Grande

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— No está nada mal...

— Es una, de entre muchas otras, ventaja de ser el Más Alto, señor. — Mencionó una especie de mayordomo que ahora le servía a Rojo — O bueno, en su caso, uno de los Más Altos — Creó un desvanecer en la exponencial sonrisa del rojizo, el cual lo miró con desagrado y molestia, no reprimió su enojo.

— Ugh... Sí — Se dio media vuelta, dispuesto a despedirlo groseramente, pero su miedo a no ascender como Alto se lo impedía

— ¿Se le ofrece algo más?

— No... ¡Sólo! ¿Si puede hacer pasar a mi amigo? Es como de esta altura y tiene el escudo de la armada en su brazo, siempre... por alguna razón — Susurró para sus adentros esto último, el mayordomo le respondió positivamente, más tarde, Jez estaba pasando a la habitación con altas exclamaciones.

— ¡Ojojo! ¡Señorón! Sí que me ha servido ser tu amigo — Bromeaba sin dejar de ver los alrededores con grandes ojos, el sonido de sus zapatos podían hacer eco ante tal inmensidad.

Rojo volvió a ampliar su sonrisa, demostrando unos filosos dientes que le habían ganado una imagen imponente y tenebrosa ante todo aquel que los presenciaba.

— Esto sí me gusta

— ¿Y a quién no? ¡Mira esto! ¡Lo único que te falta es el título definitivo! Porque para este lado del planeta, tú ya eres el Más Alto — Halagó, acrecentando el ego del más alto.

Rojo se posó en el sofá favorito de la suite; daba vista a la trabajada contaminación lumínica de la ciudad.

Ya había visto los edificios y sus luces desde arriba, pero estas ocasiones eran contadas y nunca pudo disfrutarlas con tal calma, paciencia y privilegio como lo hacía ahora, siempre tan apurado con deberes, teniendo aún con eso suerte, había Irkens que ni en sus más locas fantasías podían imaginar la cantidad de estrellas que se encontraban en su mismo planeta.

Visualizó una copa con dulces disolviéndose en el licor que yacía servido en ella y le tomó, estaba fría y dulce, deleitando sus pupilas gustativas con tales sabores jamás experimentados por él, lo más parecido en su vida habían sido azúcares de recompensa por un buen trabajo, muy difíciles de conseguir en la misma cantidad que él, aún para alguien en su mismo estatus.

Sirvió un poco de la misma disolución en otro recipiente (más pequeño que el suyo) y se lo entregó a su opuesto, quien no dudó en sentarse junto a él a disfrutar de tal magnificencia, no evitaba sonreír.

Chocaron los cristales y bebieron hasta la madrugada, llegando a tener silencio en varios intervalos de tiempo, sólo no había ni palabras, ni necesidad de describir lo mucho que estaban disfrutando eso, aún habiendo la posibilidad de que fuera cuestión de sólo unas semanas para que acabaran tales lujos y regresaran a la misma vida de siempre.

Realmente gozaría lo más posible de todo esto.

Nuestro buen matrimonio improvisadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora