—Aquí la única y grandísima perra eres tú.
Esa era la palabra que muchas veces utilizó para referirse a mí en el colegio. Esta vez no estaba dispuesta a pasarlo por alto como si nada. Si hay algo que me juré a mi misma, es que esa niña estúpida que se dejaba insultar, quedó enterrada en el pasado. Y a quien menos iba a permitirle llamarme así de nuevo, es a este tipejo arrogante.
—Te voy a mostrar a la perra que habita dentro de mí; a esa perra que creaste a base de insultos y abusos.
Mi trabajo para mí siempre lo ha sido todo, pero si hay algo que va por encima, es mi orgullo.
Esperé el descuido de Elena, la joven de mantenimiento, y arrastré prácticamente a Oscar al baño del que ella salió. Sé muy bien que no hay otra salida, y si alguien nos ve entrar o salir de aquí juntos, se puede crear un revuelo del que resultaría despedida, pero en ese momento nada de eso me importaba.
—¿A ti qué demonios te ocurre? ¿Estás loca? — refunfuñó.
El baño es un poco estrecho, como que solo consta de uno. De estatura somos casi iguales, por eso no pasé trabajo en empujarlo por el cuello contra el espejo del lavabo. Descansó sus dos manos a ambos extremos, dejando las marcas de ellas en el espejo que Elena recién había limpiado.
—¿Por qué no vuelves a repetir lo que dijiste?
—Es la segunda vez que haces esto. Si la situación fuera al revés, ya te hubieses quejado, hasta me hubieras llevado a la cárcel por abuso, pero claro, como eres mujer, te crees con el derecho de hacer lo que te plazca.
—¿Y lo que me hiciste en el colegio no cuenta como abuso?
—Eso ya pasó. ¿Por qué demonios no puedes superarlo y dejarme en paz?
—Para ti es muy fácil decirlo, porque no pasaste ni por la mitad de las cosas que tuve que enfrentarme yo a causa de un imbécil, inmaduro, caprichoso y prepotente como tú.
Mi mano se desvió hacia su paquete y lo agarré por encima de su pantalón, y el muy maldito ya había reaccionado. Puede fácilmente enderezarse, pero todavía no lo ha hecho. Aunque niega tanto que no quiere esto, ahí está inclinado en el lavabo, con su mejilla frotando el espejo y apoyándose con sus manos, y sin inmutarse a quitar mi mano.
—Mira nada más; ya tan rápido ha despertado — lo apreté tan fuerte que oí su gruñido—. Cuando te tocan la cabeza de abajo, la de arriba deja de pensar y tus gruñidos se aflojan. ¿Así que disfrutas de que esta perra te toque y todavía tienes el descaro de negarlo? — solté su cinturón, quitando la camisa del medio y bajando su pantalón a mitad de muslo.
Como mujer, he estado en su lugar tantas veces, pero jamás me he sentido tan excitada como ser yo quien tenga el control de alguien más. Sus nalgas son más suaves de lo que imaginé y lucen brillosas, como si usara lociones en ellas para mantenerlas hidratadas. Toda mi vida he tenido cierta fascinación por los hombres con un gran trasero, pero la vida siempre había sido muy injusta conmigo, poniendo en mi camino a puros hombres sin gracia por detrás.
Presioné mi pelvis contra su trasero y sentí cómo sus piernas se separaron, curvando un poco más la espalda. Es un degenerado de quinta, pero yo lo soy aún más, por sentir ganas de darle lo que evidentemente su culo pide y no tengo. Detesto de una forma abismal a este tipejo, pero mientras guarde silencio y no oponga resistencia, fácilmente puedo envolverme con él.
Adentré mis manos por debajo de su camisa, ascendiendo por su firme y formado abdomen, hasta sus pezones erectos. No puedo creer que lo esté sintiendo realmente. Toda su piel es suave, ni siquiera la mía es así, por más que trato de cuidarla.
Pellizqué sus pezones y volví a oír su gruñido, acompañado de su agitación. El espejo estaba empañado por su respiración. Todo parece sacado de una película para adultos.
—Calladito… — descendí mi otra mano por su abdomen, hasta situarme y tomar su erección entre mi mano, cerrándola en un puño y sintiendo sus temblores—. Te he dicho que te calles — con la otra mano lo agarré por el pelo, mientras con la otra lo seguía apretando con fuerza y lo deslizaba rápidamente.
No puedo creer que sea tan masoquista como para disfrutar del dolor que le causo con mi mano. Su voz extasiada me pone a mil, pero es peligroso.
Su teléfono sonó en el bolsillo y maldije mil veces la interrupción. Quise alcanzarle su celular, pero me llamó la atención el nombre de contacto. Tenía de nombre «Suzan», con un corazón de color rosa al lado de su nombre. Así que se lo tenía guardado también. Su reacción fue lenta para tomar el teléfono, parecía que la llamada para él no era tan importante, al menos no, hasta que le acerqué el teléfono y notó a través del reflejo en el espejo que respondí la llamada. Me sacó una sonrisa la expresión que hizo, pero no más que las palpitaciones que se volvieron recurrentes en su erección.
—Suzan… — la manera en que se esforzó en normalizar su respiración y su voz, fue de cierta manera divertido.
Rechinó los dientes, mostrando esa dentadura casi perfecta y esa expresión tan profunda de éxtasis. Supe que estaba a punto de terminar, pues las gotas de sudor descendiendo por la mejilla, sus ojos entrecerrados, sus uñas casi enterradas en el espejo, lo delataban.
Bajé el celular a su pene para que su novia o quién sea que fuera, pudiera recibir esa explosión y descarga tan abismal que mis manos le provocaron. La pantalla del teléfono estaba repleta de ese líquido viscoso, como el lavabo, mis manos, el suelo y hasta su camisa.
Cayó de rodillas frente al lavabo, sin energías, jadeante y tembloroso. Para mí fue como desbloquear un logro. Guardé su teléfono de vuelta en su bolsillo, asegurándome de manchar su traje. Lavé mis manos ahí mismo, viéndolo de reojo en el estado deplorable que se encontraba.
—No dejes esperando a tu noviecita, o se va a molestar — entre una quisquillosa risita salí del baño y mirando a todas partes, asegurándome de ponerle el seguro y cerrar la puerta, cuestión de que nadie más pudiera entrar sin aviso y verlo ahí.
Este es solo el principio de todo lo que le espera.

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Sigilo [✓]
RomansaNo hay secreto que dure cien años. Oscar Collins; es un hombre prepotente, prejuicioso y orgulloso. Su forma de ser desde su adolescencia le ha creado mala fama y todavía a estas alturas de su vida, le es difícil adaptarse a la sociedad. Oscar se...