Capitulo 9

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Enrico

Casi sentí alivio cuando empezó a amanecer.

Esa había sido una de las noches más largas de mi vida. Toda la calma que había respirado me había inquietado mucho más que un contratiempo. Necesitaba que la acción tomara el protagonismo, que todo empezara a desmoronarse dentro de la cúpula Carusso. Ansié que llegara el momento y yo pudiera verlo todo desde la primera línea.

Pero era cauto, me gustaba jugar a la perversión que deja ese espacio en blanco entre mis enemigos y mis decisiones, listo para que yo lo escriba. Realmente debía disfrutar de ese silencio característico que precede al conflicto. Hace que la venganza sea bastante más seductora.

Sin embargo, incluso una persona como yo puede llegar a impacientarse y saborear ese doble sentido.

Mucho más si pensaba en Sarah...

Me perdí el momento en que el sol rayó el horizonte al cerrar los ojos. Estaba muy cansado, pero no debía dejar que eso me afectara. Me froté las mejillas para despejarme, me encendí un cigarrillo y miré el reloj.

En Tokio ya eran las cinco de la tarde, era una buena hora para llamar. Había llegado el momento de contarle a

Sarah que no iba a verme bajar de aquel jet privado.

Saqué el móvil del bolsillo, busqué su número y lo observé durante unos minutos. No era para tanto, solo íbamos a estar unos días separados. Pero resultaba que era yo quien no estaba seguro de poder soportar la distancia.

Tomé una fuerte bocanada de aire y llamé.

Pero nadie contestó y esa ya era la sexta vez que sucedía en los últimos tres días. Fruncí el ceño y estrujé el teléfono entre mis dedos. ¿Dónde demonios estaba? ¿Por qué no contestaba?

—No deberías fumar sin antes comer algo —dijo Sofía entrando en la terraza con dos tazas de café en las manos.

Me entregó una y tomó asiento a mi lado encargándose de que pudiera ver el bonito conjunto de lencería que llevaba bajo el albornoz. Como si no lo hubiera visto ya.

—Gracias —murmuré risueño mientras negaba con la cabeza.

A Sofía le encantaba provocar. Sabía que era una belleza y que cualquiera se volvería loco por ella. De hecho más de una vez había tenido que intervenir para alejarle a alguien.

—¿Has podido dormir? —Preguntó acariciándome la nuca con un movimiento casual. Desde luego así lo era, no buscaba nada más. Compartíamos esa clase de amistad.

—Algo... —Inconscientemente hice una cuenta atrás sobre el tiempo que tardaría en darse cuenta de que le había engañado.

—Miéntele a otro, monada —espetó con descaro y yo solté un risita—. ¡Mira qué ojeras! Con lo guapo que eres, eso es imperdonable. —Tiró de la piel de mis mejillas.

Sí, nos llevábamos un año, pero ella insistía en tratarme como a un adolescente. Siempre y cuando no decidiéramos terminar en la cama...

Se quedó mirando el horizonte y dejó que permaneciéramos unos minutos en silencio. La conocía bien, me estaba dejando analizar cuánto le iba a contar. Ella era así, tenía una mente muy masculina, no exigía lo que normalmente las mujeres exigen; supongo que por eso había tenido tantos

problemas con los hombres. Pero para mí ese fue uno de los factores por el que se convirtió en una gran amiga. Sofía me dejaba ser exactamente como quería ser, sin límites.

—Tus hombres me lo contaron todo, pero me dijeron que algunas cosas me las explicarías tú.

¿Piensas hablar o tendré que sacarte la información a mordiscos? —Comentó sin dejar de mirar al frente, sabiendo que en aquella terraza podríamos hablar sin apenas restricciones.

5. MafiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora