Los colmillos de la noche [Pete Wentz]

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Sinopsis: Pete, un cazavampiros convertido en vampiro por el jefe de estos seres que asolan su ciudad de residencia actual, encuentra a una hermosa chica que necesita su protección.

Advertencia: Referencias sexuales. Historia basada en el vídeo de la canción A little less sixteen candle, a little less more touch me.











Pete caminaba en completa soledad por la avenida de aquel pueblo asolado por vampiros, de cuyo nombre prefería no acordarse. Él mismo había sufrido en sus propias carnes el dolor de la transformación cuando toda su sangre fue drenada por William, el jefe de los vampiros, quien le había atacado con una fuerza tan brutal, que no tuvo tiempo de hacer nada para defenderse. Lo peor era que sus compañeros habían comenzado a temerle después de su conversión. Estaba solo, en más de un sentido.

De un momento a otro, se vio rodeado de vampiros recién convertidos, quienes le ofrecían a una muchacha para saciar su apetito. Todos sabían que él era uno de aquellos fuertes cazavampiros devenido en uno de ellos, así que les convenía tenerlo de su lado. Y la mejor manera de hacerlo era borrando todo rastro de humanidad en él, haciéndolo ceder a sus instintos. Pero Pete se resistió. Noqueó a los vampiros y dejó escapar a la muchacha.

No obstante, sus impulsos terminaron por doblegarlo. No podía resistir sus necesidades básicas primitivas por la comida y el sexo; al menos, no siendo un vampiro. Alcanzó a la chica en un parpadeo y la agarró por la cintura. Su olor le resultaba demasiado atrayente. Ella, paralizada por el temor, no se atrevía siquiera a respirar. Pete la acarició, notando la suavidad de su piel. Sus manos se colaron bajo la sencilla camiseta blanca que usaba la joven y recorrieron el torso femenino hasta apropiarse de los hermosos pechos, moldeándolos, oprimiéndolos, midiendo su tamaño. Pete se sintió poseído por un ardiente e irresistible deseo de hacer suya a la muchacha allí mismo.

—No... Por favor... —habló finalmente ella, encontrando el valor para pronunciar unas palabras de súplica. Las lágrimas corrieron por sus mejillas—... Mátame si quieres; pero no abuses de mí, te lo ruego. 

Pete se detuvo de golpe, como si la voz suplicante de la muchacha hubiese sido un objeto contundente que hubiera impactado contra su cabeza. Se apartó de ella de inmediato.

—Lo siento —murmuró en un tono avergonzado, desviando la mirada—. A veces, me cuesta resistir mis instintos más primarios.

—Mi nombre es Jezabel —se presentó la joven, sintiéndose extrañamente menos asustada por la presencia de aquel vampiro luego de que le hubiera ofrecido excusas—. Tú eres uno de los cazavampiros, ¿cierto?

—Sí. Me llamo Pete —afirmó él—. Tuve la desgracia de que me atacara ese maldito William —Ella se estremeció al escuchar ese nombre—. Pero me las pagará en cuanto lo vuelva a ver. Ven —ofreció, extendiendo su mano—. Te llevaré a algún sitio seguro.

—¡No! Por favor, déjame permanecer contigo —suplicó Jezabel, aferrándole la mano.

Pete la miró sin poder disimular su sorpresa. La muchacha poseía una belleza muy exótica, con rasgos casi orientales y piel del color de la miel. Todo en ella encandiló su ser, principalmente su atractivo olor.

—¿No me temes? —se limitó a preguntar.

—No. Eres diferente al resto de los vampiros —negó Jezabel, viéndolo a los ojos—. Además, el peligro que me amenaza no puede ser menor que el que me espera a tu lado.

—¿Qué peligro sería ese? —preguntó Pete de manera cautelosa.

—William, el jefe de los vampiros, está encaprichado conmigo —contestó ella—. Me secuestró, me arrebató del lado de mis padres y juró que me quitaría mi virginidad después de haber succionado toda mi sangre. Primero trató de seducirme; pero no cedí, solo le hice perder el tiempo. Así que pude ingeniármelas para escapar en cuanto llegamos a esta ciudad.

—Ven conmigo; te llevaré a nuestra base de operaciones —decidió Pete, tirando de su mano con gentileza.

Al llegar a la antigua y oscura mansión, fueron recibidos por los tres compañeros de Pete, quienes comprendieron la situación en cuanto les fue explicada y accedieron a que la chica se quedara con ellos. Patrick, el líder del grupo, estaba un poco nervioso por la conversión de Pete, sobre todo cuando lo despertó en su ataúd esa noche y vio el hambre cruel reflejada en sus ojos. Sin embargo, lo tranquilizó bastante el notar que Pete se mostraba completamente bajo control en presencia de la chica.

—Tal vez ella le haga bien —había comentado en aquella ocasión.

Pete tenía sus encantos naturales, y era sensual como todo vampiro romántico debía serlo. Esto no pasó desapercibido a los ojos de Jezabel, que cada vez pasaba más tiempo junto a él según iban transcurriendo los días.

—No deberías arriesgarte a estar tanto tiempo conmigo —le reprochó Pete en una oportunidad—. Podría ser peligroso para ti.

—No me importa —dijo Jezabel, prendiéndose de su cuello con los brazos de manera juguetona, mientras él usaba su fuerza sobrehumana para girarla en el aire—. Me has atraído desde el primer momento, Pete.

—No sé si podremos estar juntos, Jezabel —susurró el vampiro en un tono demasiado sensual, olisquéandole el cuello—. Siempre tengo sed.

Pero siempre se resistía a morderla. Unos días después de que Pete y Jezabel descubrieran su mutua atracción, se enteraron de que William la buscaba de manera histérica por toda la ciudad, ofreciendo una gran recompensa por su captura y poniendo precio a la cabeza de Pete, en cuanto supo que ella estaba con el cazavampiros.

Fue inevitable que una gran batalla entre William con su séquito y los cazavampiros se desatara.

—¡Vuelve conmigo, Jezabel! —le gritó William al verla junto a los cazavampiros—. ¡Aplastaremos a estos idiotas como sea, y te verás desprotegida de todos modos!

—¡Solo muerta estaré contigo! —soltó Jezabel.

William sonrió de manera irónica, mostrando sus filosos colmillos.

—Eso puede solucionarse —replicó—. Pero no entiendo tu testarudez.

—Esta mujer me pertenece —gruñó Pete, descubriendo sus colmillos afilados como lanzas.

—¡Yo amo a Pete! —confirmó Jezabel, para estupefacción de William.

—¡¿Por qué?! —gritó con el rostro desencajado por la ira, perdiendo su elegante compostura por primera vez—. ¡Él es tan monstruo como yo!

—¡Mentira! —chilló Jezabel—. ¡Pete es totalmente diferente a todos ustedes!

Se desató una fuerte batalla. Los cazavampiros utilizaron las armas con las que habían estado entrenando. Pete se fue a los puños contra una horda de vampiros, mientras William lo observaba bebiendo su té muy tranquilo. Cuando acabó con todos sus enemigos, se abalanzó hacia el jefe de los vampiros con la esperanza de vengarse; pero este desapareció con un truco, y Pete fue reducido por un grupo de policías. Cuando volvió en sí, se percató de que había sido arrestado, al igual que el resto de sus compañeros. Los policías también eran vampiros.

Toda la ciudad se encontraba bajo el control de William.

Pete se preocupó sobremanera al verse encerrado en una celda y pensar en Jezabel, sola y desprotegida en medio de la ciudad llena de seres sedientos de sangre. Sin embargo, la chica no era ninguna estúpida; al notar lo tenso de la situación, se escondió, logrando escapar del escrutinio de William. Luego de arreglárselas para averiguar en dónde habían encerrado a los chicos, se ofreció voluntariamente como alimento para el guardián que custodiaba el penal, a cambio de su protección contra otros seres de la noche. El vampiro cayó en la trampa y bajó la guardia lo suficiente como para que ella pudiera noquearlo, rociándole la cara con agua bendita. Acto seguido, le arrebató las llaves, buscó las celdas y liberó a los cazavampiros. Pete fue el último al que encontró.

—¡Jezabel! —se sorprendió el vampiro, con los ojos como platos.

—No hay tiempo para sorprenderse, mi amor —dijo ella, haciéndolo salir de la celda—. Ya liberé a los demás. Debes ponerte fuerte para que puedas vencer a William.

Jezabel echó la cabeza hacia atrás y descubrió su cuello. Pete pudo notar las venas palpitantes bajo su piel. Comprendió y aceptó que aquella era una medida de emergencia. Sus colmillos relucieron en toda su extensión y se clavaron con intensa lujuria en la garganta de la joven.

Por primera vez, Pete había cedido a su sed de sangre.

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