Capitulo 60

123 8 0
                                    


Mauro

Una fuerte capa de humo ennegrecida me impedía respirar. Taponaba mis fosas nasales, oprimía mis pulmones. Arrastraba un aroma nauseabundo a pólvora y madera quemada. Pero curiosamente no me nublaba la vista.

Enfrente, a unos dos metros de mí, Cristianno agonizaba sobre el cuerpo moribundo de Kathia.

Ambos empapados con la sangre que esta había perdido.

Estiré un brazo y deseé poder encontrar las fuerzas para arrastrarme por el suelo e ir hacia ellos; tenía que hacer algo por salvarles, no podía dejar que murieran delante de mí.

Entonces... alguien sonrió. Toda mi piel se estremeció de miedo. Y, aunque no quise hacerle caso, supe qué vendría a continuación.

Alessio apareció sujetando una pistola. Me guiñó un ojo antes de apuntar a la cabeza de Cristianno con el arma.

—Despídete de tu compañero, hijo mío —dijo jocoso antes de presionar el gatillo. Aquel ruido atronador se entremezcló con mi grito desgarrador.

Y desperté.

Me incorporé en la cama como un resorte, notando la delgada capa de sudor pegada a mi pecho desnudo mientras estrujaba las sábanas entre mis manos. Jadeaba e incluso temblaba. Siempre que eso sucedía tardaba al menos unos minutos en volver a controlar mis constantes.

Esa maldita pesadilla se había repetido desde hacía semanas. Una y otra vez. En ocasiones incluso me robaba el sueño y ni siquiera los somníferos me ayudaban a recuperarlo.

Coloqué los pies en el suelo y me froté el cabello al tiempo en que recobraba el aliento. El sol entraba por los ventanales de mi habitación dándole un tono dorado al entorno. Eché una rápida ojeada hacia el otro extremo de la cama, pero, como había supuesto, Giovanna ya no estaba ahí.

A lo lejos, el agua de la ducha caía. Y eso me hizo sonreír. Me alegró saber que le había ahorrado el momento de verme de nuevo en la tesitura de recrear mis tormentos; ella también los arrastraba, a su manera. En realidad, todos teníamos algo que nos atormentaría de por vida.

Habían pasado unos tres meses desde que todo había terminado. Las primeras semanas fueron puro desconcierto. Tuvimos que dar muchísimas explicaciones, no solo a la prensa, sino también al estado. Situación que pudimos controlar excelentemente gracias al cargo de alcalde de Roma que se le había asignado a Silvano. Su gestión de rehabilitación ayudó a calmar los comentarios más odiosos y a convencer a los más escépticos; tanto que a nadie le importó que mi tío decidiera agotar la legislatura que debería haber cumplido Adriano Bianchi. Seguramente hasta repetiría.

Ahora mi familia vivía momentáneamente en la que había sido la mansión de la familia Carusso. La explosión que había provocado la muerte de Alessio destrozó las tres últimas plantas del edificio Gabbana haciendo que el inmueble completo corriera peligro. Y, teniendo en cuenta la zona en la que estaba ubicado, que hubiera un derrumbamiento podría provocar daños muy duros. Así que sería una

obra que llevaría meses.

Vivir en la mansión había sido idea de Enrico y Sarah. Allí había espacio suficiente (demasiado quizás) para albergar a toda la familia y además daba mayor privacidad de cara a la prensa y a los curiosos. Pero en mi caso, la estancia fue limitada.

Hacía poco más de seis semanas que nos habíamos traslado a vivir a la casa de Prati que adquirí para Giovanna. En realidad, era demasiado pronto para nosotros el dar un paso como ese, pero jamás fuimos una pareja normal. Ella no tenía donde ir y yo no estaba dispuesto a alejarme de ella, así que no se me ocurría mejor forma de empezar una vida juntos. De hecho, nos habíamos adaptado increíblemente bien.

5. MafiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora