Los cazafantasmas [Jim Morrison]

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Sinopsis: Un grupo de cazadores de fantasmas han llegado al hogar de Mariah, que ha sido invadido por una presencia misteriosa.
Advertencia: Este puede ser tomado seriamente o no. Yo lo escribí con toda la seriedad del mundo.












Mariah se había mudado a un nuevo hogar junto a sus padres. El lugar no le resultaba demasiado agradable, pero sus 16 años le permitían adaptarse con facilidad a cualquier cambio. Ella era una chica muy sociable, por lo que no tardó en hacer amigos en su colegio de estreno. Se pasaba sus tardes libres escribiendo poesías o escuchando rock. Aunque prefería el rock de los 80's, le gustaba la variedad, por lo que también acudía al de los 60's.

Entonces, sin previo aviso, todo cambió de un día para otro.

Durante las madrugadas, comenzaron a oírse pisadas provenientes del piso superior, justo encima de la habitación en la cual dormía Mariah. Por las mañanas, era despertada por una voz masculina que parecía recitar entre susurros. Cada vez que la chica se aventuraba a investigar estos sucesos, solo se encontraba con una casa vacía y en completo silencio, con sus padres y hermano mayor durmiendo profundamente en sus respectivas habitaciones.

Al principio, pensó que se trataba de una broma realizada por su hermano mayor. Este gustaba de hacer maldades, por lo que no le extrañaría nada que se hubiera propuesto asustarla un poco. Mas, cuando aquello se repitió continuamente noche tras noche, desechó esa idea. Luego, creyó que era su mente la que le jugaba una mala pasada; pero tanto sus padres como su hermano afirmaban haber escuchado lo mismo que ella. Por último, barajó la hipótesis de que se tratase de un caso de sonambulismo por parte de alguno de sus padres o hermano, lo cual fue descartado porque nadie había padecido nunca de ese trastorno del sueño en su familia, ni tampoco existían signos de que alguien se hubiera levantado de la cama a mitad de la noche.

Cuando algunos objetos empezaron a moverse y a caer de sus lugares sin que nadie los tocase ni hubiera viento, y por consejo de una amiga de la familia, se vieron obligados a recurrir a la última opción: contratar a un grupo de cazafantasmas. A pesar de ser personas escépticas, esperaban encontrar algún tipo de respuesta y alivio a su situación en aquellas tres personas que se presentaron en su casa: una mujer muy anciana, un hombre barbudo con ojos de loco y una jovencita con aire siniestro.

—Mamá, esta gente me da más mala espina que el supuesto fantasma —le comentó en voz baja Mariah a su madre.

—Lo sé, hija, pero teníamos que hacer algo —replicó esta.

—En efecto, aquí mora el espíritu de un hombre joven —concluyó la anciana, luego de una larga revisión a la casa—. Alguien que se fue demasiado pronto.

—No es cualquier persona —agregó el hombre barbudo—. Ha de tener creencias muy fuertes y arraigadas a este lugar, puesto que ha resistido todos nuestros intentos de exorcismo.

—Entonces, ¿qué hacemos para deshacernos de él? —preguntó el padre de Mariah.

—Lo único que les queda por hacer, es preguntarle al fantasma qué es lo que desea —respondió la jovencita, con voz apagada y misteriosa—. Si son capaces de satisfacer su deseo, tal vez se marche para siempre.

Dicho esto, los tres enigmáticos personajes se despidieron y desaparecieron por la puerta.

—¿Ya lo ven? Esto no sirvió de nada —rezongó el hermano de Mariah—. Creo que tendremos que ir pensando en cambiarnos de casa.

—¿Le tienes miedo a los fantasmas, hermanito? —se burló la chica.

—Claro que no, cara de lechuza, pero me gustaría vivir en paz —bufó él, a lo que Mariah le sacó la lengua.

—Tu hermano tiene razón, Mariah —añadió el padre—. No es posible vivir así.

—¿Ah, sí? ¿Y quién nos va a comprar una casa embrujada? —aportó la madre.

—A nosotros no nos advirtieron que esto venía con fantasma incluido, así que propongo que hagamos lo mismo —se encogió de hombros el hermano.

Cansada de esa inútil discusión, Mariah se retiró a su habitación. Apenas entró, notó que sobre su cama reposaba una figura. Parecía ser un hombre. Quiso gritar, pero entonces escuchó una voz que entonaba las letras y melodía de Love her madley. Aunque no era una gran fanática de The Doors, sí que los había escuchado con mucha frecuencia, y podría jurar que aquella era la voz de Jim Morrison. Es más: ¡era la misma que recitaba por las mañanas!

«¡¿Cómo no me di cuenta antes?!», pensó boquiabierta. Una conclusión arribó a su cerebro con rapidez. «¡Entonces... Entonces el fantasma es Jim Morrison!»

Mariah se quedó clavada en el sitio, tan gélida como una estatua de hielo. Unos instantes después, el presunto espectro levantó la cabeza y fijó sus ojos en ella, revelando el atractivo y juvenil rostro de Jim Morrison, con su característica melena ondulada y sin barba.

—Hola, rubia —saludó con toda naturalidad, permitiéndose incluso acomodarse mejor en la cama—. Tardaste bastante en descubrirme.

—¡¿En verdad eres Jim Morrison?! —chilló Mariah, no sabiendo si reír o llorar.

—¿Cómo llegaste a una conclusión tan precisa? —Él se estaba riendo en su cara—. Esperaba a que vinieras por mí, ¿sabes?

—¿Por qué no te habías mostrado antes? —exigió saber la chica.

—Soy un chico tímido, Mariah. Tengo pánico escénico.

—Ay, venga ya —Ella se carcajeó con absoluto escepticismo—. ¿Qué clase de pánico escénico es ese, que te hace desnudarte delante de tu público?

—Eso solo sucedió un par de veces. Quería atizar las ansias de libertad de la gente. Además, hacía un calor que no veas.

Mariah solo atinó a reírse.

—En fin, lo que yo quiero saber es: ¿por qué estás en mi casa? ¿Qué es lo que deseas?

—Sí, sí, la presencia de esos exorcistas me dejó muy en claro que no me quieren por aquí —gruñó Jim, a lo que ella negó con la cabeza.

—Solo porque no sabíamos que eras tú. Estábamos asustados, comprende.

—Lo entiendo —comentó el vocalista de The Doors, suavizando su actitud—. También estaría abrumado por la situación, si estuviese en el lugar de ustedes. Pero esta es la casa en donde verdaderamente morí, y no me puedo desarraigar con tanta facilidad de ella.

—¿Qué? —Los ojos de Mariah se abrieron de par en par—. ¿No moriste en París?

—No, Mariah. Todo fue una gran farsa. Es complicado de explicar, pero no podré descansar en paz hasta que alguien sepa el verdadero sitio de mi muerte —Repentinamente, Jim abandonó la cama y se situó frente a ella en un movimiento tan veloz, que sus ojos apenas fueron capaces de captarlo; sus rostros quedaron tan cerca, que la chica se sintió ligeramente intimidada—. ¿Sabes lo que quiero?

—No. ¿Qué es?

—A ti.

—¡¿A mí?!

—Sí. Eres una chica hermosa. Además, he leído tus poemas y siento que nuestras almas están conectadas.

Nadie podía negar la belleza de la que era dueña Mariah, con sus enormes ojos celestes y su larga cabellera dorada. La joven sonrió, decidiendo que, si él la quería a ella, podía tomar todo lo que deseara.

—Ojalá que mis poemas sean tan inmortales como tu música, Jim Morrison.

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