Castigo

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—¿Enamorado de ti? Es admirable, diría que hasta envidiable, tu autoestima.

—Sería lamentable y hasta patético que luego de haberte llenado la boca diciendo que de esta agua no tomarás, termines tomándote el galón entero —descansó su frente en la mía—. Dime una cosa, ¿realmente creíste que desistiré tan fácilmente de tenerte como mi mascota, porque tú me lo digas? ¿Te parece que soy del tipo de mujer que renuncia cuando le gusta algo? Esta noche no me iré por las ramas, volverás a ser mío y solamente mío — mordió su labio inferior tan seductoramente que tragué saliva.

Es jodido perder el control de mi cuerpo cuando me mira como si fuera un depredador acechando a su presa.

Alcanzó la mordaza con bola de color rosa y la colocó en mi boca, ajustándolo de manera que no podía casi hablar.

—Calladito luces más bonito.

La seguí con la mirada, al pendiente de su siguiente movida. No recuerdo haber visto esas sogas en la canasta, pero se aprovechó de mi despiste en algún momento, para traerlas consigo.

Separó mis piernas, abriéndolas de par en par, y ató la primera con una sola soga, la cual cruzó hacia la otra e hizo el mismo procedimiento. Solo podía juntar las piernas, más no estirarlas. ¿Qué piensa hacer conmigo? ¿Un festín o qué?

Me quitó el lazo del cuello para reemplazarlo por el collar y la cadena. Había visto los pequeños colgantes que tenía el collar, pero no sabía para qué eran, no, hasta que ella sacó unas pinzas parecidas a las que usó conmigo en la oficina y levantó el disfraz hasta dejar expuesto mi pecho y las conectó. Siempre que acaricia y contempla mi pecho, sus ojos vuelven a brillar con intensidad.

La tensión se siente en el aire, en mi cuerpo, y solo con mirarla a los ojos el calor sucumbe cada centímetro de mi piel. Por más que trate de no mirarla mientras juega abiertamente con mis pezones, es inevitable que sus acciones se queden grabadas en mi cabeza y en mi piel. Mi cuerpo tiene memoria, recuerda sus caricias, su lengua y sus besos. Es lamentable, ella tuvo razón y odio más que nada tener que dársela.

Esa corriente eléctrica que corría a través de mi cuerpo tras sentir la presión de las pinzas, me ahogó un gemido. Mis pezones se vuelven tan sensibles cuando son atendidos por ella.

Dejó plasmado sus labios en el valle de mi pecho, en dirección recta hacia mi pelvis y se detuvo justo antes de llegar al hilo dental que llevaba puesto, del que se asomaba mi erección. Maldecía internamente ese hecho, al desear como un desquiciado estar dentro de su boca. Ella lo sabe, porque en sus labios se dibujó una sonrisa maliciosa.

Sentí el empujón que le dio al rabo de golpe y curvé la espalda, mordiendo con fuerza la bola que llevaba en la boca.

—No seas travieso. Ese es su lugar.

Se puso de pie en la cama, levantando la falda y abriendo sus piernas. Era la vista más fantástica que alguna vez haya contemplado. El hilo dental se perdía entre sus montañas. En el momento que se agachó frente a mi rostro, pude notar con detalle su intimidad. Era un bello y rosado paraíso, donde abundaba una apetecible fuente desbordada de jugosas y deliciosas aguas.

—He descubierto que eres un fisgón de quinta, por lo tanto, aquí te daré tu buena dosis. Observa, pues es lo único que podrás hacer.

Sus dedos exploraban lugares que en mi puta cabeza anhelaba profanar. Era la primera vez oía sus gemidos y apreciaba su cuerpo desde una perspectiva tan deshonesta. Estar atado jamás se había sentido tan desesperante como ahora. La maldad que habita en ella, me es jodidamente irritante en todos los sentidos, pero si de algo estaba seguro, es de que esto no se iba a quedar así y en la oportunidad que tuviese, no pensaba desaprovecharla y la arrastraría conmigo.

—Haré que desees tanto este cuerpo, para que tu peor castigo sea el no tenerlo nunca.

Sigilo [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora