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Puede que los arcanistas se hicieran llamar aristócratas y pudieran vivir como ellos, peor no eran nada más que unos usurpadores, la única razón por la cual llegaron a ser nobles era únicamente por el hecho de que cada familia deseaba que el poder de los arcanistas corriera por las venas de sus linajes y así aumentar su poder y posición de su familia en la política del antiguo imperio.

Pero había habido excepciones, varias familias de la auténtica aristocracia se mantuvieron puros y no se dejaron corromper por la estirpe de Arcanis. Como consecuencia esas familias habían perdido poder, pero no riqueza y prestigio, ahora con la caída de los arcanistas y el alzamiento de la república, si bien los títulos de nobleza habían sido eliminados, esas familias eran aliadas de la república y ostentaban gran poder actualmente.

Este era el caso de los Von Ashtur, la familia a la que Samantha pertenecía y en esos momentos iba camino a una batalla que podía decidir el futuro de su familia.

La república no funcionaba como lo hacía el imperio, pero algo parecía no cambiar nunca, la riqueza podría comprarlo todo, especialmente a los funcionarios del nuevo gobierno. Samantha aún se impresionaba al ver como el oro valía más que el honor, más que la lealtad, más que los ideales de las personas y incluso había visto en persona como el oro valía más que el amor.

En esta ocasión debía comprar la lealtad de un hombre muy particular, un nuevo recaudador de impuestos que había reemplazado al viejo James, un hombre que su padre había conocido durante años y uno de los socios más importantes de los negocios de su familia. Lo que era curioso sobre este asunto y la razón por la cual Samantha había suplicado a su padre que le permitiera encargarse, era que el reemplazo del viejo James también podría haber heredado sus negocios y los había desmantelado. Básicamente era como encontrar una bolsa repleta de monedas de oro y decidieras que la bolsa era perfecta para ti, pero no su contenido y por eso tirarlo a la basura.

El lugar donde su presa habitaba era muy parecido a una cueva, pues todo el complejo de recaudadores estaba debajo de la sede de gobierno y consistía de un largo pasillo de piedra iluminado por linternas de aceite y varias puertas a ambos lados. Algunas de esas puertas estaban abiertas y en su interior se podían ver a comerciantes que cerraban tratos y a funcionarios que firmaban como testigos y cobraban sus comisiones. Samantha debía admitir que ese lugar funcionaba como una máquina muy bien engrasada.

Tal y como recordaba su oficina debía estar al final de este pasillo, justo detrás de la última puerta. No había ido muchas veces a ese lugar, su padre muy rara vez iba a ver al recaudador en persona a su oficina y era aun mas raro que decidiera llevarla a ella con el.

En la última puerta la estaban esperando dos hombres, ambos estaban armados con revólveres que colgaban de sus cinturones, también pudo ver que llevaban uniformes, pero no del ejército o de la policía de la ciudad, estos hombres llevaban uniformes negros un color poco común.

- ¿Tiene una cita señorita? - pregunto uno cuando Samantha se paro en frente de ellos.

Además de estar armados y bien vestidos, esos hombres tenían modales, Samantha supo al instante que eso no era bueno.

- No tengo ninguna cita programada - respondió al guardia.

El uniformado negó con la cabeza.

- Lamento informarle señorita, que solo aquellos con una cita pueden entrar a ver al recaudador - dijo el segundo con empatía.

Samantha les sonrió, si en algo era experta era en saber cómo y cuando una mujer debía sonreír. Los hombres la miraron con lástima.

- No tenía idea - dijo sin dejar de mirarlos con ojos suplicantes - pero, podrían hacer una excepción, estoy segura de que si le comunican al recaudador que la señorita Samantha Von Ashtur desea hablar con él, les ordenaría que me dejen pasar.

Las Semillas De ArcanisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora