acarició su espalda, intentando saber qué había pasado. Miró hacia un costado, encontrando a Gaara sobre la silla a horcajadas, mirando la escena.

—¿Que sucede?— le preguntó a Hinata, pero ella al parecer no podía contestar mientras sollozaba.

Gaara se levantó de su silla, llamando su atención de nuevo. Él guardo su celular.

—En breve tendremos la orden de arresto— le dijo con voz grave.

—¿Para quién?— preguntó confundido.

—Toneri Otsusuki.

Naruto frunció el ceño, sabiendo que también había sospechado de él, pero no le había visto pinta de asesino. Él hombre había sido delgado, casi una mierda andante, pero le faltaba esa oscuridad. Su mirada no había sido tan vacía como tendría que ser la de un hombre que había matado a tantas mujeres... ¿O si?

—La señorita Hyūga nos ha proporcionado su dirección. Iremos con Shikamaru, Pero te recomiendo que la lleves a otro lugar, un lugar seguro dónde él no pueda encontrarla si se da cuenta que lo seguimos y se escapa.

Naruto apretó más fuerte en sus brazos a Hinata y asintió.

No la apartaria de su mirada, aunque le habría gustado ir a buscar al bastardo él mismo. Pero se contentaba con que lo atraparan y ya no pudiera hacer daño a otras mujeres...

 Pero se contentaba con que lo atraparan y ya no pudiera hacer daño a otras mujeres

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