19 de junio.
La lluvia no ha parado desde el mediodía, el ruido que genera contra las ventanas es ensordecedor. El aislamiento en algunas habitaciones lo vuelve menos intenso, pero la humedad que se siente a través de las paredes sigue dejando una huella de la tormenta. Leonor odia la humedad. Su cabello se vuelve denso y pegajoso y la pone de mal humor porque no puede controlarlo. Se dedicó todo el día a ayudar a Beatriz con el lavado de prendas especiales, y apenas se está acercando a las últimas tandas. Tener que lavar a mano y con sumo cuidado cada pedazo de tela toma muchísimo más tiempo del que le tomaba meter su ropa y la de sus hermanos en un balde y darle un par de sacudidas con el jabón en barra.
El cuarto de lavado se encuentra en el subsuelo, hace tanto frío que su respiración se cristaliza frente a ella cuando exhala. El silencio es agradable, a Leonor le gusta trabajar en condiciones tan tranquilas como estas. A solas, a oscuras, y sin otro sonido que no sea el de sus propios movimientos.
Pero la puerta del cuarto se abre, y seguido, una voz femenina interrumpe con la paz.
—¿Leonor?
La requerida muchacha asoma la cabeza por las escaleras para echar un vistazo, sin reconocer a quien pertenece dicha voz que pide por ella.
—¿Sí?
—¿Terminaste con la canasta blanca? —pregunta Beatriz, cuya voz ahora es distinguible.
—Tengo que colgar las prendas.
—Súbelas al cuarto de la planta baja, hay mucha humedad y no se secarán abajo.
Tal como se le pide, Leonor toma la canasta con la ropa húmeda para poder cargarla al cuarto superior. Las yemas de sus dedos están arrugadas como pasas de uva luego de tantas horas expuestas al agua, aunque no es algo que le impida seguir trabajando. Sube las escaleras exhalando un pequeño suspiro, ya sabe que batallará con el camino. A pesar de que con los días ha sabido memorizar dónde están las habitaciones a las que tiene permitido entrar, aún es fatigoso. El lugar es tan grande que nunca puede sentirse del todo tranquila al saber que puede haber gente en cualquier rincón sin que ella siquiera se dé cuenta, sobre todo en ocasiones como estas, donde Beatriz desaparece luego de dar indicaciones y no deja rastro alguno de su paradero.
Leonor mira a ambos lados luego de cruzar la puerta, y da pequeños pasos en busca de dicha mujer.
—¿Mamá? —pregunta al aire, sin recibir respuesta alguna.
Beatriz se ha alejado lo suficiente como para no oírla, dejándola sola en el pasillo sin recordar exactamente en qué dirección tiene que ir para encontrar el cuarto de lavado de la planta baja. Leonor se arriesga a caminar por donde cree que es correcto, espiando entre puerta y puerta hasta que encuentra la figura de su madre dentro de una de estas. Entra, y le hace saber a Beatriz que está ahí gracias al sonido que hacen las bisagras. Leonor deja la canasta sobre la encimera, y antes de poder tomar las prendas del interior de esta, Beatriz vuelve a pedirle un favor.
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ALMAFUERTE © ORIANA CORRIDONI
Teen FictionAris nunca pudo dejar atrás su primer amor. Leonor, una escritora amateur que aparece en su camino, reconstruye el pasado del príncipe con una de sus novelas. Ella sueña con trabajar de lo que ama y escapar de su abusivo estilo de vida, y él se conv...