Odio

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—No has saboteado absolutamente nada. En primer lugar, ¿cómo supiste que estaba aquí?

—Lo que me dijo tu mamá no me suena a algo que tú harías. Además, eres demasiado obvio. Desapareciste sin dejar rastros y, con lo preocupado que has estado, lo menos que ibas a hacer es dejarme a solas con tu mamá. ¿No era esa la razón principal por la que viniste? — enarcó una ceja.

—Pues no. Esa no fue la razón.

—Entonces, no me equivoqué cuando dije que habías venido porque ibas a echar de menos tus castigos — soltó una carcajada.

—No pienso gastar mis energías discutiendo contigo. Me tienes harto con tu juego de palabras y chistes sin gracia— abrí la puerta, pero la escuché añadir algo más.

—Así que no lo negaste…

Su comentario me obligó a voltearme de vuelta. Tiene la habilidad de irritarme con solo abrir la boca.

—Salgamos— sugirió.

—¿A dónde?

—Es una sorpresa. Ve a ducharte y tan pronto lo hagas, regresas conmigo.

Es inusual que sugiera tal cosa, pero más aún, que no me haya obligado a entrar con ella a la ducha. Digo, no es que haya estado esperando su orden o chantaje, pero sí es raro en ella. ¿A dónde querrá ir?

Dicen que la curiosidad no siempre es buena. Logramos escapar con éxito del hotel sin que mi madre nos viera juntos. Tomé las llaves del auto que alquilamos en el aeropuerto, pero ella fue quien quiso manejar. Según vi a través del cristal a la tienda que se atrevió a traerme, casi pongo el grito en el cielo. ¿Cómo se le ocurre traerme a un Sex Shop?

—¿Has perdido la cabeza? No pienso bajarme ahí.

—Cálmate, aquí nadie nos conoce.

—A mí me conocen muchas personas.

—¿No consideras divertido y excitante que de vez en cuando tomemos el riesgo? — sacudió las llaves del auto, y sonrió—. Vehículo confiscado.

Cerré los ojos y suspiré profundamente. No sé cómo he vuelto a caer de nuevo. Tuve que haber imaginado que esta mujer algo se traía entre manos.

Decidí ir tras ella, me mantuve cabizbajo para entrar, por temor a que alguien me reconociera. Sus ojos le brillaban al caminar por las góndolas. Nunca he entrado a un lugar como este. Todos mis juguetes los adquiero por internet. Es vergonzoso sentir la mirada del cajero encima. Por la hora que es, en la tienda no habían muchos clientes, solo una mujer que pasó por nuestro lado para irse, quien llevaba un dildo más largo y grueso que un padrino de Coca cola. ¿Será por la cola que usará eso? ¿Cómo demonios puede?

—Eres el menos indicado para juzgar — ella pareció leer mis pensamientos.

—No he dicho nada.

—Pero esa expresión de curiosidad y mirada juzgadora la conozco. Bueno, puede que también sea envidia. Algún día podrás con algo así.

—Ni en tus sueños. Mi ojete se respeta.

—Sí, por supuesto que se respeta... Como la última vez.

Su comentario solo trajo recuerdos de lo sucedido en la oficina y preferí guardar silencio.

—¿Qué viniste a comprar?

—Lo que usaremos esta noche. Mira — tomó en sus manos unas esposas y las sacudió de la misma manera que lo hizo con las llaves del auto—. Debo poner en práctica los amarres con las sogas, pero mientras leo un par de tutoriales, esto servirá.

Sigilo [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora