Capítulo XIV

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Lev Smirnov

Años antes...

Me siento en el escritorio de mi oficina totalmente cansado y abrumado. Hoy ha sido un día de mierda, no he parado un instante de trabajar. Son pasadas las doce de la noche y recién termino la videoconferencia con el presidente de los Estados Unidos, imbécil. Hemos estado hablando hace dos horas hablando sobre proyectiles y demás cosas corruptas, allí probablemente sea la mañana, llegamos al acuerdo de que le enviare lo acordado la semana entrante.

Además, debo postularme este año en las elecciones de Rusia, no me basta con ser el gobernador y el más grande mafioso anonimato del mundo.

Seré futuro presidente de todo Rusia, el más poderoso a nivel mundial. El apellido Smirnov será tendencia por donde lo mires. Manejo la más grande mafia, la envidia de todos, el apellido Smirnov se relució gracias a mí. Lev Smirnov, el mayor de los hermanos, empresario y gobernador, unos rumorean que soy un maldito asesino mafioso, que por eso no debo ser presidente, y claramente no se equivocan. Pero siempre me salgo con la mía, aun así, tenga que matar al presidente actual, me saldré con la mía cueste lo que cueste. Y el maldito de Dimitri me ayudara en aquello.

Mi secretaria sexy entra a mi despacho, lleva puesto un vestido negro que se adhiere a su cuerpo como una segunda piel. Con unas botas que le llegan hasta las rodillas, odio ese tipo de calzado. Su cabello rubio suelto y un labio rojo carmesí. Me desato la corbata en cuanto la veo entrar. Una mojigata, clásico en películas clichés.

—Señor Smirnov. Le informo que ya no se encuentra nadie en el edificio. Todo despejado para su partida. Mi horario laborar ha terminado y le pido amablemente permiso para marcharme —murmura cabizbaja y quiero reír por lo patética que se ve.

—Permiso denegado —susurro con voz ronca. Hoy me apetece diversión. Podría ir a Salem, un hermoso lugar donde se descargan bestias como yo, pero sería un gran viaje y no me apetece moverme de Rusia.

—¿En qué puedo ayudarlo señor Smirnov? —susurró con voz temerosa y vergonzosa. Virgen. Lo note desde que entró al despacho, juega con el dobladillo de su vestido nerviosa y aprieta sus piernas para contener la excitación. El rojo de su rostro me demuestra lo avergonzada q se siente por los pensamientos que pasan por su mente.

—Dime Nea. ¿Eres virgen? —pregunto con tono superior.

—S-Si s-señor —murmuró nerviosa. Justo como me gustan.

—¿Quieres seguir siéndolo? —me puse de pie y comencé a asecharla dando vueltas a su alrededor como lo haría un animal salvaje.

Cabello rubio natural al igual que sus ojos cafés, ningún tatuaje a simple vista, senos y culo perfectamente naturales y pequeños. Sin un piercing donde lo pueda ver. Una mujer que podría pasar desapercibida si así lo quisiera. De esta manera me gustan las mujeres, inútiles y manejables.

—Y-Yo no lo sé —volví a mi lugar tomando mi trago de Whisky.

—¿Te interesaría follar conmigo? —pregunte directo como de costumbre.

Asiente directa y segura. Le hice una señal con el dedo que venga hacia mí. Y hizo caso a mi orden.

No iba a negar que me encanta el sexo duro. Pero es virgen, con las vírgenes hay que tener cuidado, me gusta sentir lo estrechas que están y como rompo la pequeña barrera que impide mi paso. Me otorga poder.

No hace falta declarar que no soy delicado o bueno, pero como ya menciones estoy demasiado exhausto como para moverme duro y fuerte en mis embestidas.

Ella se colocó a mi lado nerviosa y tire mi mano para que la tomase, toco mi mano con sus dedos temblorosos, sonreí otorgándole confianza.

Smirnov  [+21]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora