Capitulo 10

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Cristianno

Corté el agua y salí de la ducha dando tumbos como un gilipollas. No me había calmado. De hecho, y siendo asquerosamente sincero, estaba tan preocupado por la reacción que tendría al encontrarme de nuevo con Kathia que apenas podía pensar en otra cosa. Bueno, en nada más siempre y cuando no tuviera en cuenta el persistente hormigueo en mi pelvis.

Apoyé los brazos en la encimera del lavabo y me miré al espejo. Gotas de agua resbalaban de los mechones de pelo y caían en mis mejillas enrojecidas; estaban bastante frías, pero me dio igual porque mi concentración se fue a la intensidad que había adquirido el azul de mis ojos. Me sorprendió lo ardiente que parecía.

Liberé un profundo jadeo y comencé a secarme con la toalla. Llegados a ese punto podía parecer el típico pervertido que solo piensa en meterla. Pero no era una simple excitación. Iba mucho más allá. Supongo que lo que mi cuerpo necesitaba era unirse a Kathia de todas las formas posibles para asegurarse de aquella realidad y pasar de los idealismos.

Pero había algo más, mucho más importante. Nuestro actual entorno iba a convertirse en el perfecto alimento para las dudas de Kathia en cuanto despertara. En el pasado, ya le había ocultado cosas y respondió con un justificado rechazo y enfado, dado que había fingido mi muerte y permitido que me llorara. Pero incluso ahora seguía ajena a varios factores tan importantes como el hecho de no haber muerto en aquella casa en ruinas.

Era a eso a lo que debía enfrentarme.

Me coloqué la ropa interior, los pantalones a medio abrochar y la camisa desabotonada y me acerqué a la puerta. Dudé cuando mis dedos tocaron la cerradura. Solo tenía que arrastrar aquel pedazo de madera y salir, no era en absoluto una maniobra complicada, joder.

Me lancé. La oscuridad, el silencio y el calor me abofetearon.

Cogí aire y me adentré un poco más en la habitación advirtiendo que la cama estaba vacía. Me inquietó bastante que no estuviera allí, pero enseguida me topé con ella. Estaba apoyada en el fingido alfeizar de la ventana y curioseaba el exterior a través del filo de la cortina, seguramente matando el tiempo mientras me esperaba.

Se me contrajo el vientre y el hormigueo se hizo más poderoso al observar sus piernas encogidas.

En esa posición, la forma de sus muslos era impresionante.

Pensé que, si la miraba un poco más antes de alertar mi presencia, no sería tan malo. Kathia no sabía que la observaba, ni que casi podía escuchar el caos de sus pensamientos.

De pronto suspiró y, todas las suposiciones que hubiera podido hacer sobre su reacción, se perdieron tras sus ojos, más plateados que nunca.

Nos miramos como si no lo hubiéramos hecho en mucho tiempo. No, no... Nos devoramos en silencio.

Ella me estudió, luchando por no dejarse llevar por las emociones que le despertaba mi cuerpo húmedo y a medio vestir. Y yo la observé dosificando mis tremendas ganas de ir hasta ella y atrapar su boca con la mía.

Kathia se dio cuenta de mis deseos y cerró los ojos dándome la impresión de que se le escapaba el control. Esa corta distancia que nos separaba acumulaba todas nuestras pretensiones por tocarnos.

Kathia

Había decidido esperarle tragándome la inquietud que me producía saber que solo nos separaba una maldita puerta. Pero, por momentos, me había costado muchísimo no entrar en aquel baño y observarle desnudo bajo el agua; de haberse dado ese momento, quizás me habría duchado con él. Había notado como esa necesidad se me pegaba a la piel y me empujaba.

5. MafiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora