𝟭𝟰.

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4 de julio

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4 de julio.

Entre tanto revoloteo, Aurora no da señales de mejora. Cada día está peor y ya es algo irreversible. Sin importar cuánta atención médica reciba, su partida depende sólo de ella. 

Aris usa cada minuto libre que tiene para verla, y por eso es que ahí se encuentra ahora, sentado en el piso, haciéndole compañía mientras descansa. Su espalda está suavemente reposada sobre el lomo de la yegua, balanceando su peso para no dejarlo caer en su totalidad sobre ella. Se pasó todo el día de reunión en reunión con su padre, lo único que necesita es un momento a solas como este para recargar su batería. Está mucho más relajado que antes, pasa de mano en mano las hojas de la novela que aún tiene a su alcance y que sintió la necesidad de volver a leer para recolectar todo tipo de detalle que pudo haber pasado por alto.

—En esta historia también hay una yegua —susurra, extendiendo su mano para acariciar el cuello de Aurora—. También es blanca como tú, y su dueña se llama Ginebra. Ese nombre te quedaría bien, es un buen nombre para un caballo.

Las caricias se mantienen, la pequeña acción de hablarle a Aurora y creer que está escuchando entretienen a Aris. Sus ojos se desvían hacia el pelaje que cambia de color a lo largo del hocico de la yegua, y piensa en lo bonito y brillante que solía ser. Recuerda a Aurora deslumbrando entre el verde de los bosques, recuerda como su corazón se aceleraba al verla acercándose cada vez que se escabullía entre las hojas para encontrar a su dueño.

Su dueño, Bruno. 

Bruno estaría tan feliz de ver lo bien que Aris ha cuidado de ella en su ausencia. Estaría tan satisfecho con el trato genuino y puro que ha recibido su yegua por parte de él. Aris sabe reconocer que su conexión con Aurora siempre estuvo influenciada por el cariño que le tenía a él, pero también sabe que la ama. Sabe que el dolor que siente cuando piensa en su pérdida no solo se relaciona a perder lo último que le queda de esa relación, si no, que está ligado a que ella ya no formará parte de su vida tampoco. La extrañará mucho. Extrañará verla y recordar cómo se sentía seguirla entre los árboles. Extrañará alimentarla y conseguir la mejor fruta fresca como excusa para ir en busca de ella y poder pasar tiempo junto a Bruno. Extrañará las tardes en las que descansaban juntos, como ahora, desplomados sobre las hojas recién caídas del otoño. Extrañará encerrarse en el establo en pleno invierno con tan solo una lámpara iluminando el lugar entero y rogando que nadie entre para que no vieran al caballo intruso. También extrañará la primavera, y el contraste que hacían los colores tan vibrantes de las flores que caían sobre el blanco lomo.

El frío apenas se sentía cuando ingresó al establo hace casi una hora, pero ahora que el sol bajó, es más difícil de soportar sin un buen abrigo. Aris no quiere entrar aún, pelea contra las bajas temperaturas para quedarse justo donde está, cruza sus piernas y simplemente endereza su espalda para seguir navegando entre esos recuerdos que se desbloquean en su cabeza. 

ALMAFUERTE © ORIANA CORRIDONIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora