𝟭𝟮.

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30 de junio

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30 de junio.

La oferta del príncipe no abandonó la cabeza de Leonor desde que fue hecha. La joven recolectó suficiente material durante varios días para poder demostrarle de lo que es capaz, y tomó la decisión de compartir su trabajo con alguien por primera vez. Aris comentó que solía escribir y que de igual manera estaba interesado en la lectura, por ende, él no será simplemente un lector más. Será alguien con conocimiento, alguien con un ojo crítico, y eso emociona a Leonor de antemano. Le hace creer que finalmente alguien tendrá una visión justa sobre su escrita. 

Ya no es tan difícil desenvolver una conversación con él, pero Leonor no tuvo la valentía de acercarse personalmente para entregarle en mano lo que escribió, y por eso se hizo cómplice de Ágata, quien la ayudó a dejar el manojo de hojas en el escritorio de Aris por la tarde. No es nada diferente al pedido que él le hizo a la encargada cuando se trató de los libros, ¿verdad? Él entró esa tarde a su habitación en busca de descansar un poco, el día no terminaba y ya se sentía agotador. Su cuerpo entero irradiaba fatiga, desabrochó su camisa tan pronto como cerró la puerta detrás de él, y caminó hacia su cama para desplomarse en el colchón. No se durmió, pero ahí se quedó desde ese momento. La habitación fue oscureciendo progresivamente hasta llegar a este punto, donde la única fuente de luz es la lampara sobre su escritorio.

Es tan difícil moverse y terminar el día sin la mínima energía, Aris sólo arma la voluntad para abrir sus ojos cuando piensa en que si no se presenta a cenar tendrá que enfrentar un conflicto con sus padres. Pestañea reiteradas veces hasta que recupera la claridad de su vista, girando su cabeza en dirección a su mesa de luz para encontrar el reloj más cercano que lamentablemente para él está sobre su escritorio. Lleva sus manos a su rostro, arrastrándolas hasta su barbilla y dando una rápida palmada para levantarse. Se acerca al escritorio y toma el pequeño reloj, visualizando las agujas que marcan las 8 de la noche. «Podría haber dormido», piensa, considerando que aún es temprano. Deja el reloj justo donde estaba, y nota que no es la superficie de madera que acostumbra a ver, sino que hay un manojo de hojas apiladas. Lo toma, inspeccionando las hojas una por una y confirmando que no es nada que él mismo haya dejado ahí por la mañana. Intenta no desordenarlas mucho ya que no están numeradas, y comienza a leer la que está al principio hasta reconocer aquel retazo de la historia que leyó despóticamente hace un tiempo, y que le pertenece a Leonor.

El interés es instantáneo. 

Él estaba convencido de que Leonor simplemente aceptó su propuesta aquel día en la biblioteca por educación, y pensó que nunca volvería a ver nada relacionado a esa misma historia que tiene entre sus manos. Gira en el lugar y vuelve a su cama, arrepintiéndose de querer abandonar la habitación una vez que se pone cómodo para seguir leyendo. Oración tras oración, párrafo tras párrafo, ese primer fragmentó que leyó sin el permiso de la autora ahora cobra sentido. Sospechó que la trama trataba de alguna especie de amor prohibido o secreto con la dramática introducción, y eso fue precisamente lo que lo atrapó a querer leer más.

ALMAFUERTE © ORIANA CORRIDONIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora