23. Mariana

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Nuestro primer campismo va siendo una locura. Los chicos se esfuerzan porque la pasemos bien. Esta tarde hemos jugado dominó y los tontos han hecho un reto de ver cuántos podían meterse en el diminuto tanque de agua que tiene la habitación. Han sido seis. El estómago me dolía de la risa al verlos lamentándose cada vez que otro chico se metía al tanque. Pocas veces en mi vida me he reído tanto.

La bebida y el baile no faltan. Vamos a la cabaña de otros amigos que son unos locos. Saltan sobre el colchón y terminan rompiendo la cama, mojan todo alrededor con unas mangueras. Bailamos y nos reímos toda la noche. Juani ha estado con su amor secreto, Yiya y Alba se marcharon a las doce, así que nos quedamos Daniela, Juan Carlos y yo, haciendo todo lo posible por emborracharnos, sin lograrlo.

— Creo que ya el cuerpo se acostumbró a los niveles de alcohol —nos dice Juanca.

Nos reímos porque es cierto. La cabaña de estos chicos se va vaciando poco a poco luego de las dos de la madrugada. Algunos se marchan afectados por la bebida, otros se van en pareja y otros, como nosotros, nos quedamos sin querer que la fiesta se acabe.

Daniela está en su salsa con uno de los chicos del cuarto, y se besan en un rincón. Y él y yo, nos miramos a los ojos desde los extremos opuestos de la habitación. Su mirada es tan... tan caliente que me hace querer arrastrarlo fuera y comerlo a besos. Este chico me provoca sensaciones que no puedo controlar, el vello de mi piel se eriza y un cosquilleo me recorre la columna vertebral. Necesito tenerlo cerca, necesito que todos los que están en esta fiesta se esfumen y nos dejen solos. Necesito volver a estar a solas con él, en una oscuridad, y sentirme libre de hacer lo que quiero, lo que los dos queremos, sin que nadie nos juzgue. Entonces, sin poder evitarlo, en un milisegundo, lo miro, miro fuera y lo vuelvo a mirar. Me marcho fuera y él me sigue. Lo ha captado a la primera. Voy hacia el lateral de la cabaña, donde está oscuro. Él me sigue, rápidamente, a mis espaldas. Me volteo, lo agarro por el abrigo y lo arrastro hacia mí, besándolo salvajemente. Él me devuelve el beso con tanta pasión que deja de importarme si hay alguien cerca. Me empuja hasta que mi espalda toca la fría pared de la cabaña y se abalanza sobre mí, con una mano en mi cuello y otra en mi cintura, firmemente apretadas. Enredo una de mis manos en su cabello y la otra se desliza por dentro de su abrigo, sobre la piel desnuda y caliente de su cuello y su hombro. Se siente malditamente bien. Él debe haber sentido lo mismo porque suspira suavemente, mientras siento su excitación. Paramos para recobrar el aliento, y coloca su frente en la mía.

— Entonces... si te hubiera llamado...

— Me habría encantado —lo interrumpo y sonríe, su aliento sobre el mío. Sentimos como alguien se acerca y nos separamos rápidamente, él enciende un cigarro para disimular y funciona, porque pasan por nuestro lado sin siquiera prestarnos atención.

Me mira y nos reímos, aliviados.

Entramos dentro, aunque creo que ambos preferimos quedarnos solos, o irnos... pero levantaría sospechas. La fiesta continúa hasta las seis de la mañana, y repetimos par de veces la escena de los besos, cuando todos están distraídos. Solo quisiera que todos se fueran y nos dejaran solos, porque ahora mismo la tensión es demasiada. La gente va quedándose dormida justo ahí, encima de las camas mojadas. Yo aprovecho y me subo a la parte de arriba de la litera, que es el único colchón seco y Juan Carlos se sube a mi lado, acostado espalda con espalda conmigo. Casi todos van de a dos, así que no es raro. Bajo la sabana, él coloca su mano en mi espalda, bajo mi blusa y no puedo explicar lo bien que se siente.

Dormimos un par de horas y Daniela me despierta con el desayuno, lista para otro día. Son solo las nueve de la mañana y me levanto protestando, pero nos vamos a la cabaña de los chicos a asearnos.

Al llegar todos están despiertos y les contamos el fiestón que se han perdido.

— Después de las 2, empezó la mejor parte —dice Juan Carlos, haciendo una obvia alusión a lo sucedido entre nosotros.

*****

En la tarde preparamos una nevera con hielo y cuarenta latas de cerveza Bucanero. Vamos al río. El camino es largo y fangoso. Yiya pierde una chancleta y Alba la carga a sus espaldas el resto del camino. Cuando llegamos, algunos están tirándose de lo alto de la roca y Alba se les une.

Al ver que el agua está demasiado fría, todos nos sentamos sobre la explanada de la roca, mientras bebemos y hacemos cuentos. Todos le preguntamos a Juani quién es la chica misteriosa, pero no nos quiere decir.

— Todo a su tiempo.

Fumamos y otras amistades que hemos hecho aquí se nos unen al grupo. Realmente lo estamos pasando muy bien, incluso sin meternos al agua.

Juani nos cuenta una historia de algo que ocurrió la última vez que vinieron a este sitio. Estamos todos riendo y entonces siento cómo algo helado me moja toda la espalda y me quedo boquiabierta. Me ha mojado y el agua está muy fría. Entonces decido vengarme y con la propia lata de cerveza que he acabado, le echo agua del río a Juan Carlos, por toda la espalda, justo como me ha hecho a mí. Lo miro y me río, tomando otra cerveza de la nevera. Él me mira caripasmado y me dice:

— Ana, no he sido yo.

— Sí, está bien... —le contesto riéndome.

— No fui yo, te lo juro —me dice serio.

— No fue él, fue Alba —me dice Yiya, que está a su otro costado. Alba está sentado justo después.

Entonces siento mi cara encenderse roja. Le he echado el agua fría a Juan Carlos pensando que había sido él, porque estaba a mi izquierda, y resulta que no ha sido él... y el pobre tiene un catarro de mil demonios. Mi genio va en aumento mientras lleno nuevamente la lata de agua, preparándome para vengarme.

— No lo hagas —me advierte Yiya. Sí, hombre, como si fuera a dejarlo salirse con la suya... Sin pensar, le vierto el agua encima y entonces él me mira sorprendido.

— No debiste haber hecho eso... —me dice.

— Ah, claro. ¡Y tú sí!

Entonces se levanta y antes de que me pueda dar cuenta me ha tomado en brazos y me lleva adentro del río. Lo golpeo, lo pateo y le digo que no se le ocurra, pero el continúa, diciéndome que no debí haber hecho eso. Le suelto cuantos improperios se me ocurren: que es un idiota, que me cago en todos sus muertos, que no se le ocurra tirarme al agua, que lo voy a matar y luego empiezo casi a suplicarle que no lo haga, que el agua está muy fría, que no se nadar, que por favor no lo haga. Detrás suyo, unos piden que no lo hagan y otros que sí.

Y entonces él me mira fijamente a los ojos y me deja caer en el agua helada. Siento mi cuerpo tensarse con el cambio de temperatura y me hundo durante unos segundos.

Cuando salgo del agua, con los pelos pegados a la cara, casi todos se ríen y yo estoy que echo humo por las orejas. Pienso que es la persona más odiosa del universo y que lo ha hecho por meterse conmigo. Ha visto que no le hago caso y ha decidido vengarse. Pero no pienso darle la satisfacción de dirigirle nunca más la palabra. No sé cuántos pensamientos de odio se cruzan por mi cabeza, mientras me siento nuevamente en mi sitio, temblando del frío y ensopada. El tonto de Luciano se ríe y me molesta diciendo estupideces. No miro a nadie ni digo nada, solo me quedo ahí sentada mirando hacia la nada. Alba tampoco me dice nada, ni siquiera un 'disculpa'. Creo que pocas veces en mi vida he estado tan enojada.

Cinco minutos después no he dejado de temblar y mis labios están morados. Entonces Juan Carlos se quita su pullover y me lo pone por encima de la cabeza. ¡Anda! Encima que lo he mojado sin merecerlo y estar enfermo, se queda con el torso desnudo para darme su camiseta. Le digo que no, pero insiste y me la pone él mismo.

— Póntelo o te vas a enfermar —me dice, y si no estuviéramos delante de todos me abalanzaría sobre él. Encima, no puedo dejar de mirarlo con el rabillo del ojo. Su vientre plano y su color tostado... los pequeños lunares que tiene alrededor de su cuello me hacen recordar que justo ayer tuve mis manos allí, y no puedo esperar a volverlo a hacer. No es la primera vez que lo veo sin camiseta, pero sí la primera que lo veo tan cerca, está justo a mi lado, y para colmo, su ropa huele a él deliciosamente. Me siento feliz, porque él se preocupa por mí cuando nadie más lo hace.


¿Por qué todo tiene que ser tan difícil?: cuando dos amigos se enamoranDonde viven las historias. Descúbrelo ahora