capitulo 47

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Mauro

Lo bueno de que Enrico fuera el comisario general de la policía romana era que, si queríamos disponer de todos los dispositivos, podíamos hacerlo y para colmo nadie podía oponerse. Precisamente eso era lo que me activaba; ese elegante imperialismo del que gozábamos, incluso en los peores momentos.

—Deséame suerte, bombón —le dije a Eric tras besuquear toda su bonita y respingona cara. Por cierto, habíamos estado dos horas intentando quitarle las pintadas del labio—. Es posible que tu príncipe me arranque la cabeza en cuanto se entere. —Bromeé refiriéndome a Cristianno.

Y es que todos allí pensaron que me quedaría en Prima Porta sin resistirme. Por supuesto pensaron que, por ahora, tendría dormida esa parte de mí que tanto le gustaba la camorra; aunque no fuéramos a encontrarnos con ella, íbamos a vivir un momento que no estaba dispuesto a perderme.

—Buena suerte —sonrió Eric, todavía muy debilucho—. Y cuida de mi niño. —Esa puñetera debilidad que sentía por mi primo... ¡A los demás podían darnos viento!

—¡¿Y mi cabeza qué?! —exclamé fingiéndome ofendido.

Salí de allí con una sonrisa, notando el hormigueo expectante de la emoción. Me sentía fuerte, me sentía preparado, era capaz de cualquier cosa y notaba esa energía fluyendo por mis venas mientras caminaba por el pasillo.

Hasta que mi primo dejó de hablar con Alex, Thiago y Kathia y me miró como si fuera su peor enemigo. Levanté los brazos tras dejarme someter a su examen visual. Se había dado cuenta de que estaba vestido para salir a la calle.

—¿Qué coño haces? —preguntó.

—Ponerme al día —dije como si conmigo no fuera la cosa. Lo que le enervó bastante.

—Regresa. —Y el muy capullo volvió a su conversación dando por hecho que le obedecería—.

No oigo como te largas, Mauro. —Lo dijo sin mirarme.

—Porque no pienso irme —admití haciéndome el gallito.

Cristianno cogió aire, se cuadro de hombros y me miró de frente dejando que todo su cuerpo desprendiera las ganas de partirme la cara que estaba sintiendo.

—¿Buscas problemas?

—¿Oh, los quieres? —Acepto que le estaba tocando los cojones y que me sorprendió bastante que, con la poca paciencia de la que disponía, supiera contenerse de aquel modo.

Se frotó la cara con exasperación.

—Mauro, joder... Regresa —gruñó.

—¿Cristianno, realmente piensas que voy a perderme este momento? ¿Cómo tengo que explicarte que estoy bien?

Íbamos a hacernos con la mansión Carusso, íbamos a desposeerlos de su bien más preciado y a entregárselo a la única heredera de Angelo Carusso. Joder, Kathia también estaba allí, era nuestro momento. No habría tiros, ni huidas ni imprevistos porque solo se buscaba enervar al enemigo al estilo Materazzi. Quería disfrutar de ese instante y ver la cara que se le quedaría a la di Castro cuando eso pasara.

—Dios, me sacas de quicio... —Cristianno se había dado cuenta de mi reflexión.

—Te adoro... —Tiré de sus brazos y le abracé hasta levantarlo un poco del suelo. Empecé a besuquearle.

—¡Auch! ¡No me des besos en el cuello! —Se quejó entre risas al intentar esquivarme sin éxito.

—No seas modesto, sé que te gustan.

—¡Estate quieto!

Giovanna apareció en el momento en que soltaba a mi primo. Cruzada de brazos, nos observaba sonriente. Me acerqué a ella como si hubiera sido hipnotizado por su presencia. Fue fascinante el modo urgente en que me sentía reclamado.

5. MafiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora