capitulo 51

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Enrico

Hubiera querido tener tiempo para poder mirar a Cristianno y analizar su estado físico, pero, si dejaba de apuntar, nos acribillarían a tiros. Realmente casi me pareció un condenado milagro haber podido realizar la llamada a Prima Porta y para colmo recordar la matrícula del coche en el que se había ido Kathia.

Estábamos acorralados en el vestíbulo de la comisaría, había demasiados esbirros disparándonos desde los puntos más estratégicos. Realmente me parecía imposible encontrar una vía de escape.

Afuera, un dispositivo de al menos treinta hombres nos advertía de que, si decidíamos salir, dispararían a matar y sabía de su eficacia porque el grupo contaba con hombres que habían trabajado para mí. De hecho aquellos que estaban intentando alcanzarnos con sus balas también habían sido agentes míos.

No había espacio allí para tanto traidor. Ni tampoco para albergar algún tipo de esperanza.

Valentino nos había regalado la más imprevisible de las respuestas. Ya no jugábamos con un enemigo que buscara poder o riqueza e incluso hubiera optado por huir. No... Sus obsesiones habían terminado por distorsionarlo todo, le habían arrebatado la razón. El Bianchi sabía que iba a morir, lo había visto en sus ojos, pero, puestos a tener ese final, quería hacerlo a lo grande, llevándose a todo el que pudiera consigo. Por tanto su propia muerte no le importaba, el único propósito que tenía era hacer el mayor daño posible. Contra eso, un hombre estratega poco podía hacer, más que minimizar las pérdidas.

Mis intenciones se habían ido a la mierda en unas pocas décimas de segundo. Ahora mi hermana estaba lejos de mí y Cristianno se moría lentamente sin llegar a ser del todo consciente de ello. La situación ni siquiera nos dejaba tiempo a pensar con claridad en lo que había pasado, en cómo se había desarrollado aquel inesperado golpe. Simplemente nos limitamos a responder a los tiros mientras mi mente buscaba frenética una solución inmediata. Algo con lo que poder resistir.

Una bala rebotó en una de las esquinas de la mesa que Cristianno, yo y varios de mis agentes habíamos levantado para utilizarla de barricada. Enseguida me lancé a la cabeza de mi hermano postizo y le obligué a agacharse.

—¡Me he quedado sin balas! —gritó, lejos de preocuparse por su estado. Lo que me hizo pensar que aquel muchacho era mucho más impresionante de lo que incluso él mismo creía. Su fortaleza no tenía límites. No se me ocurría mejor hombre para mi Kathia.

Hice fuego de cobertura mientras mis chicos se recomponían y algo de mí se turbó al ver como el resto de mis agentes se habían dividido en grupos colindantes al mío y trataban de defenderse. Otros muchos yacían muertos en el suelo. Muertes con las que cargaría el resto de mi vida porque no estaban justificadas. Ellos no tenían nada que ver con la mafia, maldita sea. Era policías legales.

—¡Cargador! —gritó Gio, a nuestro lado. Cristianno cargó su arma y volvió a disparar.

—¡Tenemos que salir de aquí, Enrico! —exclamó en cuanto volvimos a escondernos. Pero yo me olvidé de pensar en cómo responderle al darme cuenta de que era la primera vez que podía analizarle.

—Mírame. —Le cogí de la barbilla.

—Estoy bien, Enrico. —Mentira.

—Abre los ojos.

—¡Estoy bien! —Clamó alejándose un poco—. Olvídate de mí y piensa en el modo de ir hasta tu

hermana, joder.

—¡¿Crees que no lo hago?! —chillé frustrado—. A Kathia no le haremos ningún favor si nos pegan un tiro, ¿entiendes? —De pronto mi móvil comenzó a sonar—. ¿Qué? —dije al descolgar.

5. MafiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora