Lección

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Su rostro cambió de colores, podía dar certeza que mi respuesta evidentemente no le había agradado en lo absoluto, obviamente lo hice con esa intención. 

—Quién lo diría; el hombre engreído, prepotente y machista, estaría guardando un secreto tan peculiar. ¿Así que esto es lo que hace cuando se encierra en su oficina? 

Se me quedó viendo fijamente y me señaló. 

—Tú… yo a ti te conozco. 

—¿Ahora es que se da cuenta? Permítame decirle que es muy lento. 

—No suelo recordar a personas insignificantes. 

—Pero acaba de hacerlo. Y déjeme decirle que no soy la misma tonta de antes. No pienso quedarme callada ante tus comentarios malintencionados. Estás acostumbrado a burlarte de los demás y a humillarlos, pero mírate nada más, jugando a ser un unicornio con un pene en la frente. 

Rechinó los dientes de la molestia y lo disfruté como nunca. En ese instante oímos varias voces por el pasillo y él se volvió como loco, tratando de esconderse en el armario. 

—¡Cierra la puerta en este instante! — me ordenó fatigado. 

—¿Soy yo o me parece que no escuché la palabra mágica? No eres mi jefe, así que no tengo razón alguna para acatar tus órdenes. 

—Vas a lamentarte por esto, gorda. 

—No puedo esperar para ver de qué serás capaz. Bueno, después de esto, ya nada que venga de ti me sorprendería. 

Estaría mintiendo si no admito que me estaba divirtiendo con verlo asustado mirando hacia la puerta. Jamás hubiese imaginado que tuviera la dicha de darle a probar de su propia medicina. La venganza es tan dulce y apasionante. 

—A ninguno de los dos nos conviene que nos encuentren en esta situación, así que cierra la maldita puerta. 

—Si analizamos la situación con más detenimiento, mi parte podría aclararse fácilmente, pero la tuya… me temo que la tendrías difícil. Toma, para que finalices el disfraz de unicornio— le arrojé el consolador a sus pies—. Ahora sí me permite, seguiré trabajando — recogí su pantalón del suelo y lo colgué en mi antebrazo. 

—¿A dónde crees que vas? Devuélveme mi pantalón. 

—Tómalo si puedes — salí de la oficina y cerré la puerta detrás de mí, manteniendo sujetada la manilla. 

Escuché que le dio un sólido puño a la puerta y estaba tratando de forzar la manilla. Estoy segura de que no se atreverá a salir de ahí. En este momento no estaba pensando siquiera en las consecuencias que esto a la larga pueda traer, pero no iba a dar mi brazo a torcer por nada del mundo. Ese tipo me debe mucho y estas oportunidades no se dan siempre.

—¡Abre la maldita puerta!

—Está abierta, puedes salir cuando gustes. Esta será una pequeña lección, para que para la próxima pienses bien antes de burlarte de los demás, imbécil. 

—¡Te juro que me las pagarás!

Veamos qué hará para salir de la oficina en esas fachas y sin ser visto. Por supuesto que ese espectáculo no me lo puedo perder. 

Sigilo [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora