Las noches de verano eran cálidas en Caladh, Lorna solía dormir con el fino y desgastado camisón. Sin embargo, la noche anterior no había podido evitar el deseo de estrechar el tartán entre sus brazos y respirar su aroma. Olía a él, en una mezcla de sudor, tierra mojada y algodón. Seguía tan confusa como la noche anterior tras escuchar las últimas palabras con las que se despidió.
Decidió devolverle el tartán justo a la mañana siguiente. Se dijo que así evitaría más dolores de cabeza, aunque bien sabía que la tela estampada no era la culpable de nada.
Se atavió con un viejo vestido marrón, remendado varias veces, además de un ligero chal grisáceo.
Frente al espejo se recogió el cabello en la coronilla, se esmeró en domar algunos mechones sueltos para enmarcar su rostro. A pesar de que se dijo que era su rutina diaria, nunca se había mirado tantas veces al espejo inspeccionando su apariencia. Lavó su cara, cuello y escote con agua tibia después se pellizcó las mejillas en un intento de conseguir rubor en su pálida piel.
Miró dubitativa el primer cajón del destartalado mueble, estiró la mano para alcanzar el pomo. Pero se arrepintió a los poco segundos. Un escalofrío la recorrió de pies a cabeza. Recogió el tartán de la cama, lo dobló metiendo en el zurrón de cuero para marcharse.
Enfadada consigo misma, caminó por las calles de Caladh haciendo que la tierra temblará bajos sus pies. Pero cómo podía ser tan tonta como para abrir aquel cajón. Torció la esquina a gran velocidad, evitando los comentarios del panadero, el cual se quejaba del precio del grano a otro hombre.
Subió la cuesta con determinación esquivando los transeúntes que se dirigían a su puesto de trabajo, incluso tuvo que hacerse a un lado para que un burro cargado no la arroyara. No podía volver a caer en el mismo engaño, sin embargo, su subconsciente parecía no haber aprendido la lección. Al fin había llegado a la plaza donde se encontraba la pensión donde se alojaba el maldito capitán. Deseaba deshacerse del tartán cuanto antes. En realidad no, su deseo era muy distinto, había sido tan fuerte que la había impulsado abrir el cajón para coger...
—¿Seamus? —expresó en voz alta al ver como el muchacho salía de la pensión donde se alojaba McGregor.
La imagen era de lo más inesperada para ella. Se acercó al muchacho interceptándolo en su camino.
—¿Seamus que hacías saliendo de aquella pensión? —cuestionó. Él la miró enojado antes de hacerse a un lado para continuar su camino. — ¡Seamus! —insistió mientras lo agarraba por el brazo.
—¿Ahora si quieres hablar? —contestó haciendo evidente su enfado.
No habían vuelto a hablar desde hacía tres semanas. Desde que él fue a buscarla aquella mañana. De hecho, ambos se habían evitado a conciencia, Seamus no comprendía el silencio de Lorna y ella no quería explicárselo. Ella sabía que debía dar el primer paso.
—Lo siento Seamus, sé que no me he comportado, ni te he agradecido como es debido lo que hiciste por mí. —dijo haciendo un gran esfuerzo. El cambió su semblante y Lorna supo al momento que la había perdonado. El bueno de Seamus era así de comprensivo y amable. —Pero Seamus, debes comprender que hay cosas que no puedo expresar en voz alta. Pertenecen a mi pasado, no quiero que se hagan un hueco en mi futuro.
—Lo entiendo. Espero que estés bien ahora. —contestó y le dedicó un cariñoso abrazo.
Lorna lo aceptó, aunque no duró mucho, las personas reunidas en la plaza empezaban a cuchichear. A pesar del cariño que se tenían, no podían expresarlo en público, las consecuencias no serían beneficiosa para ninguno.
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Criatura Salvaje | Saga Salvaje II
RomanceSegundo libro #sagasalvaje Tras varios años perdida en su propia vida, Lorna ha conseguido la estabilidad que tanto ansiaba. Refugiada en las tierras de Caladh, ha creado una nueva Lorna de la que pocos conocen su verdadera historia, lo único certe...