Cariño

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—¿Todo el tiempo es así?

—Sí.

—Lo que sea.

—Me gustaría hablar contigo sobre algo. ¿Tienes planes para tu hora de almuerzo?

Cuando me disponía a responderle, vi a Oscar saliendo de su oficina y despidiéndose del director de mercadeo. Según nos vio juntas, su semblante cambió de uno alegre, a uno confuso.

—¿Qué haces aquí, Suzan?

—No he venido a verte  — mantuvo sus manos sujetadas a su bolso.

—¿De qué se trata esto? — Oscar me miró a mí, esperando que fuera yo quien le respondiera.

—No tengo planes para el almuerzo, así que sí, podemos hablar. Me intriga saber qué quieres hablar conmigo — le dije a ella.

—Yo iré con ustedes.

—¿Y a ti quién te ha invitado? — Suzan se adelantó.

—Entre Jimena y yo no hay secretos. Si tienes algo que decirle a ella, también me lo tendrás que decir a mí.

Enarqué una ceja, viéndolo fijamente. Mira nada más, el perro haciendo frente por su dueña.

—Cínico — farfulló Suzan.

A la hora de almuerzo vinimos los tres a un restaurante que quedaba a dos cuadras de la empresa. Por fortuna, la Sra. Collins no nos vio juntos.

—Más que hablar contigo… — Suzan suspiró profundamente—, quisiera pedirte ayuda y un consejo.

—¿Mi ayuda? ¿Un consejo? ¿Acaso tengo un letrero en la frente con un mensaje que diga que presto mis servicios de ayuda y consejería de gratis? Preciosa, prestar mis servicios conlleva un pago muy alto. Pregúntale a Oscar.

Oscar casi da un brinco cuando le apreté el muslo, ya que no lo esperaba.

—En estos tiempos que vivimos, no podemos brindar nuestros servicios de manera gratuita a todo el mundo, princesa.

Miré de reojo a Oscar, pues se veía nervioso y sudoroso, más su rostro estaba rojo, tras sentir cómo iba en busca de liberar su inminente problema por debajo de la mesa. Él mismo y sin protesta, cooperó para que el proceso fuera más fácil. ¿Así que no he sido la única que ha echado de menos esto?

Esta situación es tan excitante, esa adrenalina que corre por mis venas por la tensión de que podrían vernos, es algo fascinante de experimentar. Esa expresión tan embobada que hace, enloquece mis hormonas.

—No se trata de eso, pero esto también les incumbe. Todavía no he hablado con Bárbara, ni siquiera a mis padres les he contado que Oscar y yo terminamos. Siguen pensando que seguimos viviendo juntos. La Sra. Bárbara está realizando los preparativos de la fiesta para revelar el sexo del bebé y ha comenzado a invitar a varias personas. Cuando he querido enfrentarla, ella no me deja hablar.

—¿Y qué propones? ¿Quieres que vaya a contarle que soy la amante de su hijo?

—Sí, considero que esa es la mejor manera de dejar las cosas claras.

—¿Las cosas claras? Ya veo, ¿sigues en busca de hacerte la víctima frente a la Sra. Bárbara?

—No es cierto, pero la culpa no es solo mía, por lo que no es justo que deba cargarla sola.

Miró a Oscar, quien no ha articulado palabra alguna, pero es tan malo para disimular que está disfrutando de mis técnicas manuales.

—¿A ti qué te sucede? ¿No piensas opinar nada al respecto? ¿Para qué viniste entonces?

—Y-yo hablaré con mi madre al respecto, no te preocupes — descansó los codos sobre la mesa, cerrando los ojos como si estuviera reteniendo algo.

Ella estaba sospechando, lo vi en la mirada que le dedicó y lo confirmé cuando por simple curiosidad miró por debajo de la mesa, enderezándose de vuelta al instante. Su rostro ruborizado y nerviosismo fue divertido.

—¿Q-qué creen que hacen? ¡Están en un lugar público y delante de mí, sinvergüenzas!

—Esa es la diferencia entre tú y yo. Si quiero darle cariño a mi mascota, el lugar es lo menos que importa. Ahora entiendo la razón por la cual la relación entre ustedes fue un completo fracaso. Te falta ser más espontánea y atrevida, perderle el miedo a este volcán que está a punto de erupcionar— lamí la palma de mi mano, deleitándome con el sabor de sus fluidos—. Él es como un helado en pleno día soleado, sabroso, refrescante, y se derrite en tus manos.

Sigilo [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora