Capítulo 4

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Había ocultado su rojiza cabellera bajo el gorro con el fin de no ser reconocido. Por lo visto había funcionado. O eso, o los guerreros de Crom, aunque la palabra esbirros encajaba mejor, no eran muy inteligentes. Informaciones confusas habían llegado a sus oídos. Necesitaba más datos antes de armar sus conjeturas. Por tanto, aquella noche se había vestido de un modo más informal y humilde, para seguir los pasos de aquellos brabucones sin levantar sospechas.

Caminaba a una distancia prudencial tras ellos. La oscuridad de las callejuelas, sumado a lo achispado de los individuos en cuestión, proporcionaban un escenario fácil por el cual moverse. Bien camuflado bajo el tartán, descansaba su dirk, no había llevado el claymore para no levantar sospechas. Aquellos hombres no parecían ir armados, pero su masa corporal era más que considerable para tomar precauciones.

Lo guiaron a través de las calles, que habían adquirido un aspecto mucho más hostil que durante la luz del sol. Estaban en un silencio pétreo, tan solo interrumpido de manera atroz por el bullicio de las salpicadas tabernas. La luz de los locales iluminaba tenuemente la cercanía de la calle. Las figuras fantasmagóricas aparecían en cada esquina. Amantes calmando su pasión, borrachos tirados por el suelo y alguna que otra trifulca ambientaban las aceras.

Tras llegar a una zona menos céntrica, los guerreros entraron en un edificio de dos plantas de en cuyo cartel había dibujado un cisne con las alas abiertas. Se trataba de un burdel. Alistair esperó un poco para entrar en el local, mientras represaba mentalmente todas las posibles salidas por si acaso lo necesitaba. La puerta principal, un par de ventanas, puerta lateral...

Allí estaba. Lorna recuperaba el aliento después de haber tenido que esquivar una pelea, en la que un par de sillas sobrevolaron su cabeza. Temía haberle perdido la pista, pero conocía bien la zona. Con lo que adivinó sin mucho esfuerzo que su destino era el burdel más famoso de Caladh. Un escalofrío la recorrió de pies a cabeza. Maldijo mentalmente a Isobel por ponerla en aquella tesitura. No quería estar allí. No quería ver lo que el capitán iba a hacer en ese lugar.

Respiró hondo intentando calmar sus nervios.

¿Por qué no entraba? ¿Por qué no se movía? Era sumamente extraño. Los hombres solían casi volar para atravesar aquellas puertas. Como si la hubiera escuchado, comenzó a andar hasta que la pesada puerta se cerró con fuerza tras él.

Miró a su alrededor antes de salir de su escondite. Ni muerta iba a entrar a ese lugar. Pero tenía que espiar al maldito capitán como fuera posible. Al menos, si no quería enfadar a Isobel. Espiar tras las ventanas frontales era muy arriesgado, sopesó observando el edificio. Sin embargo, la estrecha ventana lateral no parecía estar mal situada. El callejón le proporcionaba la oscuridad necesaria, para protegerse de posibles miradas indiscretas desde el interior.

Se deslizó como una sombra hasta el lugar. Echó una ojeada para localizarlo, no fue difícil. Estaba sentado, la mesa de madera, parecía ridículamente pequeña en comparación con su cuerpo. En aquel momento, una mesonera de curvilínea figura le estaba sirviendo una jarra de cerveza. A pesar de su exagerado contoneo, McGregor no le prestaba demasiada atención. Respondió al giño de la muchacha con una incómoda sonrisa.

Aquello descolocó a Lorna. Los hombres se abalanzaban sobre las mujeres en aquellos lugares. Qué él no siguiera ese patrón era desconcertante. ¿Para qué diantres había ido allí si no era para retozar con una moza a cambio de unas monedas? Esperaba que ocurriera algo más que verlo tomar cerveza. Estar allí en cuclillas, no era nada cómodo ni agradable. Además, tampoco había pasado tres horas frente a la pensión donde se alojaba para nada. A pesar de la confusión, su actitud calmó a Lorna. No estaba preparada para verlo con una mujer en sus brazos.

Criatura Salvaje | Saga Salvaje IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora