Sentimientos ocultos [Hayley Williams]

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Sinopsis: Hayley está secretamente enamorada de su guitarrista.








El guitarrista líder de la nueva agrupación recién formada nombrada Paramore había abandonado la banda con motivo de su casamiento, por lo que la vocalista Hayley se vio obligada a convocar a una audición para elegir a un reemplazo.

Uno a uno, los jóvenes guitarristas fueron desfilando frente a sus ojos sin que ninguno consiguiera convencerla por completo, ya sea porque no encajaban con la estética de la banda o porque no tenían nada que ver con el sonido que ella había ideado para el grupo. Lo tenía todo perfectamente planeado en su cabeza; pero aquella inesperada complicación venía a estropear todos sus planes.

Exhalando un suspiro de frustración, estuvo a punto de soltar un improperio silencioso, cuando el último guitarrista del día se presentó ante ella.

Y, sin siquiera escuchar ni un acorde, supo que era él.

No le importaba si era adecuado para su banda; pero sin duda, era adecuado para su corazón.

El lindo chico con la guitarra colgada sobre su pecho posó sus ojos en ella, y creyó estar viendo a una hermosa muñeca de porcelana con cabello de fantasía y unos angelicales ojos verdes. Dejó escapar un suspiro.

El sentimiento fue mutuo e instantáneo.

Pero ninguno de los dos lo supo.

—Muy bien. Me gusta tu sonido —aprobó Hayley tras escucharlo tocar un par de canciones, tratando de no demostrar ninguna emoción—. El puesto es tuyo.

Era un buen guitarrista. Pero aquello solo era una excusa para mantenerlo a su lado. Y él deseaba permanecer allí.

—Gracias —afirmó el joven con una sonrisa resplandeciente, que se apagó de repente al percibir la fría actitud de la vocalista.

—¿Cuál es tu nombre? —indagó ella, sin perder la compostura.

—Me llamo Taylor —respondió él, notando que ella evitaba su mirada.

—Yo soy Hayley —reciprocó la hermosa joven, esta vez luciendo una amable sonrisa y tendiéndole la mano al guitarrista—. Gusto en conocerte, Taylor.

—El gusto es mío, Hayley —dijo Taylor con una sonrisa más duradera, estrechando su mano.

Una oleada de sensaciones los invadió a ambos en cuanto sus dedos hicieron contacto, golpeándolos cual maremoto eléctrico. Sus ojos se encontraron.

Por un instante, Hayley fue plenamente feliz.

Riot!, el segundo álbum de estudio de Paramore, les había abierto las puertas de la fama y la fortuna a la novel banda.

No obstante, ni el dinero ni la fama fueron capaces de llenar el gran vacío existente en el corazón de la vocalista.

«Solo habrá una regla en esta banda. No nos enamoraremos unos de otros, para evitar conflictos entre nosotros en el futuro por asuntos personales que perjudicarían al grupo», fueron sus palabras cuando decidió comenzar con la fundación de su agrupación de rock.

Poco sabía en aquel entonces que terminaría siendo víctima de su propia trampa.

Ahora lamentaba haber impuesto aquella norma tan absurda; pero no existía vuelta atrás. Nadie la había quebrantado, por lo menos no con hechos, y ella sentía culpa por ser la portadora de esos sentimientos.

«¡Qué tonta fui! Nunca debí mencionar semejante regla. Después de todo, uno no elige de quién enamorarse», pensó, demasiado tarde.

Se sentía como una hipócrita. Pero nunca había confesado sus sentimientos; nunca lo haría. Su única opción era el sufrimiento.

En los ensayos, procuraba mostrarse fría y distante con Taylor, interactuando con él lo menos posible, mientras que el guitarrista no dejaba de mirarla con ojos anhelantes, y un brillo de esperanza iluminaba sus pupilas cada vez que ella no podía contenerse de sonreírle.

Procurando discreción y aparentando que todo era parte del performance de la banda, Hayley se mantenía muy cerca del guitarrista durante cada uno de sus vídeos y conciertos, rompiendo con todos sus esquemas establecidos y con las barreras que ella misma había levantado. Eran los únicos momentos en los que volvía a sentir la felicidad de aquella primera vez.

Lo suyo era un amor platónico, bello, puro. Pero sin esperanzas y sin futuro.

El único consuelo al que Hayley podía acogerse, era a la certeza de que pronto aparecería alguien más accesible para ella que borrara ese sentimiento de su corazón, y sembrara uno nuevo y mejor.

Sin embargo, pasaron los meses como agua de un río, y sus sentimientos no se iban, sino que se acrecentaban día a día. Y ambos continuaban en silencio.

Pero semejante tensión no podía durar para siempre.

—Hayley, necesito hablar contigo —le abordó el guitarrista tras uno de los habituales ensayos de la banda.

—Lo siento, Taylor; pero el ensayo acabó y debo irme a casa —lo evadió la vocalista, procurando no mirarlo mientras tomaba sus cosas.

—¿Por qué siempre me esquivas, Hayley? —indagó Taylor en un tono tan dolido, que Hayley se reprochó en su interior por su exceso de dureza—. ¿Qué es lo que he hecho mal? Pensé que nos llevaríamos bien, como todos los de la banda.

—Y nos llevamos bien, Taylor; pero solo de manera profesional —aseguró la vocalista, intentando no sonar muy descortés.

Ella trató de sacarle la vuelta para huir de su presencia lo más pronto posible; pero el guitarrista no estaba dispuesto a dejarla ir tan fácilmente y la tomó suavemente por el brazo, deteniéndola.

—Me gustas desde el principio, Hayley, y lo sabes —confesó, perdiéndose en las esmeraldas que eran los ojos de la chica—. Ni siquiera me atrevería a decírtelo si no creyera que sientes algo por mí, pero...

—Nada puede ocurrir entre nosotros, Taylor —le interrumpió la vocalista con las mejillas sonrojadas—. ¿Acaso no recuerdas la regla?

—Sí, tu estúpida regla, alguien me la mencionó cuando entré en la banda —recordó con rapidez el guitarrista, por su rostro pasó un ramalazo de ira—. ¡Pero en el corazón nadie manda, Hayley! Los sentimientos no entienden de reglas absurdas.

—Es cierto que no tenemos control sobre nuestros sentimientos; pero sí somos responsables por nuestras acciones —afirmó Hayley, recurriendo a toda su parte racional para no dejarse vencer por los inmensos deseos que tenía de probar los labios de su amor secreto—. La regla existe por una razón. Por favor, no compliques las cosas.

—¿Eso significa que no me quieres? —preguntó Taylor con la voz quebrada.

—Te quiero —confesó Hayley finalmente, en apenas un susurro, dejando caer los brazos y la cabeza en señal de derrota—. Pero esto no puede ser.

Una boca ardiente robó la suya. Las manos femeninas se aferraron a la nuca de él. Durante un minuto, en el universo no existió nada más que ellos dos. Pero el beso terminó, y era hora de volver a la realidad.

—Esto no puede volver a repetirse —espetó Hayley con firmeza, y salió de allí.

Los dos comenzaron a recoger los restos de sus corazones destrozados.

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