Almas gemelas [John Deacon]

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Sinopsis: En su vigésimo tercera cumpleaños, Margaret solo pide un deseo: conocer a su alma gemela.









Era el día del cumpleaños número 23 de Margaret.

«Veintitrés años, y ni un solo novio», pensó en medio de un suspiro, mientras compraba las velas que adornarían su pastel de cumpleaños.

—Oiga, joven, usted parece muy nostálgica —le llamó la atención el hombre de edad madura y mirada misteriosa que regentaba el pequeño puesto en el que ella compraba las velas—. ¿Acaso padece de soledad?

—Así es, señor —musitó Margaret con expresión alicaída—. Hoy cumplo 23 años, y jamás he tenido pareja. ¡Me siento tan sola!

—Bien, bien —El vendedor meneó la cabeza de manera reflexiva—. Creo que tengo la solución para su problema.

Acto seguido, el hombre extendió una mano y tomó una caja sellada que se encontraba oculta bajo el puesto de ventas. Al abrirla, extrajo de ella tres velas pequeñas, gruesas, de color rojo pasión y con un olor indefinible, pero que de alguna manera recordaba a la fragancia que despedían dos cuerpos desnudos tras haber consumado el acto sexual.

—¡Qué velas tan extrañas! —exclamó Margaret, sus sentidos se abrumaron con la simple presencia de estas.

—Son velas especiales —aclaró el vendedor—. Por eso no están a la venta. Son un regalo para usted.

—Bueno... Gracias —replicó Margaret en un tono inseguro, aceptando lo que se le ofrecía.

—Si sopla estas velas y pide un deseo, este se le concederá.

Margaret le miró con incredulidad, alzando una ceja. Nunca había creído en ese tipo de cosas, pero tampoco perdía nada con intentarlo. Además, las velas le habían salido gratis. No tenía de qué quejarse.

La joven prosiguió su camino, pasando por la dulcería para recoger su pastel recién horneado. Al llegar a su hogar, solo la soledad la recibió, como de costumbre. Nadie la felicitaría, ni le enviaría siquiera una postal indicando que había recordado la fecha. Quería hacer su pequeño ritual de auto-celebración lo más pronto posible, para no entristecerse por el peso del silencio como única compañía que le quedaba. Colocó las velas sobre el pastel, las encendió y susurró:

—Deseo conocer a mi alma gemela —Y, a continuación, sopló las tres velas.

Para paliar aquella sensación de no tener a nadie en el mundo, Margaret decidió salir a dar un paseo. Ya había caído la noche, por lo que las calles estaban un tanto oscuras y cubiertas de bruma. A ella no le importó. Prefería el horario nocturno para pasear, pues había menos ruidos y gente que la hiciera sentirse aún más sola de lo que estaba. Mientras se encontraba distraída observando una estantería en la que se exhibían unos deslumbrantes vestidos, Margaret tropezó con una persona que también estaba viendo la mercancía sin reparar en nada más.

—¡Oh, lo siento mucho, señorita! —exclamó un hombre joven al notar el breve contacto.

—No, la culpa fue mía —replicó ella, con las mejillas sonrosadas—. Lo siento.

—No se disculpe, no la vi.

—A decir verdad, yo tampoco lo vi a usted.

Ambos se echaron a reír, rompiendo toda la tensión que hubiera podido existir. Margaret observó al hombre con detenimiento. Era bien parecido, de cabello largo y de aspecto sedoso y con cara de inocente. Atractivo, en opinión de la chica. Además, ella juraría que lo había visto antes en alguna parte.

—Espere un momento —dijo, cayendo en la cuenta de quién se trataba—. ¿Usted  no es el bajista de la banda Queen?

Él la vio con los ojos muy abiertos y los labios ligeramente separados.

—Vaya... No creí ser reconocido —expresó, pues usualmente nadie reparaba en su presencia aún con la popularidad que había alcanzado la agrupación—. ¿Le gusta mucho nuestra música?

—Mucho, muchísimo —se entusiasmó la joven—. Es usted un bajista particularmente talentoso.

—Muchas gracias, señorita —El música se sonrojó notoriamente, puesto que no acostumbraba a recibir ese tipo de elogios—. Mi nombre es John. ¿Y el suyo?

—Soy Margaret —Ella le extendió la mano y John, en lugar de estrecharla, depositó un casto beso sobre ella—. Pero creo que deberíamos dejar de tratarnos de “usted” como si fuéramos un par de ancianos.

«Es todo un caballero, de los que ya no se encuentran», pensó, un poco ruborizada por el gesto a la antigua del bajista.

—Está bien —aceptó John—. Si no es mucha indiscreción de mi parte, ¿puedo preguntar qué hace una joven tan bonita a estas horas, sola por la calle?

—Es que hoy es mi cumpleaños; pero como estoy completamente sola en el mundo, no quise quedarme en casa.

—No puedo creer que una chica tan linda esté soltera.

Margaret bajó la cabeza, sustrayendo su mirada de la de él.

—Es que soy un poco tímida, ¿sabes?

John esbozó una sonrisa de comprensión.

—Yo también lo soy.

Margaret se atrevió a lanzarle una mirada de extrañeza, pese a la vergüenza que aún sentía por sus halagos.

—No creo que un músico talentoso, guapo, famoso y adinerado como tú no tenga pareja.

—Pues es la verdad —John sintió que sus mejillas iban a estallar por lo coloradas y calientes que estaban, así que decidió cambiar de tema—. ¿Y tus padres?

El semblante de Margaret se cubrió de tristeza.

—Murieron en un tiroteo, hace unos años. Estoy sola desde entonces.

—Oh, lo siento mucho —A John se le hizo un nudo en la garganta, creyendo que había metido la pata—. ¿Aceptas ir a tomar un café conmigo, Margaret?

—Será un placer, John —aceptó la joven con una sonrisa para darle confianza, ante el tono tímido presente en las palabras del bajista.

Margaret nunca supo si las velas mágicas realmente habían funcionado; lo cierto es que, desde ese día, comenzó una relación con John Deacon, de quien descubrió que compartía muchas cosas en común con ella. Y ya jamás volvió a estar sola.

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