capitulo 36

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Kathia

Sarah apretó mi mano antes de llevarse la otra a la boca. Ella tuvo la suerte de poder manifestar sus temores. Yo en cambio siquiera notaba mi vida fluyéndome por las venas. Son curiosas las diversas reacciones que puede tener un ser humano.

El doctor Terracota se quitó el gorro de quirófano y se ahuecó el cabello justo cuando las puertas se cerraban tras de él.

—Podéis estar tranquilas. El paciente ahora está estable. —El jadeo de Sarah se entremezcló con el mío, mientras mi cuerpo liberaba una flaqueza que me tambaleó—. Nos hemos encontrado con que el trayecto de la bala es inconcluso y restos de pólvora entre la clavícula y la primera costilla, además de pequeñas fisuras inocuas en la arteria subclavia. —Aquel doctor movía las manos con el objetivo de empatizar con nosotras—. Al parecer, intentó esquivar el impacto, de ahí que hayamos encontrado dos tipos de lesiones: fractura en la primera costilla y hemotórax. Tras las primeras pruebas hemos podido verificar que no había perforación pulmonar ni neumotórax debido al impacto de la bala. También hemos descartado una toracotomía porque por suerte la bala fue extraída antes de que el daño fuera mucho mayor.

Tragué saliva. Lo que creí que tal vez empeoraría las cosas, había resultado ser uno de los motivos principales por los que Enrico viviría.

—Así que hemos introducido una sonda pleural a través del tórax con el objetivo de drenar el aire y la sangre que había en la cavidad. Dejaremos esa sonda durante toda la madrugada para expandir el pulmón y lo mantendremos en cuidados intensivos para ver cómo evoluciona. —El doctor terminó aquel extraordinario diagnóstico regalándonos una sonrisa de confianza que inició aquella rara sensación de agitación en mí.

<<El paciente ahora está estable...>> Mi mano no pudo continuar enredada a la de Sarah.

Enrico viviría. No tendría su final en una mesa de operaciones. No tendría que llorar su muerte ni atormentarme con su ausencia. Vería a su hijo crecer, compartiría sus días junto a Sarah. Estaría a mi lado.

Estaría... conmigo.

Terracota continuó hablando, resolviendo las dudas que Sarah le planteaba. Pero mi mente ya no podía procesar más información. Ya no vi ni oí nada excepto mi corazón, que lentamente estallaba para convertirse en miles de fragmentos que después se volvían a unir en mi garganta y la oprimían. Y me asfixiaba.

Retrocedí. Primero di un par de pasos tímidos hacia atrás y después me di cuenta de que no tenía el control de mi cuerpo, que este buscaba huir.

No, huir no. Liberarse. Desfogar. Quizás gritar hasta perder la voz. Me replegué un poco más deprisa al tiempo en que las miradas de Sarah pasaban a formar parte de recuerdos imborrables. Esa mirada desesperada, satisfecha y mortificada al mismo tiempo. Seguramente ella pensaba lo mismo que yo.

Les di la espalda y empecé a caminar rauda. Si me pesaban las piernas, si me dolía el pecho o incluso si el agotamiento me ardía, ya no era importante. Nada lo era, excepto la vida de los míos.

Eché a correr. Notaba como miles de lamentos morían en mi lengua. No gritaría porque no podía hacerlo, no lloraría porque no encontraba mis lágrimas. Simplemente correría hasta que la extenuación me colapsara.

Pero me topé con alguien y el calor que esa persona desprendía me empujó a la locura. Cristianno también había echado a correr, noté como su pecho se estrellaba contra el mío, ahogado.

Le miré. Ahora que él estaba conmigo, esa desconcertante ansiedad que me embargaba, poco a poco, desapareció. Solo él tenía el poder de dominar todos mis instintos, de liberarme de la prisión de mis emociones.

5. MafiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora