𝟯𝟯.

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7 de septiembre.

El frío finalmente da tregua. Los días comienzan a ser cada vez más soleados y cálidos, el desayuno es más sabroso por la mañana, la vista es más placentera a través de las ventanas. El silencio en la cocina es más pacífico.

Leonor echa un vistazo por la ventana mientras revuelve el té en su taza, sonriendo al ver las variedades de tonos rojizos que le ofrece el bosque. Recuerda la vista tan sombría y apagada que tenía desde la ventana de su habitación, y le reconforta saber que ahora puede sentir el sol golpeando en su cara mientras lleva la taza a sus labios. Toma un sorbo, rodeándola con sus manos para descartar la cuchara. Siente el ligero aroma del té verde y se da la vuelta para continuar en lo que estaba antes de calentar el agua. Extiende su mano hacia el extremo de la encimera donde dejó el libro en el apuro de apagar el fuego, y lo carga junto a su taza para dirigirse hacia el primer asiento en el que puede tener su lectura matutina para arrancar el día.

El libro yace sobre su regazo, Leonor traza el grabado del nombre como si fuera un pedazo de la más suave y lujosa seda. Sonríe. Está tan fascinada con lo bien que se siente al tacto a pesar de que no es algo que no haya sentido ya. El libro no es diferente a cualquier otro que esté guardado en la repisa de la biblioteca del castillo, pero es su libro y eso lo vuelve especial. Verlo frente a sus ojos no es suficiente para asegurarse de que no está soñando despierta en su pequeña habitación de Oreco.

Todo ha pasado tan rápido en las últimas semanas, tiene que detenerse en medio de las situaciones más ordinarias solo para confirmar que son reales. El delgado listón colgando para retomar la lectura está esperando por ella, sin embargo, Leonor no lo abre al quedarse admirando la tapa. Cada vez que lo tiene en frente debe tomarse unos buenos minutos para analizarlo. Se sumerge tanto en sus pensamientos cuando lo hace que ni siquiera se da cuenta si alguien está cerca o le está hablando, como ahora, donde Aris cruza por la entrada de la cocina en busca de Ágata pero en su lugar la encuentra a ella sentada en la pequeña sala. 

Él siempre hace lo mismo, entra en silencio a la habitación y espera al momento en el que noten su presencia o decide asustar a la gente con su voz. Como es de esperarse se acerca por detrás de la joven, curioso por saber qué está haciendo. 

Reconoce el libro en su regazo y se apoya sobre el respaldo del sofá.

—Suena mucho mejor, ¿verdad? —pregunta, sorprendiéndola con su voz.

Leonor se asusta con la pregunta que no sabe de dónde proviene, girando su cabeza y viendo las manos de Aris. Acompaña los movimientos con su mirada mientras la rodea y toma asiento a un lado de ella. 

—¿Qué cosa? —duda, un poco confundida con lo que preguntó.

—El título del libro junto a tu nombre —aclara Aris—. «Almafuerte», escrito por Leonor Moya.

Leonor ríe. Le agrada que alguien más iguale su nivel de emoción a pesar de que ya hayan transcurrido bastantes días desde que los ejemplares fueron publicados. Leonor asiente, está totalmente de acuerdo con lo que Aris menciona.

—Sí, realmente suena mejor. No pensé que un detalle tan pequeño podía dar vuelta todo.

Aris extiende su mano para pedirle el libro. Leonor se lo entrega, y mantiene su mirada en él mientras toma la taza de té para darle otro sorbo. Aris sonríe al verlo de cerca, lo admira en sus manos tal como Leonor lo estaba haciendo hace unos segundos. Hay muchas cosas que atraviesan su cabeza, y una de ellas es el momento en el que leyó por primera vez esas hojas que Leonor dejó en el mueble de su habitación. Piensa en cómo, desde ese día, imaginó que esto sucedería. Sin contar la parte de las tragedias, claro.

ALMAFUERTE © ORIANA CORRIDONIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora