𝗔𝗗𝗩𝗘𝗥𝗧𝗘𝗡𝗖𝗜𝗔: Este capítulo contiene menciones de agonía animal. Se recomienda discreción y responsabilidad en la lectura.
17 de junio.
Las ocasiones en las que Aris deja al descubierto su lado vulnerable son escasas, precisamente, porque hay muy pocas cosas que logran tocar su punto débil. Una de ellas es Aurora, su yegua. Un pelaje blanco como la nieve que con el paso de los años se ha tornado más opaco en ciertos sectores, ojos grandes y oscuros, y una historia que sólo él y Bruno, su antiguo dueño, conocen. Aurora es la única yegua en el establo, y la única que ha alcanzado los 27 años. Aris tenía 15 cuando la rescató. Estaba tan saludable, tan llena de vida, tan alimentada de las aventuras que experimentó. Ahora sólo tiene una cuenta regresiva que está determinando cuánto le queda de vida.
Como es de esperarse, Aris está en el establo junto a ella otra mañana más. Mientras Aurora duerme, él se encarga del resto de los caballos.
—Me estás trayendo muchos problemas de espalda, Cuervo —se queja como un anciano, extendiendo su brazo para alcanzar el lomo del caballo de contextura más grande— ¿Cómo puedes seguir creciendo?
Aris sacude la suciedad de sus manos, y deja el cepillo a un costado luego de acicalar al animal. Observa a Aurora entre las maderas que dividen cada corral, confirmando que sigue descansando a un lado. A juzgar por la hora que es, su ciclo de sueño debería estar cumplido.
—Ya tendría que despertarse...
Aurora rara vez se levanta, y si lo hace, es para comer luego de varios días rehusándose a hacerlo. Aris se da cuenta de que ese es el caso cuando la ve moverse de a poco, y se apresura para poder acercarse a ella. Rasca la quijada de Cuervo de manera afectiva para poder alejarse de él sin que se altere, y camina hacia el corral de Aurora. Con mucho esfuerzo y tomándose su tiempo, la yegua logra mantenerse parada para poder ser alimentada. Los kilos de forraje yacen en el piso al igual que los contenedores con la mezcla de comida, pero Aris tiene que encargarse de tomar el arnés alrededor de su cuello y acercar su cabeza con cuidado al piso para que se dé cuenta de que están ahí. No sabe si realmente está ciega, pero sospecha que perdió una gran parte de su vista hace tiempo.
La yegua coopera solo cuando él es quien cuida de ella. Cuando Álvaro o Guzmán, leales mozos y jinetes, intentan hacer exactamente lo mismo que Aris hace, ella simplemente los rechaza. Ninguno se queja porque saben perfectamente que nadie se acercará a la conexión que Aris tiene con ella, han pasado muchos años juntos siendo fieles compañeros. A él es a quien más se le dificulta verla en este estado, es muy difícil darse cuenta de que está peleando por mantenerse con vida en lugar de simplemente caminar hacia su eterno descanso.
—Anda, come —alienta a Aurora, acariciando su cabeza mientras comienza a masticar vagamente una porción de alimento.
Aris se queda observándola como un niño que está viendo a su nuevo cachorro. La ve con ese pelaje tan desgastado y esos ojos apagados y lo único que desea es volver unos años atrás cuando aún tenía la fuerza necesaria para ser montada. Los años han volado, y aun así él podría nombrar todas y cada una de las anécdotas que lo remiten al pasado con la yegua. Desde el día que la vio por primera vez a la distancia en una casual caminata por el bosque, hasta el día que tomó la responsabilidad de cuidar de ella por la sangre de su dueño que fue derramada injustamente.
Llena su pecho de aire, y lo retiene unos segundos antes de suspirar. No le gusta sentir esa molestia en su garganta porque sabe que lo que sigue son lágrimas que no podrá controlar. Carraspea, intentando tragar ese nudo que le está dificultando salivar con normalidad. Aurora levanta su cabeza del contenedor y queda cara a cara con él. Incluso siendo imposible de comprobar, parece que lo está mirando fijamente.
—¿Por qué no quieres comer ahora? —pregunta él, estresado con la falta de cooperación del animal.
Aurora no vuelve a bajar su cabeza. Aris sabe que si tira de su arnés no va a conseguir nada más que molestarla, no es la primera vez que deja de comer luego de tan solo un bocado. Él se fuerza a tragar saliva, peleando contra el impulso de llorar al notar lo escuálida que está. Aurora empuja su hocico contra uno de los brazos de Aris como si lo estuviera olfateando, pero para él se siente como si lo estuviera reprochando por lucir tan débil. Él sabe que los animales sienten todo tipo de vibras, no le cabe duda, mucho menos proviniendo de uno tan inteligente como lo es Aurora.
Ríe, angustiado, acariciando la nariz que se siente mucho más fría de lo que debería. No lleva puestos guantes a pesar de que las temperaturas son bajas.
—¿Qué ocurre? ¿Puedes sentir que lloraré en cualquier momento?
Aurora solo pestañea, y parece que lo hace apropósito para recordarle a Aris que sigue estando ahí y que la angustia es en vano. Él no puede evitarlo, siente que sus días se volverán más solitarios de lo que ya son cuando ella ya no esté ahí. Desde que empezó a enfermar todo se siente tan apagado.
Aris se acerca más a ella, tomando su cabeza con ambas manos. Acaricia los costados, eventualmente inclinándose y presionando su frente sobre la del animal.
—Lo has hecho muy bien, Aurora. Lo has hecho genial, todo este tiempo, como ningún otro caballo que alguna vez he conocido.
Su voz es inestable. Sus ojos comienzan a humedecerse.
—Me has hecho compañía por 20 años, ¿sabes lo que es eso? No tienes que quedarte por mí, si quieres partir, puedes hacerlo cuando quieras.
Respira entrecortadamente, sabiendo que tiene que sacarse ese peso de encima. Tiene que decírselo a la yegua, o al menos, decirlo en voz alta para poder aceptarlo él mismo. Aris cierra sus ojos, está tan enojado consigo mismo por no poder controlar su pena. Arruga su nariz por culpa de la picazón, y siente la pequeña lágrima cayendo por su mejilla. Lleva su mano a su rostro, limpiándola para que no quede rastro alguno. Simplemente se queda observando al animal que no parece ser consciente de nada de lo que sucede a su alrededor.
Duele, duele mucho ahora, pero se sentirá bien en un futuro al recordar todos los momentos bonitos. Aris presiona un beso en el hocico de Aurora, y de alguna manera, acepta que finalmente está diciendo adiós al último recuerdo que tiene de Bruno.
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ALMAFUERTE © ORIANA CORRIDONI
Novela JuvenilAris nunca pudo dejar atrás su primer amor. Leonor, una escritora amateur que aparece en su camino, reconstruye el pasado del príncipe con una de sus novelas. Ella sueña con trabajar de lo que ama y escapar de su abusivo estilo de vida, y él se conv...