— Anaaa...
Alguien me llama y me toca el brazo. Me despierto, sobresaltada del susto. ¿Quién rayos es este?
— Tranquila, soy yo. Tranquila, soy yo, Juanca.
Me calmo, respiro. Miro la hora en mi teléfono: son las 4:15 de la madrugada.
— ¿Qué haces aquí? —le pregunto mientras me aseguro de estar tapada y con los pelos no demasiado alocados. Él está agachado junto a mi cama y me dice:
— Nada, quería hablar contigo... si no te molesta.
No sé qué querrá hablar a esta hora, pero la verdad es que no me molesta. Mi mente ni siquiera se toma el trabajo de pensar en qué haría él a estas horas aquí. Me parece hasta natural. Si quiere hablar, pues hablemos.
— ¿Ahora fue que llegaron? —le pregunto.
— Sí. La pasamos de lo más bien, deberías haber ido.
Sonrío, aunque no sé si se me vea la sonrisa. Yo la verdad solo veo su silueta.
— Yiya me dijo que me ibas a matar si te despertaba... que te ponías insoportable.
Jjjj. Me río y le digo que no es así. Conversamos de banalidades y me siento a gusto. De pronto no me importa la hora, ni que en un rato debo levantarme para ir a clases, ni el aspecto que debo tener. A él no parece importarle tampoco, porque se sienta cómodamente en el suelo. Me da un poco de pena, pero no le digo nada.
— Déjame hacer algo que siempre he querido hacer... —me dice y me toca el cabello. Se toma su tiempo.
— Si tienes sueño me dices. No quiero molestarte —me dice poniendo su mano sobre la mía.
— No me molestas —le digo, y me doy cuenta de, aunque en principio lo he dicho por no ser borde, es totalmente cierto. No me molesta en absoluto. Y no tengo sueño. Me incorporo en mi cama y me recuesto a la pared. Lo invito a que haga lo mismo y se sienta a mi lado, en la oscuridad. Dejo una esquina del parabán encima para que entre un mínimo de luz, pero siga siendo privado.
— Ana, yo no sé cómo decirte esto.
Hace un silencio y creo que sé lo que me va a decir.
— Desde que yo te conocí, me pareciste preciosa, inteligente, graciosa... única. Me pareciste el tipo de chica que hace que uno se vuelva loco... Pero yo tenía una relación y tú... tú me hiciste ver que no estaba bien en esa relación. Desde que te conocí me encantaste, te lo juro. Nunca nadie me había gustado tanto... ¡Y yo sé que es una frescura mía porque tú estuviste con Alba y Alba es mi amigo! Yo he intentado que todo esto se vaya... ¡Pero no puedo!
Habla rápidamente y noto que le falta el aire.
— Yo sé que somos amigos... pero es que tú me gustas mucho... ¡Me encantas! Y yo... yo te lo tenía que decir y por eso vine. Te lo tenía que haber dicho desde el principio, y lo iba a hacer ese día, ese día en la disco yo fui a verte y te lo iba a decir pero te vi besándote con él... llegué muy tarde.
Me da pena. Lo miro de cerca y entonces hago lo único que me importa hacer en ese momento. Pongo una mano en su mejilla y le doy un suave beso. Él, aunque sorprendido, me responde suavemente y me toca el cuello mientras lo hace. Nos detenemos después de un largo rato y no sé ni qué decirle. Creo que él tampoco sabe si debe preguntarme algo.
— Tú a mí siempre me has gustado —le digo— y creo que en el fondo lo sabes, como yo lo sabía también... pero también sabemos que esto no puede ser...
Él busca mis ojos en la oscuridad y me mira fijamente.
— Lo sé —asume— y no pasará nada... solo quiero estar aquí esta noche.
Asiento. Lo entiendo perfectamente. Era algo que necesitábamos... como mismo necesitábamos el fuerte abrazo que en ese momento nos dimos. Estamos a punto de rompernos las costillas. Y entonces él me besa, tirándome sobre la cama lentamente. Tiene cuidado de posarse a mi lado y de no tocar nada indebido. Me respeta.
Así, entre abrazos y besos se acuesta a mi lado, en mi pequeña litera personal. Acostados, nos reímos mientras nos hacemos cuentos. Él me toca el cabello y me acaricia el rostro y el cuello, y yo lo dejo. Yo también toco su rostro y toco sus labios. A pesar de ser súper masculino, tiene unos preciosos labios con forma de corazón... me encantan. Y me encanta cómo me besan. Hoy no me importa nada, solo quiero vivir el aquí y el ahora... y creo que a él le pasa igual.
Él me dice lo mucho que le gusto y que no puede creerse estar aquí conmigo. Que cuando vino a decirme lo que sentía nunca imaginó que terminaría así. Le brota la felicidad por los poros y yo me siento muy feliz también. Es como si siempre hubiéramos estado reprimidos y esta noche, en esta oscuridad, nos hubiéramos finalmente liberado.
Yo le digo también que me gusta mucho, que siempre ha sido así y él no me lo cree. Le explico que me encanta su forma masculina de sentarse, de caminar... su cuerpo y su forma de ser. Le digo que es un alma pura. Y así es. Con cada palabra que nos decimos nos sentimos -si es posible- más felices. Concordamos en que daríamos lo que no tenemos porque pudiéramos volver el tiempo atrás.
Cuando casi estamos quedándonos dormidos, observo por la ventana las primeras luces despuntar. Chequeo la hora: son las seis menos cuarto.
— Juanca —lo llamo, zarándeandolo suavemente— despiértate que está amaneciendo.
Él pone cara de circunstancias.
— Ños. Estoy muerto.
Me lo imagino. Debe estar cansado de la salida de anoche.
— Te tienes que ir —le digo y se levanta de la cama.
Me mira detenidamente y sonríe.
— Qué linda te levantas.
— ¿Qué linda de qué? Además, yo no me he levantado, digamos que he estado despierta casi toda la noche —se ríe — Lindo tú —le digo y se ruboriza. Le gusta lo que le digo. Lleva unos pantalones ajustados de mezclilla y una camisa azul. Su pelo está un poco revuelto, pero aun así está precioso.
— Con lo lindo que estás... seguro la putería estuvo buena anoche...
Se agacha y pega su cara a la mía.
— Y aquí estoy. Anoche en la fiesta no podía pensar en otra cosa que no fuera en ti... como casi todas las noches—me dice y me da un delicioso beso. Sí que besa bien.
— Te tienes que ir que se va a hacer de día —insisto.
— ¿Un cigarrito y ya? —me dice con cara de cachorro. No tengo ganas de fumar ni de levantarme de la cama, pero lo sigo hasta el balcón haciendo el menor ruido posible. No quiero que nadie despierte y nos vea. Todavía está oscuro pero ya son las seis. Es justo la hora en la que todos los líos de la noche anterior despiertan para hacer su walk of shame. Se lo digo y se ríe. Él me entiende.
Nos fumamos un cigarro mientras me río de cuanta cosa me dice. Me siento muy a gusto en esta faceta íntima con él, para mi sorpresa. Me gusta mucho más que ser amigos. Me gusta que esta noche se ha sentido especial y no siento remordimientos. Me gusta que tengamos esta noche solo para nosotros dos y que sea nuestro pequeño secreto. Al terminarse el cigarro le recuerdo:
— Esto no puede volver a pasar... ni se lo puedes decir a nadie. Lo nuestro no puede ser ¿Lo sabes, no?
— Yo sé.
Me besa de nuevo. No parece querer irse. Finalmente me mira. Está serio.
— No quiero que esto cambie nuestra amistad. Por encima de todo, eres mi amiga y no quiero perder eso.
— Tranquilo que nada va a cambiar.
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¿Por qué todo tiene que ser tan difícil?: cuando dos amigos se enamoran
Romance¿A que nunca has sido tan estúpido como para enamorarte de tu mejor amiga? ¿A que nunca has sido aún más estúpido para enamorarte de la chica de tu amigo? Pues yo sí. Desde que conocía a Mariana, sentí una conexión especial, era una chica diferente...