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9 de junio, 09:11.

Pasaron 19 años desde la tragedia. Casi 20, pero en la cabeza de esa única persona que lleva la cuenta hay muchos pensamientos interfiriendo con el recuerdo. Hay muchas responsabilidades, repetidas dudas y, sobre todo, la desesperante construcción de un miedo que crece día a día por la incertidumbre. ¿La incertidumbre de qué?

—¿Usted no deseó tener hermanos cuando tenía mi edad? —pregunta Aris, mirando a su padre a través del reflejo frente a ambos.

A penas consiguió abrochar los primeros botones de su camisa antes de que Enrique entrara a su habitación para informarle que su madre los estaba esperando para cenar. De una oración a la otra, la conversación se desorientó hacia ese tópico que ha sido tocado con frecuencia en las últimas semanas.

Enrique piensa en silencio luego de la pregunta que su hijo le hizo. Gestos de negación en su rostro adelantan su respuesta.

—Realmente no. Yo ya me había casado con tu madre y me sentía muy preparado y digno del trono como para pensar en que alguien más lo merecía.

—No es que sienta que no lo merezco —aclara Aris—. Es que no veo mi madurez e inteligencia para tal rol.

Enrique ríe suavemente. Sigue viendo a un pequeño niño frente a él en el lugar de ese alto y fuerte hombre que es su hijo hoy en día. Se acerca por detrás y presiona su hombro con firmeza, sonriendo para transmitir tranquilidad. No hay nada de qué preocuparse.

—Es honorable que reconozcas tus defectos, pero no tienes que volverlos tus rivales.

Aris se da la vuelta, enfrentando cara a cara a su padre. Ambos se miran sabiendo que sin importar cuántas veces tengan esta conversación, siempre será igual de difícil terminarla sin un sabor amargo en la boca. Aris siente que cada vez que mira a su padre ve un cabello más que se ha tornado blanco, un sector más de su rostro que se ha arrugado, y un destello más de sus ojos que se ha apagado. El imparable envejecimiento de Enrique es el recordatorio diario de que algún día el reinado de Zalá quedará en las manos del Casilla más joven. Generaciones tras generaciones que se han pasado el legado de la familia real recaen en él. Un hombre de 34 años que, a diferencia de su padre, ha demostrado ser muy expresivo con sus sentimientos e inseguridades.

—Mientras más inseguro te muestres, menos confianza vas a brindar —señala Enrique—. Es inútil que busques problemas donde no los hay. No hay nada para lo que no estés preparado.

Aris asiente, sabe desde temprana edad que la imagen que muestra es más importante que las acciones que toma. Lo sabe desde que solamente posaba al lado de Enrique mientras todos lo oían hablar, pero ya lo tenían en la mira a él para su futuro.

—¿Me ve capacitado para tomar ese lugar?

—Desde que cumpliste 18 años y te convertiste en un adulto, te he visto capaz cada día. Hay muchas cosas que vas a aprender en el proceso, y otras que son igual a lo que ya estás haciendo.

Aris sonríe. Le reconforta oír esas palabras.

—¿Incluso aunque aún no tenga compañía para reinar?

—El matrimonio es importante, pero también tiene sus tiempos. A veces apresurarlo resulta en un fracaso más grande que el estar solo.

El pecho del más joven se contrae, inhala profundamente al volver a tocar ese tópico. Todos saben que el príncipe no está casado. Cada vez que vuelven a preguntar se sorprenden de la misma manera que lo hacían una década atrás, cuando era apenas un veinteañero lleno de pretendientes y oportunidades para encontrar a la afortunada persona que lo acompañaría por el resto de su vida.

ALMAFUERTE © ORIANA CORRIDONIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora