capitulo 23

86 5 0
                                    

Sarah

Temblé.

El dolor empezaba a ser insoportable y no había forma de evitarlo. Si quiera contrayéndome. El frío, la sed, la humedad y también la culpa por no poder cuidar de mi hijo estaban haciendo estragos en mí.

Aquella primera toma de contacto con Valentino no me había facilitado las cosas. Él había querido sacarme toda la información que yo tuviera a golpe de tortura, pero fingí un desmayo y como castigo decidió encerrarme de nuevo quitándome el agua y comida.

No notaba demasiado esa carencia porque apenas llevaba un día, pero estaba segura de que aquello no había hecho más que empezar. Iban a dejarme morir de inanición, algo que me hería demasiado al pensar en mi hijo. Aunque nosotros no éramos los únicos que estábamos en peligro; Mauro probablemente sufría más que yo y eso me volvía loca.

Las lágrimas se me escapaban con demasiada facilidad.

De pronto, noté como Ying me cubría con su manta roída. Procuró tapar todo mi cuerpo mientras yo me concentraba en el fuerte peso de su aliento. No necesitaba saber demasiado para deducir que padecía un problema respiratorio.

—¿Estás bien? —susurró ella. Y yo forcé una sonrisa que supe que vería entre las sombras.

—Nunca había estado mejor —bromeé secándome las lágrimas. Me acarició la frente y después palpó mis mejillas.

—Estás sudando y tienes un poco de fiebre.

—No te preocupes, Ying —le pedí cogiendo su mano.

Pero ella continuó insistiendo en su inquietud. Se arrastró por el suelo, hurgó en la esquina y regresó a mí antes de abrir una lata. Incluso aquel delicado sonido metálico me retumbó en el vientre.

Segundos más tarde me introdujo algo en la boca.

—Son galletas saladas —comentó—. Las guardo para una emergencia.

—Están ricas. —No, no lo estaban, pero el gesto hizo que su sabor rancio fuera maravilloso.

—Mentirosa —sonrió la joven china, y quise hacer lo mismo, pero un latigazo de dolor me atravesó por completo. Contuve un quejido—. ¿Por qué te llevas las manos al vientre?

—Es un acto reflejo —gemí.

<<No voy a perderte. Eres mucho más fuerte que todo esto>>, le dije a mi hijo.

—Sigues mintiendo. —Hubiera jurado que lo estaba haciendo genial, pero al parecer no era así.

De lo contrario, no se habría dado cuenta.

—No quiero que cargues con una realidad más.

—¿De cuánto estás? —Insistió ella y me maravilló que fuera tan perspicaz. Levanté una mano y acaricié su cabello.

—Eres demasiado lista. —Y lamentaba muchísimo que alguien como ella estuviera en un lugar como ese.

La cerradura chasqueó y provocó un sonido aterrador.

Sin más demora, dos esbirros entraron y se lanzaron a por mí. Me cogieron de los brazos y me arrastraron hacia fuera con rudeza. Las piedras del suelo me rasparon los pies.

—¡No! ¡No! —me quejé sin apenas fuerza.

—¿Adónde la lleváis? —Maldije a Ying porque, si hacia algo para protegerme, estaría tan en peligro como yo y no podría soportarlo. Su cuerpo ya había sufrido bastante.

—¡Basta! —grité al ver como un tercer esbirro le daba un guantazo. Cayó al suelo bruscamente—.

¡No le hagáis daño! ¡Haré lo que me pidáis! —Me tiré de rodillas al suelo—. ¡Lo que me pidáis!

Unos pasos tras de mí.

—Es bueno saberlo, Sarah. —Angelo Carusso.

Le miré por encima del hombro y dejé que su presencia me consumiera. Esta vez el temblar no fue suficiente.

—Vas a ser el cebo perfecto para atraer a mi presa. —Enrico...—. Veremos cómo reacciona cuando sepa que te tengo.

—No... —Empecé a llorar.

5. MafiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora