capitulo 62

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Enrico


Fue repentino.

Al ver como mi despacho en la comisaría general se sumía en la oscuridad tras apagar las luces, supe que había llegado el momento de hacer lo mismo con mis propios demonios.

Mantenerlos despiertos era una tontería. Ya todo había terminado. La ciudad nos pertenecía, nos respetaba y entendía, teníamos prácticamente el control de todo el país. Silvano era alcalde, mi familia y todos nuestros aliados estaban a salvo y completamente reubicados. Y mi hermana compartía su vida con un hombre excepcional.

Todo lo demás eran detalles sin importancia perfectamente controlables.

Atrás quedaba el momento en que la sangre de Kathia resbalaba por mis manos mientras le practicaba un masaje cardíaco. O los gemidos agonizantes de Cristianno al ver cómo la vida de la mujer que amaba se escapaba bajo mis piernas. Bajo mis lamentos.

Había estado tan cerca de perderlos a los dos en una misma noche...

Atrás quedaban los llantos de histeria, el miedo, la resignación, el desconcierto. Las luces del quirófano, el aroma a sangre y pólvora, el sonido de las descargas.

Esos eran recuerdos que permanecerían en mi memoria. Hasta mi último aliento. Al igual que el resto de situaciones que habían definido mi vida.

Sin embargo, ya no era necesario que esas circunstancias sirvieran de alimento al odio que desprendía las heridas de mi alma. Eso formaba parte del pasado, había cumplido con mis propósitos. Todos ellos. Sin excepción.

Sí, había llegado el momento de emprender una nueva travesía. Y Sarah se había dado cuenta casi tan bien como yo. Por eso no se sorprendió al llegar al aeródromo de Ciampino, ni al subir a un jet privado en mitad de la madrugada para atravesar medio país. No mencionó palabra en todo el trayecto. Tan solo miraba por la ventanilla y respiraba profundo cada pocos minutos mientras sostenía mi mano.

Me tentó preguntarle, insistirle en que me contara lo que se paseaba por su mente, pero era de sobra evidente. Se estaba preparando para lo que yo pudiera contarle, con todas las consecuencias. Hecho que me estremeció hasta resultarme imposible poder permanecer dentro de mi cuerpo.

Pero, de pronto, dejé de pensar en ello y me concentré más en la enormidad de mis sentimientos por aquella mujer.

Cuando la conocí en Tokio, esa noche dejó de ser una cualquiera para convertirse en el momento más excepcionalmente asombroso que experimentaría jamás. Con solo una mirada suya enseguida supe que había sido atrapado por completo. Sin embargo no imaginé que llegaría a compartir tal cohesión con ella. Habíamos llegado al punto de entendernos a la perfección sin necesidad de hablar.

Volví a mirarla. Se había quedado dormida en una pose en la que su vientre se marcaba un poco más de lo normal. Empezaba a notársele la prominencia; allí dentro se estaba gestando la vida de mi

hijo.

Aterrizamos en Milán con mi mano sobre su barriga y mis ojos devorando su tranquila belleza. Eso despertó a Sarah y se removió intimidada en el asiento. Sonreí, me gustaba causarle aquel descontrol.

Al bajar del jet, nos esperaba un vehículo. Me despedí del chófer y tomé asiento frente al volante en cuanto supe que Sarah ya estaba en el interior. Salí de allí, todavía en silencio.

—¿Y ahora? —pregunté mientras atravesábamos la ciudad.

—¿Te incomoda tanto silencio? —Me entraban unas ganas locas de reír cuando Sarah se hacía la arrogante. Esa faceta no era nada suya.

5. MafiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora